Tengo setenta y seis años y si Dios lo permite, tendré setenta y siete cuando asuma el próximo gobierno. Nací pocos meses después de que Perón asumiera su primer mandato. Pasé una parte importante de mi vida bajo gobiernos no democráticos o de limitada legitimidad. Como hombre de profundas convicciones republicanas viví con inmensa alegría la vuelta a la democracia en 1983 de la mano de Raúl Alfonsín. Su gobierno no pudo dar solución a muchos de los graves problemas económicos que veníamos padeciendo desde tiempo atrás pero, a pesar de la oposición de algunos resabios autoritarios, pudo cumplir con el mandato fundamental recibido de la ciudadanía: restablecer el sistema democrático y reconstruir las instituciones republicanas. Han pasado muchos años y aunque hoy la democracia formal parece ser un valor fuera de discusión, nos enfrentamos a la difícil tarea de recuperar los valores que hacen al buen funcionamiento de nuestra sociedad, la convivencia entre los argentinos y, sobre todo, a la recreación de las condiciones indispensables para que nuestro país vuelva a ser un lugar donde los jóvenes sientan que pueden encarar con optimismo su futuro.
Las personas de mi generación han vivido demasiadas frustraciones y ven al próximo gobierno como la última oportunidad de ser testigos del comienzo – aunque sólo sea el comienzo – de un nuevo proyecto político y social que nos permita abrigar la esperanza de un mejor país para nuestros hijos y nietos.
Todo parece indicar que esa responsabilidad recaerá en Juntos por el Cambio y es por eso que creo necesario insistir en los tres requisitos básicos para lograr un triunfo electoral claro y una exitosa gestión de gobierno: 1) Unidad – Es imprescindible mantener la unidad de la oposición y para ello será menester abandonar pretensiones hegemónicas, actuar con 2 humildad y buscar la unión en la diversidad. La unidad debe trascender el proceso electoral y, fundamentalmente, concretarse en una verdadera y generosa alianza de gobierno. 2) Plan de gobierno – Es necesario elaborar un plan de acción que no sólo defina los objetivos deseados (en los cuales es relativamente fácil coincidir) sino también las medidas concretas que será necesario llevar a cabo para lograrlos. 3) Liderazgo – En tercer lugar debe haber un liderazgo consensuado por todas las fuerzas coaligadas que reúna condiciones de carisma personal, consustanciación con las ideas y planes propuestos y credibilidad y confianza de la ciudadanía. No nos referimos aquí a un liderazgo caudillesco y autocrático de viejo cuño, sino a uno capaz de entusiasmar a la sociedad detrás de un proyecto sugestivo (al decir de Ortega y Gasset), congregar voluntades y conformar un equipo de trabajo homogéneo que participe de una visión compartida. Un gobierno exitoso se construye alrededor de un buen equipo, un programa de gobierno consistente y un liderazgo reconocido. Durante el gobierno de Cambiemos, la alianza funcionó razonablemente bien en el ámbito legislativo, pero en la gestión ejecutiva no hubo una acción consensuada. Allí, por el contrario, la gestión se fue concentrando progresivamente en el grupo más cercano al presidente. Desde el primer día se marginó al radicalismo, incluyendo a figuras que, como Ernesto Sanz, se habían jugado políticamente para que en la convención de Gualeguaychú se aprobase la incorporación de la UCR a la coalición. Más adelante se marginó también a muchos de los propios integrantes del entorno presidencial que expresaron disidencias con la acción de gobierno. Recordemos lo ocurrido con Frigerio, Monzó, Massot entre otros. Tampoco hubo desde un principio un plan de gobierno consistente. Por citar un ejemplo que demuestra la validez de esta afirmación podemos referirnos al nombramiento de Prat Gay como Ministro de Economía (o Hacienda) y Sturzenegger como presidente del Banco 3 Central. Era evidente que dos personas que tenían ideas tan diferentes en materia económica no podían llevar adelante una gestión coordinada como era necesario. Hubo muchos casos como este.
El liderazgo recayó naturalmente en Macri que, aunque carecía de carisma personal era, sin ninguna duda, el que mejor encarnaba la voluntad de cambio que reclamaba la ciudadanía y así fue aceptado por todas las fuerzas aliadas que se encolumnaron tras él.
Veamos ahora lo que ocurre en estos momentos. A pesar de todas las declaraciones públicas, la unidad parece todavía un objetivo no logrado. Nadie abandona la coalición pero las luchas internas alcanzan a todas las fuerzas que la integran. El convencimiento de un triunfo seguro en las próximas elecciones anticipó la lucha por las candidaturas sin que se expongan con claridad las ideas y planes que propone cada uno. Todos coinciden en los objetivos pero todavía estamos muy lejos de contar con un plan de gobierno. Finalmente, hasta el momento no se ha perfilado un liderazgo que encarne la lucha contra los graves problemas coyunturales y estructurales que debemos resolver. Lo que sí está claro es que Macri dejó de verse como el referente fundamental de una nueva política y el líder capaz de producir los cambios de fondo que permitan revertir nuestra ya larga decadencia política, social y económica. La gestión de un presidente debe ser juzgada por el grado en que haya cumplido con el mandato fundamental recibido de la ciudadanía.
En este sentido, el gobierno de Macri, que sin dudas tuvo muchos logros en materia de transparencia, convivencia política y apertura económica al mundo, es percibido como un gobierno que no pudo cumplir cabalmente con sus promesas de campaña y el mandato recibido consistente en transformar nuestra cultura política, cerrar la grieta social, terminar con la inflación y reducir la pobreza. En su momento se presentó a la sociedad como la punta de lanza de una nueva forma de hacer política que venía a sustituir la ya agotada por el sectarismo, la falta de transparencia, la irresponsabilidad administrativa y la demagogia 4 populista pero, a pesar de las buenas intenciones, tuvo más de continuidad y menos de ruptura con esa vieja cultura que pretendía desterrar. Es cierto que cuatro años no son suficientes para dar concreción a un proyecto de tanta envergadura , pero sí debieron alcanzar para frenar la decadencia, fortalecer las instituciones, mostrar un horizonte positivo alcanzable y, sobre todo, generar una actitud social favorable para encarar los esfuerzos de un proyecto de transformación de largo plazo. Para ello era menester asumirse como un gobierno de transición y como tal afrontar con coraje los inevitables costos políticos de remover los males enquistados en nuestro sistema de gobierno y sentar bases sólidas para dar continuidad a un proyecto que, por su magnitud, necesariamente lo trascendía. Más que en la posibilidad de reelección personal debió priorizarse en la continuidad del modelo propuesto.
Hoy Macri es más percibido como la expresión de un proyecto frustrado que como la esperanza de una Argentina renovada. No podemos volver a quedarnos a mitad de camino. La tarea de quien asuma en diciembre de 2023 será muy dura y necesitaremos ideas claras, un fuerte liderazgo y la concurrencia de los mejores hombres sin importar procedencia. Lamentablemente, por el momento, no parece vislumbrarse, una figura que encarne este desafío.
Tenemos una nueva oportunidad de corregir el rumbo. No la desperdiciemos.
por Daniel R. Salazar
Octubre de 2022