Extrañas contradicciones en las que incurren nuestros legisladores.
Por Antonio Las Heras
Una vez puestas las leyes en vigencia, estoy siempre dispuesto a respetar y ajustarme a dichas normas. Lo que no quita que, cumpliendo la tarea que corresponde a todo intelectual, me permita denunciar las extrañas (y, hasta me permitiría decir “perversas”) contradicciones en que en ellas se incurren.
Suelo preguntarme, ¿hay algo más importante para el ciudadano que ser el elector de quienes regirán los destinos de su país? ¿Es algo de poca monta elegir diputados, senadores… un presidente? Entiendo que todos habremos de coincidir que no son éstos menesteres pequeños. Por lo tanto se espera que quienes ejerzan el derecho de votar y elegir sean personas con algún juicio crítico formado.
Nuestros legisladores, hace algunos años, aprobaron la norma que permite votar a quienes cuenten con un mínimo de 16 años de edad. ¿No llama esto la atención? ¿Cuál es el fundamento demostrable por el cual un menor de 16 ó 17 años se encuentra capacitado para discernir sobre algo tan delicado como la elección de autoridades de su país?
Pero supongamos que cuenten en verdad con tal capacidad, ¿entonces por qué no se les permite autonomía para decidir sobre casarse, sacar pasaporte; o sea, decidir sus vidas en forma totalmente libre?
Pareciera que es así debido a que se presume que aún no está su consciencia suficientemente formada para ello.
Lo cual nos lleva al enigma sin respuesta de ¿por qué estas personas son consideradas menores para unas cosas y mayores para otras que son de enorme trascendencia para el presente y futuro de un país?
El lector informado agregará – lo estoy imaginando – que también ha sido un despropósito otorgar la mayoría de edad a los 18 años cuando desde todo enfoque científicamente sustentado esa persona está en plena adolescencia.
Ocurre que desde las ciencias humanísticas se ha coincidido en que la adolescencia, en la actualidad y desde hace años, se ha extendido hasta – poco más, poco menos – los treinta años de edad.
De manera que los legisladores han apoderado a los adolescentes – quienes se hallan en plena formación de su personalidad – en forma inversamente proporcional a lo que las investigaciones demuestran.
Para finalizar, la legislación vigente indica que si bien a los 18 años la persona es mayor de edad para tomar todas sus decisiones, en caso que decida estudiar su familia debe mantenerla hasta los 25 años de su edad. Cabe aclarar que en ningún momento se precisa qué amplitud ha de otorgarse a la palabra “mantener.”
Elegir siempre tiene consecuencias…