El autor hace una reflexión sobre por qué Argentina está a la defensiva y resigna la posibilidad de mejorar el destino. Todo, en base a la idea de los jóvenes de abandonar el país.
Hace unos días, mi hija mayor -Ma. Esperanza, de 15 años- me dijo: “Papá, ya sé a qué país me quiero ir a estudiar cuando termine el secundario”. Le pregunté por qué quería irse a vivir afuera y me contestó, entre otras cosas, que era la forma de poder “desarrollarse en lo que quería y tener previsibilidad”. Me invadió la sorpresa por lo elaborado de su argumentación y, a la vez, una amarga tristeza por la precocidad del planteo, reflejo de la realidad que vivimos, en la que un chico que recién está en la mitad del secundario siente que su país no le permite soñar un futuro viable en su propia tierra.
Mi respuesta fue doble. En primer lugar, le conté que la gran mayoría de nuestros compatriotas no tienen la posibilidad de emigrar (a título ilustrativo, es elocuente que sólo cerca del 10% de los argentinos tenga pasaporte). Pero centré mi respuesta en un segundo punto, para el que utilicé una imagen que me pareció gráfica: comparé al país con nuestra casa.
Le pedí que imaginara que un grupo de personas entraba a nuestro hogar al estilo “okupa” y se instalaba en el comedor. Nosotros lográbamos refugiarnos en los dormitorios y acomodar nuestra vida a esta nueva situación, no deseada, incómoda, pero tolerada. De pronto, estos okupas avanzaban sobre los dormitorios. Entonces nos retirábamos hacia los baños, logrando acomodarnos nuevamente, en una situación aún más indeseable, tensa y dificultosa. Finalmente, le pedí que imaginara que daban un paso más, avanzando sobre nuestro último refugio. Podríamos escapar por la ventana -y ciertamente, sería legítimo hacerlo-, pero implicaría renunciar definitivamente a nuestro hogar, a nuestras cosas, a todos nuestros recuerdos y los de nuestros antepasados. La alternativa, dura y compleja, sería resistir, luchar por lo nuestro, dar la batalla por nuestro hogar, nuestra tierra, nuestra historia, nuestras tradiciones, nuestro porvenir.
Realmente creo que la situación que vivimos hoy en Argentina es similar a la que le presenté a mi hija en aquella analogía. Vivimos a la defensiva, replegándonos constantemente frente al avance desembozado y sin límites de aquellos que “vienen por todo”. Se nos ha dicho que nos debemos conformar con lo que tenemos; que no es posible soñar ni siquiera con lo que ya alguna vez logramos ser; que todos nuestros problemas son responsabilidad de otros; que somos víctimas de fuerzas imparables que atentan contra nosotros; que el trabajo y el fruto del trabajo son cosas distintas; que se pueden sacrificar el pasado y el futuro si eso mantiene a flote el presente; que la familia no es quien busca nuestro mayor bien sino que debe ser mirada con sospecha; que buscar lo mejor para los nuestros es egoísmo y que pensar distinto es odiar al otro; que toda tradición es retroceso y por eso no se debe velar por ella; que el progreso y el desarrollo son algo malo y destructivo, que debemos evitar; que responder a la patria es responder al gobierno, y por eso todo desacuerdo es antipatriótico; y un largo etcétera.¿Y cómo nos ha ido en este olvido de nosotros mismos? Hemos sufrido y padecido la decadencia -siempre creciente- de nuestro país, que ha ido llevando a nuestra sociedad hasta límites inimaginables de pobreza, abandono y desesperanza. No tengo dudas de que hoy nos encontramos en uno de los momentos de mayor incertidumbre, desconcierto y desasosiego. Una vez más puestos al borde del abismo, cada día más argentinos se encuentran al límite de sus fuerzas. Abatidos, abandonados, maltratados y sin horizontes, las fuerzas flaquean. La muchedumbre de sinsabores y frustraciones que se han acumulado por años nos llevan –muchas veces- a “acomodarnos” para tratar de mantenernos a flote. Son horas difíciles para el patriotismo -entendido como amor a nuestra casa, a nuestra familia, a nuestros padres, a nuestros hijos, y a nuestra tierra-. Son momentos arduos para volver a creer, para apostar una vez más por un proyecto colectivo, para arriesgarse a fracasar una vez más.
Recuperar la esperanza y construir futuro.Sin embargo, no me resigno y no quiero que Esperanza deje la Argentina -ni que la esperanza nos abandone como país. Para esto, debemos volver a encender el fuego sagrado en nuestros corazones y dar la batalla: la actitud del guerrero es el intento. Recuperar la mística y el sentido del heroísmo y jugar a fondo, sin cálculos mezquinos.
Esto significa comprometernos a trabajar para que todos los argentinos puedan cumplir sus sueños de vivir en plenitud y libertad, desarrollando todo su potencial y desplegando sus dones y talentos; levantar las banderas del sentido común, el patriotismo, la dignidad de la persona humana desde su concepción hasta su muerte natural, la centralidad de la familia como célula básica de la sociedad, el trabajo digno, productivo y creativo -entendido como la mejor forma de que cada uno sea artífice de su propio destino-, la democracia republicana -donde impere con plena vigencia el Estado de Derecho- y el capitalismo productivo -con foco en las pymes-, que desate las fuerzas productivas de nuestra nación y fortalezca nuestro tejido social.
La política debe reconstruir su vínculo con quienes tiene la obligación de representar y asumir su responsabilidad de ordenar la vida social. Volver a tener contacto con la realidad presente y sus conflictos pendientes. Recuperar los valores, las tradiciones, la cultura e incluso la visión trascendente, que fueron fundantes de nuestra patria y que son fuente de identidad, orden y sentido. Dejar de lado el deseo de congraciarse con una agenda de minorías ideologizadas y, por el contrario, dar respuesta a las necesidades reales y concretas de millones de argentinos. Una dirigencia capaz de captar, llevar adelante y plasmar, los sueños y esperanzas de las mayorías silenciosas. Que promueva la educación de excelencia y la cultura del trabajo. Que fomente la iniciativa privada -en vez de atacar al que con su esfuerzo quiere desarrollarse-, y genere las condiciones necesarias para lograr más empleo genuino y de calidad.Es tiempo de recuperar nuestra casa y nuestra patria. Liberarla, restaurarla y renovarla “para nosotros, para nuestra posteridad, y para todos los hombres del mundo que quieran habitar en el suelo argentino”.
Como dijo Leopoldo Marechal: “El nombre de tu Patria vienen de argentum. ¡Mira que al recibir un nombre se recibe un destino! En su metal simbólico la plata es el noble reflejo del oro principal. Hazte de plata y espejea el oro que se da en las alturas, y verdaderamente serás un argentino.” Que, mientras parece que Argentina se nos escurre entre las manos, no nos resignemos a perder la “Esperanza”, sino que seamos dignos de retomar para nuestro nombre un destino.
por Martín Boccacci*
www.mdzol.com, 13 de Mayo de 2021
* Martín Boccacci es filósofo y magister en Ciencias Políticas, fue subsecretario de Ambiente y Desarrollo bonaerense. Miembro de iPe21