El regreso del “arquitecto” del Ejército de los Andes, con el que liberaría a Chile y Perú del yugo español, no estuvo exento de contratiempos. Lo único -y muy valioso- que se conserva de su equipaje.
Los vecinos de Buenos Aires miraban el río esperando ansiosos la llegada de cualquier navío para tener las últimas noticias de Europa, o por conocidos que volvían a la ciudad o para el consabido cotilleo sobre algún forastero que desembarcaba. Eso sucedió el lunes 9 de marzo de 1812.
Entre los pasajeros que traía la fragata inglesa “George Canning” procedente de Londres, con 50 días de navegación, según informó la Gaceta de Buenos Aires el viernes 13 de marzo, varios de ellos tenían familia en la ciudad: el capitán de infantería Francisco de Vera, el capitán de milicias Francisco Chilavert y el alférez de navío José Matías Zapiola habían sido detenidos en Montevideo por su adhesión a la causa patriota en julio de 1810 y enviados a España. En Cádiz obtuvieron su libertad y pasaron a Londres, donde embarcaron con destino al Plata. El otro viajero también porteño era el alférez de carabineros Carlos de Alvear, que traía el recuerdo de haber muerto su madre y sus hermanos cuando el 5 de octubre de 1804 la flota inglesa hundió frente a Cádiz a la fragata “Mercedes”, en la que viajaba su familia, sobreviviendo él y su padre, don Diego de Alvear y Ponce de León; el joven oficial llegaba con su mujer, la gaditana María del Carmen Sáenz de Quintanilla. Se alojaron en la casa de la familia materna, los Balbastro, en la calle llamada Mansilla (hoy Sarmiento), entre las actuales Reconquista y 25 de Mayo.
Con ellos llegaban dos individuos sin relación alguna con la ciudad: el primer teniente de las Guardias Walonas Eduardo Kalitz, barón de Holmberg, y el teniente coronel de caballería José de San Martín. Nos gustaría saber qué equipaje transportaba el futuro Libertador: seguramente además del uniforme y la ropa de uso cotidiana, no faltaban algunos volúmenes ya que su “librería” lo acompañó hasta Lima, donde la donó para dotar a la Biblioteca Pública que había establecido en esa ciudad.
Del mismo modo una caja en la que guardaba un sable, que al decir de Ernesto Quesada en 1901 era “de fabricación inglesa corvo, liviano, y se conserva admirablemente”. Jorge M. Ramallo recuerda que la hoja era de “templado acero, curva, alfanjada con lomo redondo, la empuñadura de cruz, con rectos gavilanes de bronce, y las cachas negras de asta de búfalo. Por una perforación practicada al extremo final de la misma, pasa el cordón granate de la dragona, que remata en una pequeña borla plateada. La vaina, que mide 87 cm, es de cuero negro, granulado, con brocal liso y contera adornada de dibujos hechos a cincel; siendo ambas partes de bronce. La boquilla corre sobre el lomo del brocal; y al finalizar la contera, por medio de una espiga, está pendiente una pequeña ruedita de acero, Dos abrazaderas de bronce en relieve, con anillas proporcionalmente superpuestas, complementan la guarnición de la histórica pieza que en total mide 95 centímetros”.
De aquel primer equipaje que San Martín desembarcó en Buenos Aires un día como hoy, hace 210 años, queda este sable que fue entregado por voluntad testamentaria al brigadier general Juan Manuel de Rosas y cuya hija, Mercedes Rosas de Terrero, entregó al Museo Histórico Nacional, donde se conserva de después de casi medio siglo en que lo custodiaron sus Granaderos en el cuartel de Palermo.
¿Dónde se alojó San Martín? En la casa de los Balbastro a la que fue a vivir Alvear, en la Fonda de los Tres Reyes. Se ignora o si de acuerdo a sus espartanas costumbres tuvo un cuarto en el Cuartel del Retiro, donde instruía a sus granaderos. Por eso, al recordar el aniversario de su desembarco en esta ciudad, lo hacemos recordando este sable que de por sí es el símbolo de la libertad.
por Roberto L. Elissalde
Este articulo se publico en la Gazeta Mercantil y aquí se reproduce por autorización de su autor.