Gustavo Andrés Rocco
La distorsión mediática de las artes marciales
El guerrero se sublima de modo figurativo en el deporte, que a su vez le devuelve a la memoria colectiva el mito del héroe, mientras que en un sentido cotidiano se expresa en la vida con matices más o menos competitivos dependiendo del temperamento y las aspectaciones de cada persona. Es el camino del guerrero, de ese ser solitario que necesita del combate para desarrollar las fuerzas de su personalidad, pero que se deviene en gladiador cuando no logra vencerse a sí mismo y, por ende, no alcanza la paz interior: principio y fin de todo arte marcial. La práctica de las disciplinas marciales, en su gran mayoría originadas en Oriente, no tienen por objeto el aniquilamiento del oponente sino el autocontrol; en todo caso el desenlace destructivo, si lo hay, es la consecuencia del acoso insistente por parte del agresor. En la enseñanza del Karate, por ejemplo, se suele decir algo así: si te provocan, ignora; si te persiguen, huye; y si no tienes escapatoria, mata. Es todo lo contrario de lo que hoy se sugiere en el plano mediático a través de las grandes asociaciones de las denominadas Artes Marciales Mixtas, promotoras de un espectáculo humanamente lamentable que pareciera no tener otro objeto que exacerbar el morbo. El negocio del circo de gladiadores ya no se sacia solamente con el boxeo profesional, una expresión tardía de la arena romana; desde un tiempo a esta parte se ha dedicado a tergiversar el espíritu de las Artes Marciales, disciplinas centenarias, muchas de ellas milenarias. Gladiadores mediáticos que manejan más de una técnica de pelea se someten a un show grotesco, a todo o nada, donde raramente están exentos los rostros deformados y la emanación de sangre. Lejos quedan aquí las virtudes de aquellos monjes Shao Lin, inspiradores de las técnicas modernas del combate individual y que tuvieron su expresión televisiva en la serie norteamericana Kung Fu, frente a esta exposición bastardeada de supuestos cultores del Jiu Jitsu, el Judo, el Karate, el Tae Kuon Do o el Aikido impulsados por el ego, el dinero y la tribulación de su fuego interior. No es casual que el octágono, escenario donde se desarrolla la pelea, sea una jaula, y de hecho se le llama ¨la jaula¨, como si la condición más animal del ser humano es lo que vemos ahí, cada vez. No es la intención de esta nota hacer juicios de valor sobre los gladiadores, en definitiva ellos son inherentes a la civilización, pero sí remarcar que la filosofía de las artes marciales poco y nada tiene que ver con el “pan y el circo” que nos muestran los medios masivos de comunicación. Recordemos que los antiguos gladiadores eran esclavos, peleaban a muerte por una esperanzada libertad que rara vez ocurría; quizás estos nuevos gladiadores sean esclavos también, pero de una índole que ignoramos.