Configuraciones de orden (¿o desorden?) mundial en el siglo XXI: del agotamiento del unipolarismo belicoso estadounidense a la multipolaridad de los BRICS, el Brexit y la “Guerra Fría” tecnológica-comercial entre Estados Unidos y China
El objetivo de este artículo es el de identificar las distintas configuraciones de orden (¿o desorden?) mundial en estas dos cambiantes décadas iniciales del siglo XXI. A criterio del autor de este trabajo, se pueden identificar cuatro configuraciones en el período a estudiar: desde 2001 a 2003-2008, desde 2003 a 2008 a 2012-2013, desde 2012-2013 a 2016 y desde 2016 a la actualidad.
La primera de ellas se inició con los ataques terroristas a las Torres Gemelas en Nueva York y el Pentágono en Washington (septiembre de 2001), los cuales inauguraron la fase belicosa del momento unipolar estadounidense, en la cual Washington se fijó por objetivo iniciar una guerra a escala planetaria contra el terrorismo y los Estados que lo cobijan. Guerra que incluyó una campaña militar en Afganistán para derrocar al régimen talibán que cobijaba a los líderes de la red terrorista Al Qaeda, Osama Bin Ladin y Ayman al–Zawahiri, y cuadros de esta organización sunita radical, la cual había planificado desde la segunda mitad de la década de 1990 golpear al “enemigo lejano” –Estados Unidos– como “cómplice” de los regímenes “impíos” que no siguen la sharía o ley islámica como el caso de Arabia Saudita ([2]). Guerra que, en la campaña contra el régimen talibán de Afganistán, mostró el apoyo de los gobiernos europeos a la intervención norteamericana, en tanto la conexión de las autoridades de Kabul con la red terrorista Al-Qaeda era incontrovertible y justificaba un golpe anticipatorio de los Estados Unidos –responder a una amenaza evidente para Washington el resto de la comunidad internacional–.
Por consiguiente, durante la campaña de Afganistán, Bush hijo logró tener un apoyo internacional de amplio alcance, similar al que su padre había obtenido en la Guerra del Golfo de 1991. Como nos recuerda la asesora de política exterior de presidente Bill Clinton, Nancy Soderberg (2005: 273 y 276-277) Arabia Saudita, Egipto, Omán, Turquía y Uzbekistán brindaron ayuda logística y de inteligencia, y en la campaña militar de Afganistán participaron soldados de Austria, Australia, Gran Bretaña, Canadá, Dinamarca, Francia, Alemania y Noruega. Más de 40 países de Oriente Medio, África, Europa y Asia acordaron derechos de tránsito aéreo o de aterrizaje y muchos más compartieron información e inteligencia. Y así como había ocurrido en la guerra de 1991 contra Saddam, Siria -un país antioccidental en los años de la Guerra Fría- suministró al gobierno norteamericano valiosos datos sobre el principal secuestrador del 11-S, Mohammad Atta y sobre Al-Qaeda, los cuales fueron de gran ayuda para salvar vidas estadounidenses.
Pero, como también ocurriese en la Guerra del Golfo en 1991, en la que el gobierno de Bush padre logró armar una coalición amplia de 44 países para sacar al régimen iraquí de Saddam Hussein de Kuwait, este momento de concierto de poderes liderado por Washington también fue un espejismo pasajero y una nueva confirmación de la dificultad de lograr consensos de amplio alcance en la adopción de acciones de fuerza en política internacional.
La insistencia del gobierno de Bush hijo durante el 2002 en justificar el uso de la fuerza para derrocar al régimen iraquí de Saddam Hussein, acusado de ser proliferador de armas de destrucción masiva (ADM) y de tener estrechos vínculos –los que nunca pudieron probarse- con el grupo terrorista Al-Qaeda, tuvo el respaldo del Congreso norteamericano pero en el exterior generó un cisma en Europa. Dos ex aliados claves de Estados Unidos durante la Guerra Fría, Francia y Alemania -despectivamente definidos como representantes de la “Vieja Europa” por los halcones de la administración de Bush hijo- buscaron frenar la ofensiva de Washington en Bagdad a través de estrategias de soft balancing (balanceo suave), consistente en no otorgar los votos necesarios en el Consejo de Seguridad para autorizar multilateralmente la guerra contra Saddam. Por contraposición, Gran Bretaña y los países ex comunistas de Europa del Este -la llamada “Nueva Europa” por los halcones estadounidenses- adoptaron una estrategia de bandwagoning (acoplamiento) a las políticas de Washington como ordenador global y se sumaron a la “coalición militar de buena voluntad” (coalition of the willing) que acompañó a la administración de George W Bush en esta desastrosa aventura bélica en formato de guerra preventiva –privar a Saddam de la posibilidad, a futuro, de contar con ADM-.
