Cuando una persona adquiere relevancia en el ámbito donde se desenvuelve es muy difícil que su quehacer diario pase inadvertido para la sociedad.
El Juez Claudio Bonadío falleció ayer a la edad de 64 años. Según el autor español, Manuel Vilas, y en su particular perspectiva narrada en su obra premiada Ordesa, se puede deducir que falleció a una edad donde el deceso queda a mitad de camino entre la muerte que produce una profunda tristeza —y llega antes de los cincuenta años— y aquella que acumula años pero no tantos como sería el de haber alcanzado, eventualmente, los 75 años. No obstante su prematura partida, y lo raro que resulta que un juez federal fallezca en funciones, una primera reflexión de orden general nos lleva a señalar que cuando una persona adquiere relevancia en el ámbito donde se desenvuelve, sea por sus acciones, su historia de vida, o por el lugar significativo que le toca ocupar en un momento determinado para un país, es muy difícil que su quehacer diario pase inadvertido para la sociedad. Si además se trata, como en el caso, de un magistrado judicial con amplia trayectoria que contó con poder suficiente —por imperativo constitucional obviamente— para poner en el banquillo de los acusados nada más y nada menos a una expresidenta y algunos de los destacados funcionarios que participaron de la gestión y le sirvieron, resulta evidente que las opiniones que susciten las sentencias que anteriormente dictó hayan generado más de un aplauso y, al mismo tiempo, el reclamo de un inmediato juicio político de parte de aquellos que no toleraron la interpretación de los hechos realizada. Qué pasará con las causas y con el juzgado de Claudio Bonadio De manera tal, entonces, han aparecido al lado de la figura Bonadío y su carrera judicial, sea para elogiarlo o criticarlo, los condescendientes, los detractores y en el peor de los casos, los fanáticos. Estos últimos, sin dudas son los peores, pues generalmente se alegran con la muerte ajena. Por ello, sin entrar en polémicas y desechando perfiles subjetivos, aprovecharemos la oportunidad para hablar de lo que creemos es el rol del juez, en el Estado Constitucional de Derecho. De simple aplicador mecánico de la ley a través del silogismo de la subsunción, el juez, en el Estado Constitucional y Social de Derecho, debe asumir el desafío de constituirse en el primer y principal protector de los derechos. Más allá de la ley, están entonces los principios jurídicos y el juez debe protegerlos, aunque el legislador —como tantas veces ocurra— los desconozca. La Constitución se ha convertido en el principal elemento normativo de todo el sistema jurídico. El rol del juez, entonces, radica en la obligación y deber de aplicar la ley en consonancia con los derechos y garantías proclamados en la Constitución. Hoy, el juez no puede negar la protección de los derechos que le son solicitados, escudándose en la ausencia de normativa expresa. La desconfianza actual en el Poder Judicial debe ser revertida con jueces probos, quienes tienen en sus manos y en su trabajo la recuperación de la fe y la confianza por parte de la ciudadanía. Al saber técnico hay que sumarle, en la figura del juez, una cuota de valor nada desdeñable, para tocar intereses de los poderosos y para aplicar la ley, caiga quien caiga. Esto lo afirmamos teniendo en miras que la justicia es la última instancia que tiene el ciudadano de a pie para hacer valer sus derechos y para solidificar una sociedad más igualitaria. La increíble ficción argentina en la que Bonadio es protagonista Siendo juez, en una República, hay que ser y parecer. En palabras de Piero Calamandrei, “tan elevada es en nuestra estimación la misión del juez y tan necesaria la confianza en él, que las debilidades humanas que no se notan o se perdonan en cualquier otro orden de funcionarios públicos, parecen inconcebibles en un magistrado… Los jueces son como los que pertenecen a una orden religiosa. Cada uno de ellos tiene que ser un ejemplo de virtud, si no quieren que los creyentes pierdan la fe”. Por esa razón, no es de extrañar que popularmente, en los corrillos judiciales, se suela decir que para ser un buen juez es necesario ser una buena persona y, si sabe derecho, tanto mejor. La República, la Constitución y la Democracia se empoderarán solo con jueces que cumplan a rajatabla con la excelsa misión que tienen. Cuando se resuelvan definitivamente las apelaciones de las causas en las que falló y especialmente las que tuvieron un impacto político y mediático relevante, sabremos si la tarea e interpretación de Bonadío era o no acertada más allá de su innegable valor para llevarla a cabo. * Abogados y profesores universitarios
Por Fernando Javier Rivas y Francisco Javier Funes
Diario Perfil, 5 de febrero de 2020
Comentarios por Carolina Lascano