Por Ángel Medina

 

“Que animal tan feo es el mono y cuánto se nos parece.”  (Cicerón)

 

La teoría darwiniana es ampliamente aceptada  por la comunidad mundial. Ciertamente, la evolución no crea, pero la creación sí  evoluciona. Desde el comienzo (alfa) todo se dirige a su realización (omega). Caminar hacia adelante, desde el caos de los electrones, protones y neutrones que son contenidos en  los átomos, y que finalmente se convirtieron en estrellas y galaxias, hasta culminar en la hominización del mono. ¿Se corre el riesgo en nuestros días de haberse iniciado la “chimpanificación” del hombre?

 

¿Es devenir o retroceso el empobrecimiento anímico, es decir, todo lo que abarca la estética, la ética y los valores superiores? Porque un hombre no puede ser tal siendo inconsciente de ello, esto es, desconectado de sí mismo. Algo que puede suceder, bien por la carencia de determinados valores que él ha desechado y son necesarios para su maduración como persona, y también por la influencia que recibe desde el exterior.

 

En tiempos pretéritos  y presentes ha habido gente iletrada, inculta, palurda o zote, pero la ignorancia no se había exhibido como alarde. Hoy, sin embargo se corre el lance  de que la cultura sea usurpada por el oscurantismo ilustrado; la sexualidad  por el erotismo; los padres sean reemplazados por los tutores; la conciencia por el pasotismo; la familia por la juntera; la democracia por los partidos y la fe por las ideologías, creándose un vacío existencial. Hoy se  prescinde de la autoridad, y aquello de “lo que dice el Papa va a misa” se ha secularizado, y no digamos los consejos paternos, disolviéndose la autoría de la autoridad en no se sabe bien quién o qué. ” ¡Eso era en tus tiempos, mamá!”- suele escucharse- Hoy se discute con acaloramiento ideas que carecen en última instancia de fundamento, sin base para afirmarlas o refutarlas. Así, no es extraño que pueda escucharse de algunos- por poner un ejemplo-  que las leyes que rigen el universo son fruto del azar, y cuando se les arguye que por esa regla de tres recorten letra a letra una página del periódico y arrojen todas y cada una de las grafías al suelo, que digan qué probabilidades hay de que aparezca recompuesta tal y como estaba antes y la lean, nos dirán: ¡Venga, hombre, ¿cómo va a ser eso?!  ¿Y no es infinitamente más complejo lo primero que lo segundo?

 

En consecuencia cabría preguntarse: ¿la gente lee hoy o consume ideologías? Y si lo hace, ¿el qué?  Los sabihondillos han tenido acceso a la educación, pero no digieren los propios pensamientos y se dejan pensar por otros. La influencia que proviene de fuera- léase determinados medios de comunicación- los cuida con programas basura que acaban por embrutecer conciencias. Es tanto como antaño hiciera Roma con el pan y el  circo, proporcionando a su clientela un nulo crecimiento intelectual y por el contrario embotándole los sentidos. Y ¡oh, paradoja!, bajo la carpa del coliseo se va creando una nueva idiosincrasia bañada de progresismo en el que crecen los enanos que se constituye en la clase dominada y tele-conducida. “¡Repita usted conmigo-nos dirán- : esto es modernidad!”, y lo considerarán  un progresista.

 

Y así va a los que no se conforman con tan poco. Ya pueden haberse leído a los clásicos, desde Platón a Virgilio, pasando por Unamuno o toda la Generación del 98, o  un tratado sobre embriología, que les van a contradecir sin argumentos o con falacias, eso sí, sin pudor alguno. ¿Y qué razón darán? ” ¡Pues que lo digo yo!” O “¡Porque sí!”

 

Pero, también hay hombres enchufados que agonizan en su `propio desierto, tomándolo como oásis. Hombres anónimos conectados a infinidad de contactos que se vacían de sí para llenarse de “lo otro”. De todo eso que, no estando, está, no se sabe dónde ni para qué.

 

Siendo más fácil para la comprensión, podrá arrojarnos su identidad el retrato robot de cualquiera de ellos. Es aquel que busca la compañía solitaria o la incomunicación acompañada por una multitud invisible, con la diferencia de que puede oírles e incluso verles a distancia, pero no tocarlos. Es lo que el aliento a la voz: palabras ahuecadas que se llevan las ondas y aterrizan en cualquier lugar en el que se halle. De lo personal a lo colectivo y de la masa a la soledad. En el fondo es lo que busca: el descompromiso. La desconexión de sí,  anclado en un multiplicador, rehuyendo cualquier nudo gordiano que lo ate a su yo. Para ello se enchufa a una cosa llamada sistema operativo, convirtiéndose en una especie del cableado  del “Matrix”, y cuyo último engendro es el “Whatsapp”. Algo que crea adicción, necesitando estar conectado a cualquier hora, bien sea comunicándose con ajenos – incluso estando acompañado por propios- o cruzando un semáforo, desentendiéndose de  que puedan atropellarle.

 

Es necesario recobrar el yo perdido y abandonar tantas clavijas e influencias. De no hacerlo es fácil caer en la definición del hombre masa. Serlo o no serlo, la medida está en la dependencia de las conexiones y no dejarse abducir por  una cultura que nada aporta y sí vacía de valores. Información, ciertamente. Formación- consecuencia de lo anterior-, también. Pero todo esto para que se pueda formar su propia opinión, asumiendo lo que piensa. Nunca involucionar, porque eso conduce de nuevo al mono.

 

Y, concluyendo, ¿se han preguntado estas personas sobre la finalidad de su propia evolución? ¿Hacia dónde van? ¿Qué sentido tienen sus vidas?  Bueno sería que se plantasen a reflexionar. Porque, si no salen ellos al encuentro de esas preguntas, las preguntas se abalanzarán sobre ellos en el momento más inoportuno- incluido el último- sin haber entendido de su  devenir.

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