Por su parte, la guerra de Irak de 2003 y la crisis económica global de 2008 –la primera desde la crisis de 1929 que tuvo origen en los Estados Unidos- abrieron la segunda configuración de estas dos primeras décadas del siglo XXI, en la cual, tal como señala Kissinger (2012: 514-516), la declinante situación económica de Estados Unidos y las naciones desarrolladas de Europa Occidental contrastó agudamente con una China económicamente consolidada que celebraba orgullosamente ante el Mundo los Juegos Olímpicos en Beijing.
Asimismo, en este período se incubaron en Europa los gérmenes del euroescepticismo hacia las medidas de la Unión Europea (UE), entre ellas el establecimiento del euro como moneda única entre 1999 y 2001 y la imposición de medidas duras de política monetaria y fiscal para mantener la estabilidad macroeconómica de una unión que, con el transcurrir del tiempo, amplió el número de sus miembros originales ([3]). Todas estas medidas evidenciaron -y evidencian- el peso de Alemania como fuerza económica dominante en la UE. Las políticas duras anti-deuda de Berlín, a su vez, provocaron resentimiento en los miembros de la Unión Europea partidarios de políticas monetarias y de endeudamiento más laxas –los llamados despectivamente PIIGS (acrónimo que recuerda a pigs, cerdos en inglés): Portugal, Italia, Irlanda, Grecia y España- ([4]). El estallido de la crisis griega como primera crisis en la zona del euro a fines de 2009 encendió una primera señal de alarma respecto de la existencia de países –los citados PIIGS- y de sectores internos en cada miembro de la eurozona, –los chalecos amarillos en Francia ([5]), el partido nacionalista de ultraderecha Alternativa por Alemania- que responsabilizaban –y responsabilizan- como culpables de sus dificultades económicas a la disciplina fiscal impuesta desde Berlín y a las políticas promovidas por la burocracia de la UE desde Bruselas (Kagan, 2019: 116-117).
Por el lado de Rusia, la crisis de 2009 dio renovado vigor a una idea existente desde mediados de la década de 1990, la de una integración euroasiática forjada con el liderazgo de Moscú, a través de la Unión Aduanera y el Espacio Económico Común (Kaczmarski, 2017: 1029).
Por su parte, frente al agotamiento de la receta de primacía norteamericana impulsada por la administración republicana de Bush hijo, su sucesora, la demócrata encabezada por Barack Obama, iniciada en 2009, optó por adjudicar a los Estados Unidos un rol global más modesto que el ejercido en los años 2001 a 2008, un cambio obligado por los condicionamientos externos e impuestos generados por la crisis económica global de 2008-2009, las dificultades de las tropas norteamericanas en las guerras de Irak y Afganistán, y la necesidad imperiosa de revitalizar una economía interna golpeada por la crisis y de construir alianzas con otros actores externos para ejercer un rol de liderazgo a menor costo. Este rol global más modesto implicó un uso más acotado, selectivo y barato de la fuerza bélica de Washington en el exterior, en la búsqueda de apoyos internos (Congreso y opinión pública) y externos (de otras potencias en el marco del Consejo de Seguridad de la ONU) como requisito previo a la intervención militar, y en la política de “liderar desde atrás” permitiendo un mayor protagonismo de otras potencias –los casos de Francia y Gran Bretaña en la intervención en Libia en 2011, el de Rusia en el caso de la actual crisis en Siria, el de Francia en la lucha contra el Estado islámico iniciada en 2014- (Mann 2012: 71-72; Ezcurra, 2013).
Asimismo, en esta segunda configuración del siglo XXI, y al compás del crecimiento económico chino, la crisis en las economías estadounidense y europea, y el retroceso estratégico de los Estados Unidos en su patio trasero latinoamericano, visitado por China y Rusia, las economías latinoamericanas experimentaron uno de los períodos de mayor crecimiento de su historia. El mismo estuvo estimulado por el alza de las economías china e india -grandes compradoras de alimentos- y de los precios del petróleo, combinación que permitió a los países de América Latina impulsar políticas exteriores con mayor grado de autonomía relativa respecto de los Estados Unidos. Las mismas incluyeron la construcción de esquemas de integración regional en los que Washington estuvo ausente, tales como la Alianza Bolivariana de las Américas (ALBA) en 2005, la Unión de Naciones Suramericanas (UNASUR) en 2008 y la Comunidad de Estados Latinoamericanos y del Caribe (CELAC) en 2012 (Serbin, 2016: 36-37). Como explica Turzi (2011: 17) las economías de los países latinoamericanos y las de otros emergentes de la década de 2000 incrementaron su participación en la economía global, se organizaron en coaliciones alternativas a las de las naciones avanzadas -tal el caso de BRICS, integrada por Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica- y en su conjunto sufrieron menos que las naciones avanzadas los efectos de la crisis de 2008. Este sendero de crecimiento se mantuvo hasta los primeros indicios de la desaceleración económica de China en 2012, que se hicieron sentir en las economías latinoamericanas en 2013.
