Miro mi rostro en un espejo.
Ahora el cabello es albo.
Recuerdo que hubo cielos, trenes, balcones,
la vastedad del tiempo, la sonrisa.
Mi rostro en un espejo.
¿Con quién tendré que convivir?
¿Dónde está el que fui,
cómo he llegado a tener esta mirada,
esta boca, esta expresión, estos párpados?
Sin embargo me reconozco.
Busco al niño que una vez estuvo.
Los juegos, los cuentos, las hamacas. El mar.
Busco la hondura, el poema, la tarde transparente.
Veo en el espejo el rostro del padre,
un gesto del hermano, la mirada de la madre.
Creo ver a mis hijos en la belleza y en la luz.
Los años me han ofrendado cierta nobleza,
el sucesivo asombro y el sucesivo amor,
algo solitario, la incertidumbre, la desnudez,
una leve melancolía, un júbilo secreto.
(A veces imagino las rías, un hálito,
cierto estado de cosas al caminar los signos,
una felicidad que abarca otra memoria.
Y yo no soy yo en ese encuentro).
Hoy cumplo setenta y tres años.
Miro mi rostro en el espejo.
Carlos Penelas
Buenos Aires, 5 de julio de 2019