Tomás Guido tuvo una larga vida desde 1788 a 1866, edad respetable para morir en esos años. Formado en el Colegio de San Carlos, debió salir de ellos a pesar de sus sobresalientes aptitudes por falta de recursos e ingresó como empleado en el Tribunal Mayor de Cuentas. En 1806 se alistó en el Cuerpo de Miñones comandado por don Jaime Llavallol que como la mayoría de los cuerpos tuvo su bautismo de fuego en la Defensa de Buenos Aires.
Como bien lo señalan sus biógrafo Hugo Galmarini tuvo contacto en ese lugar con algunos personajes importantes del movimiento que se habría de gestar entre ellos José Darregueira, Juan José Paso, Nicolás Rodríguez Peña e Hipólito Vieytes, y también de Manuel Belgrano secretario del Real Consulado porteño. Mostró su cercanía con los revolucionarios, ganándose su confianza y participó de aquellas reuniones. Producida la Revolución fue designado en la secretaría de Gobierno el 9 de julio de 1810, cartera que estaba a cargo de Mariano Moreno. Éste confiaba en el joven empleado que lo llevó como secretario en su viaje en misión diplomática a Londres. A bordo de la fragata inglesa Fama, murió el enviado, continuando su hermano Manuel Moreno y Guido el viaje a Londres.
No es nuestro propósito hacer la biografía del prócer, cuya síntesis biográfica fue magníficamente tratada por el embajador José Ramón Sanchis Muñoz. Sólo vale para cerrar esta nota recordar que este año en que se cumple el bicentenario de la muerte de Manuel Belgrano y justamente en este mes en que se recuerda el 210º aniversario de aquella gesta de 1810. Guido testigo de la madrugada del 25 de mayo en la quinta de Nicolás Rodríguez Peña, donde hoy se encuentra la plaza que lleva su nombre, dejó este testimonio del carácter del futuro creador de la bandera: “Se aproximaba el alba sin que aún se hubiese convenido sobre los elegibles. Hubo un momento en que se desesperó de encontrarlos. ¡Gran zozobra y desconsuelo para los congregados en ese gran complot de donde nació la libertad de la República! La situación cada vez presentaba un aspecto más siniestro. En esta circunstancias el señor don Manuel Belgrano, mayor del regimiento de Patricios, que vestido de uniforme escuchaba a discusión en una sala contigua, reclinado en un sofá, casi postrado por largas vigilias observando la indecisión de sus amigos, púsose de pie y súbitamente y a paso acelerado y con el rostro encendido por el fuego de su sangre generosa, entró en la sala del Club (el comedor de la casa del señor Peña) y lanzando una mirada altiva en rededor de sí, y poniendo la mano derecha sobre la cruz de su espada: “¡Juro – dijo – a la patria y a mis compañeros, que si a las tres de la tarde del día inmediato el virrey no hubiese sido derrocado; a fe de caballero, yo le derribaré con mis armas!”.
Profunda sensación causó en los circunstantes, tan valiente y sincera resolución. Las palabras del noble Belgrano fueron acogidas con fervoroso aplauso”.
Sirvan estas líneas para honrar la memoria del vencedor de Tucumán y Salta, y también a quien dejó este testimonio. Sanchiz Muñoz acertadamente afirma que estos tipo hombres: “a pesar de vivir rodeados por claudicaciones y obstáculos, se distinguieron por su entrega a la causa de la Nación, por el tesón con que la defendieron poniendo sus sobresalientes condiciones a su servicio, sin retaceos egoístas, por la claridad y honestidad de sus miras, la entereza ante el infortunio y, no menor entre sus virtudes, la austeridad espartana… Como sucede a menudo, nuestra memoria colectiva, más propicia a efemérides menores, o a remitir a nuestros próceres a la permanencia hierática en el bronce o la nomenclatura urbana, se encuentra en falta con muchas figuras históricas…”.
Prueba de ello es que este año declarado por el Poder Ejecutivo Nacional “del general Manuel Belgrano” que pidió la adhesión de todos los gobiernos provinciales, al que muchos adhirieron, la ciudad que lo viera nacer no se dignó concurrir con ese homenaje a quien sin duda es uno de sus hijos más ilustres.
Por Roberto L. Elissalde
[1] Historiador. Académico de número y vicepresidente de la Academia Argentina de Artes y Ciencias de la Comunicación.
Comentarios por Carolina Lascano