Los mencionados cambios transcurridos entre 2012 y 2012 abrieron una nueva configuración de orden (¿o desorden?) mundial, la tercera de nuestro relato. En la misma, se revirtió el dinamismo de las economías latinoamericanas y la región Asia-Pacífico pasó a ser claramente el epicentro de la construcción de una serie de mega-acuerdos comerciales de amplio alcance que evidencian una competencia geoestratégica emergente entre los Estados Unidos, China y Rusia. En este juego de rivalidad, el gobierno de Obama lanzó en junio de 2013 en Washington el TTIP (Trans Atlantic Investment Partnership), una iniciativa bilateral entre Estados Unidos y los países de la Unión Europea que excluye a Rusia ([6]). También la administración Obama buscó vincularse estrechamente con los países de la región Asia-Pacífico y excluir a China a través del TPP (Trans Pacific Partnership). En el TPP figuran como miembros Brunei, Singapur, Nueva Zelanda, Australia, Malasia, Vietnam, Perú, Canadá, Japón, México, Chile y Perú, y Corea terminó sus consultas con dicho grupo.
Por su parte, el gobierno chino del presidente Xi Jinping -que asumió en marzo de 2013- ha respondido a estas iniciativas norteamericanas con el lanzamiento de arquitecturas de orden global que le permitan a China incrementar su conexión con América Latina, África y Europa y con el inicio de contactos con la Rusia gobernada por Vladimir Putin. En 2014 China lanzó el RCEP (Regional Comprehensive Economic Partnership), que involucra a 16 naciones, 10 de la Asociación de Naciones del Sudeste Asiático (ASEAN, por sus siglas en inglés) más China, India, Australia, Nueva Zelanda, Japón y Corea. Y ese mismo año China anunció en la Cumbre en Beijing de la APEC (Cooperación económica Asia-Pacífico), el proyecto de “estudio estratégico” para la creación de un Área de Libre Comercio del Asia Pacífico (Free Trade Area of the Asia Pacific, FTAAP, según sus siglas en inglés) que incluiría 21 economías del Asia Pacífico, junto con la creación del Banco Asiático de Inversión en Infraestructura (Asian Infrastructure Investment Bank -AIIB-). En otras palabras, la FTAAPconstituye de facto una alternativa china al TPP impulsado por los Estados Unidos, aunque de iure no lo cuestione abiertamente. Y de modo similar, el AIIB, también anunciado por China en la Cumbre de la APEC en Beijing, es una versión china del Banco de Desarrollo de Asia (ADB) y del Banco Mundial, multilateral y abierta, pero centrada en China, a manera de mantener su influencia y control en estos organismos.
A su vez, tanto China -desafiada por Estados Unidos en la región Asia-Pacífico- como Rusia -desafiada por Washington en el conflicto entre Rusia y Ucrania de 2013-2014- han promovido un mayor acercamiento recíproco no sólo a nivel bilateral -acuerdos para la construcción de dos gasoductos de Rusia a China-, sino también entre las respectivas arquitecturas regionales lideradas por Moscú y Beijing: la Unión Económica Euroasiática (UEEA) promovida por Rusia (creada en enero de 2015 y que incluye como miembros plenos a Rusia, Bielorrusia, Kasajistán y Armenia, con Kirguistán como observador) y la Ruta de la Seda, impulsada por el gobierno chino (Serbin, 2016: 43-47). La UEEA y la Ruta de la Seda representan dos modalidades de creación de zonas de influencia en Asia Central: espacial, institucionalizado y con presencia de bases militares además de lazos financieros en el caso de Moscú, funcional, no institucionalizado, sin presencia de bases militares y con fuertes lazos económicos en términos de provisión de ayuda para el desarrollo, construcción de gasoductos y oleoductos en el caso de China (Kaczmarski, 2017).
