La campaña electoral que se está desarrollando y que continuará hasta los comicios de noviembre, se caracteriza, a mi juicio, por algunas conductas de los contendientes, que subestiman a la ciudadanía y al hacerlo, la confunden. Ello, además de algunas fallas estructurales de los partidos políticos o sus sustitutos (espacios políticos), de la ausencia de programas y del desencanto de las gente.
Lo primero que llama la atención es la casi ausencia de ideas, programas, planes y de sus fundamentos, lo que supone un enigma para los votantes, que son apabullados con frases, que buscan el impacto más que la comprensión, ante las promesas, declaraciones grandilocuentes, muchas contradictorias, disparatadas y hasta soeces.
Hubo épocas, en nuestro país, en la que los candidatos a cargos electivos, provenían de partidos políticos organizados que elaboraban propuestas consecuentes con su historia y sus ideas y principios, que se difundían entre sus afiliados, se sometían a discusión. Con ello se aglutinaban voluntades en torno del programa.
Pero, además, los candidatos eran elegidos, de modos diversos, pero elegido por los afiliados y simpatizantes convencidos de la prédica no solo de aquellos sino, también de los partidos.
Se suele señalar que en los tiempos que corren, con tantos medios de difusión, como la radios, la televisión y sobre todo la diversidad canales audiovisuales que inundan de noticias, declaraciones y promesas, es innecesario que los candidatos expongan con prolijidad y parsimonia los programas elaborados o no por las organizaciones que los promueven.
Tal vez esa realidad haga sobreabundante el papel que cumplían los partidos políticos, pero el resultado es que la voz de los votantes no se escucha o se lo hace del mismo modo panfletario utilizan los candidatos, que mas que pedir comprensión, solo buscan ciega adhesión.
Debe también señalarse que el público, los ciudadanos, después de tantos años de declinación de nuestra convivencia, han perdido el respeto por los políticos, a quienes hacen responsables de todas las penurias y no confían en sus promesas. Lo que resulta contradictorio pues es la misma gente la que elige a sus representantes.
Sin entrar a considerar la conducta de los políticos, tan cuestionada, cuadra recoger el reclamo cada vez más extendido de abordar algunos cambios en las leyes que regulan las elecciones de modo que haya, a la par que una menos complicada forma de expresar el voto mediante la instauración de la boleta única, una posible selección democrática de los candidatos.
Los llamados “espacios políticos” que han proliferado en detrimento de los partidos, en muchos casos por culpa de estos mismos, cumplen de modo imperfecto la selección de ciudadanos para ser candidatos a cualquier cargo electivo, desde concejales, diputados y senadores provinciales y nacionales y presidente y vicepresidente.
Es necesario abordar, en ésta breve pero necesaria reseña de dificultades, la realidad institucional, económica, social y educacional, de nuestro país, que arriesga un punto de no retorno hacia una declinación irreversible, después de mucho tiempo de enfrentamientos inútiles a la luz de los resultados, que nos encuentra empobrecidos, aislados del mundo próspero y civilizados, con niveles educativos desastrosos, inseguridad frente al crimen, fronteras permeables e indefensión de nuestros territorios.
Si se afianza la fuerza gobernante y sus tentáculos sindicales, empresarios protegidos, intelectuales de pacotilla, nuestro destino seguirá siendo la declinación como sociedad con el riesgo adicional de la perdida de libertades y de la república.
Si, por el contrario, el oficialismo recibe la advertencia ciudadana de que el rumbo del desastre no cuenta con su voto y se le pone coto a la deriva autoritaria, se abrirá una ventana a un futuro mejor y venturoso.
por Guillermo V. Lascano Quintana
Nota publicada en La Nación, 8 de septiembre 2021