Por último, la decisión británica de irse de la UE -el llamado Brexit– en junio de 2016 y la victoria electoral del republicano Donald Trump en noviembre del mismo año abrieron la puerta de la cuarta configuración de orden (¿o desorden?) mundial en la que aún estamos inmersos. Dicha configuración contiene elementos de ruptura con la anterior -el fin de la presencia británica en la UE y el del acuerdo nuclear entre Washington y Teherán pacientemente negociado por Obama con la ayuda de la UE, Rusia y China y firmado en Viena julio de 2015; de ajuste -la renegociación del NAFTA con México y Canadá y del TPP con la UE- pero también de continuidad -el continuado ascenso del proteccionismo comercial, la xenofobia y el euroescepticismo, la mutación de la mencionada rivalidad geoestratégica-geoeconómica entre Estados Unidos, Rusia y China vía arquitecturas de orden mundial mutuamente excluyentes por una serie de ejes de conflicto que evidencian la existencia de una doble “Guerra Fría”: entre Washington y Moscú y entre Washington y Beijing. Ejemplos de la primera son la competencia estratégica entre fuerzas norteamericanas y rusas en el Mar Ártico, la por ahora probable la instalación de una base rusa la isla de La Orchila, ubicada a sólo 160 km de Caracas, la capital venezolana- (diario La Nación, 19 de diciembre de 2018); la creciente polarización internacional en torno de la crisis venezolana -por un lado, Juan Guaidó, presidente interino a cargo de una transición democrática en dicho país, respaldado por 12 de los miembros del Grupo de Lima, los Estados Unidos, y algunos países europeos como Suiza y Dinamarca; por el otro, el régimen de Nicolás Maduro, respaldado por Bolivia, Nicaragua y Cuba en el ámbito regional y por Rusia, China, y Turquía en el extrarregional, como dos polos que traen reminiscencias de la vieja Guerra Fría (Serbin, en diario Perfil, 25-1-2019). Y como ejemplo de la “Guerra Fría” entre Washington y Beijing vale apuntar la adopción de la doctrina china anti-access/area denial (A2/AD) que le permiten al gobierno de Xi complicar cualquier plan de Washington de ir en ayuda de Japón, Filipinas o Taiwan en caso de guerra, a través de actividades sutiles como acosar a buques y aviones norteamericanos con medios no militares, que apuntan a desalentar cualquier respuesta militar estadounidense contra China en el área Asia-Pacífico y, al mismo tiempo, a socavar el sistema de alianzas construido por Washington en dicha área, estimulando a Filipinas a distanciarse de Estados Unidos, apoyando a Corea del Sur a acercarse a su contraparte del Norte, respaldando a Japón contra el proteccionismo del gobierno de Trump, militarizando el Mar de la China del Sur y cuestionando en el ámbito multilateral la exigencia automática de Washington de libertad de los mares -un argumento no sólo sostenido por Beijing sino también por aliados de Estados Unidos como la India- (Skylar Mastro, 2019: 33-34 y 36-37).
La rivalidad entre China y los Estados Unidos también pudo evidenciarse en 2018 en el formato de una batería de medidas proteccionistas impulsadas por Trump -el decreto de marzo de 2018 imponiendo tarifas de importación del 25 % sobre el acero y del 10% sobre el aluminio, que ha afectado especialmente las exportaciones de China y de la Unión Europea-, y que ha llevado al presidente chino Xi Jinping a hacer concesiones comerciales, un tema que estuvo presente en el G-20 que tuvo lugar en Buenos Aires a fines de 2018 (Bradsher y Tang, en diario New York Times en español, 17-12-2018).
Pero el principal foco de tensión entre Washington y Beijing es por el dominio tecnológico, por el primer puesto en la Cuarta Revolución Industrial, basada en la inteligencia, artificial, la automatización, el big data, la Internet cuántica, con un campo de batalla: la tecnología G5 de la red de infraestructura de tecnología móvil, cuyo resultado a favor de norteamericanos o de chinos tendrá efectos multiplicadores en diversas áreas como en el desarrollo de vehículos autónomos, en la robotización y en la gestión de las denominadas “smart cities”, cuyos servicios están conectados a Internet (por ejemplo, red eléctrica, red de transporte). La administración Trump prohibió a la empresa china Hawei -líder en tecnología 5 G- negociar con firmas estadounidenses como Qualcomm e Intel; y decretó la prohibición del uso de la tecnología 5G de Huaweo y ZTE en todas las esferas de gobierno de Washington por sus sospecha sobre espionaje y vulnerabilidad de las empresas estadounidenses a los ciberataques. Asimismo, el actual gobierno republicano está haciendo presión en Europa para que los países de la UE no se provean de la tecnología que está proveyendo Huawei (Actis, en diario El Cronista, 21-2-2019). Si nos atenemos a las lecciones de la historia, este tipo de medidas de boicot nunca ha sido efectiva.
Conclusiones
Estas dos primeras décadas del siglo XXI han sido testigos de cuatro configuraciones de orden mundial- Números que hablan por sí mismos del notorio dinamismo de la política mundial en estos últimos tiempos. Si se tuviera que resumir en un simple párrafo la tendencia evidenciada en el devenir de los decenios de 2000 y 2010, podría resumirse en el siguiente: el agotamiento de la primacía norteamericana y el surgimiento de un nuevo directorio de poderes -China, India, Rusia- que, a diferencia de lo ocurrido en otros períodos de la historia- no pretende ni puede reemplazar a Washington como guardián global pero sí puede cuestionar sus políticas. Rusia pretende utilizar su status de miembro permanente con poder de veto en el Consejo de Seguridad de la ONU y reforzar su zona de influencia en Eurasia a expensas de la presencia norteamericana; China pretende utilizar también su poder de veto en el Consejo, neutralizar la presencia militar de Estados Unidos en la región indo-pacífica y competir abiertamente con Washington en los ámbitos comercial y tecnológico. Por su parte, la India, aún siendo aliada de Estados Unidos, coincide con China en colocar condicionamientos a la exigencia de Washington de libre tránsito por los mares. Frente a esta realidad, Washington ha respondido con dos actitudes distintas: la de la administración Obama, partidaria de un liderazgo construido a través de consultas y negociaciones con aliados tradicionales (Europa Occidental) y no tradicionales (China, Rusia, Irán); y la de Trump, quien pretende ejercer una primacía unilateral basada en sus obsesiones personales que lo llevan inevitablemente al conflicto con China: revertir el déficit comercial y asegurar el dominio de la vanguardia tecnológica. Mientras las acciones de Obama apuntaban a rescatar el orden internacional liberal liderado por Washington desde 1945 y evitar aventuras innecesariamente costosas para el Leviatán global, las promovidas por Trump ponen en riesgo dicho orden y el lugar de Estados Unidos en el mismo.
Por Francisco Corigliano
FUENTE elDial.com – Publicado el 23 de agosto de 2019
Bibliografía
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[1]Doctor en Historia (Universidad Torcuato Di Tella) y Master en Relaciones Internacionales (FLACSO-Programa Argentina). Profesor en la FLACSO y las Universidades de Buenos Aires, San Andrés y Torcuato Di Tella. E-mail: fcorigliano
[2]El balance negativo de los intentos de “guerras santas” de los grupos terroristas islámicos contra gobiernos locales en Bosnia, Argelia y Egipto durante la década de 1990, sumado a la emergencia de la “segunda intifada” en Palestina contra Israel en 2000, llevó a los dirigentes de Al-Qaeda a cambiar de estrategia: del “enemigo cercano” pasaron a uno “lejano” -Estados Unidos, Israel, España- que pudiera servir como atractivo para sumar a creyentes de todo el espacio islámico a la causa de la red Al-Qaeda. Sobre este tema véase Kepel, Gilles, Fitna. Guerra en el corazón del Islam, Barcelona, Paidós, 2004.
[3]En 2004 ingresaron como miembros de la UE Chipre, Eslovaquia, Eslovenia, Estonia, Hungría, Malta, Letonia, Lituania, Polonia y República Checa, en 2007 Bulgaria y Rumania y en 2013 Croacia.
[4]Editorial “Europa, Europa”, revista Criterio, N° 2360, Buenos Aires, junio de 2010, pp. 205-206.
[5]“La Francia ‘amarilla’ que nadie vio llegar” diario El País, Madrid, 24 de noviembre de 2018, https://elpais.com/internacional/2018/11/24/actualidad/1543056998_495809.html
[6]Hubo quince rondas de negociaciones por el TPP que tuvieron lugar en Washington, Nueva York, Arlington, Chevy Chase, Miami y Bruselas entre junio de 2013 y octubre de 2016, pero el gobierno que sucedió al de Obama, el del republicano Donald Trump, paralizó estas negociaciones. Ver al respecto los sitios https://en.wikipedia.org/wiki/Transatlantic_Trade_and_Investment_Partnership http://ec.europa.eu/trade/policy/in-focus/ttip/