Oid ¡mortales! el grito sagrado:¡Libertad, libertad, libertad!
Oid el ruido de rotas cadenas:Ved en trono a la noble Igualdad.
En nuestro anterior editorial tratamos sobre el daño a la República y la desnaturalización de la auténtica democracia, por una oligarquía que ostenta su prepotencia en igual grado que su capacidad de auto absolución, con grave afectación de las libertades cívicas, sociales y económicas del demos, o sea de todos nosotros, el pueblo de nuestro sufriente país.
La reciente vergonzosos episodios no son sino actos simbólicos que traen a la superficie lo que es una secuela que pone de manifiesto la deformación estructural con que es ejercido el poder del Estado por quienes se encuentran encaramados en la mayoría de los cargos públicos de relevancia . En este caso, agregando al daño a las libertades, la derogación de uno de los valores más esenciales de nuestro pacto argentino: la noble igualdad .
Esta frase encierra en sí una extraordinaria riqueza, puesto que rescata del ideario occidental el valor de la fraternidad e igual dignidad de todas las personas, purificándolo del igualitarismo destructor que niega la diferencias, para rescatar a través del concepto de nobleza, la honra y el honor de elevar esa igualdad a su mayor grado posible de excelencia personal . Es la igualdad convocada al heroísmo, a la superación, a la lucha, al sacrificio y a la gloria para la conservación de la República y la libertad.
Que todos somos iguales en dignidad y derechos ante las justas leyes de la Nación, determina tal vez lo más fundamental de nuestras creencias republicanas. Este rasgo esencial, sin embargo, se encuentra exaltado en la canción patriótica que entonamos desde niños, tal vez sin la correlativa reflexión. con este calificativo de nobleza ,
Y es, por contraste, en la amarga poesía de Discepolín , que se hace visible la falsificación de este principio, que denosta el cambalache en que a veces nos mezcla la vida, donde “todo es igual, nada es mejor, lo mismo es un burro que un gran profesor”.
Es pues a contraluz que se hace visible el requisito que reviste de la debida dignidad a las buenas costumbres que enaltecen al ciudadano de una democracia republicana, y lo hacen merecedor de la herencia y pertenencia a nuestra “nueva y gloriosa nación” de los hombres y mujeres libres del Sur. Si todos por igual tenemos derecho al sufragio y aún al honor de los cargos públicos, todos por igual tenemos parejo deber de burilar la debida idoneidad y buena conducta que nos permita estar siempre dispuestos a asumir tales deberes , de defender, desde donde nos encuentren las circunstancias , la Patria y la Constitución, según nos garantiza la posibilidad de semejante dignidad. Y de asumir las responsabilidades y consecuencias de nuestros errores y transgresiones.
Y esto vale por igual para todos los habitantes, ya sean de antiguos linajes o de reciente llegada, descendientes de inmigrantes o de originarios, porque esta nobleza no se obtiene por ninguna “prerrogativa de sangre ni de nacimiento”, ni por mérito heredado, sino por la integridad lograda en el desarrollo de la personalidad cumpliendo libremente los propios deberes respecto de la comunidad, título este que otorga a todos y cada uno el seguro reconocimiento y respeto mutuo de los derechos y libertades comunes.
Todo este enmarañado dilema de hacer reales –para nosotros, para nuestra posteridad y para quienes habiten en suelo argentino– los valores de justicia, paz interior, defensa, bienestar y libertad, requiere abordajes múltiples y proporcionados a cada uno de los conflictos, bajo la regla republicana de la deliberación, el consenso y, en definitiva, el buen gobierno.
Cabe, no obstante, preguntarse y reflexionar sobre los activos rescatables y los instrumentos a utilizar. Si a la situación presente se ha llegado con los medios actuales, la respuesta primera, parafraseando a Alberdi, debe buscarse los cambios que hagan desaparecer todo vestigio de desierto de valores ,de anomia, violencia ,grieta y desprecio. Hay una enorme energía creativa que explica la capacidad de adaptación y sobrevivencia que nos caracteriza en lo personal y que, a veces, y por breve tiempo, se manifiesta también en lo colectivo. Se utiliza el término resiliencia, tomado de la psicología, para definir esta cualidad de sobreponerse a la angustia y a la adversidad, generando nuevas oportunidades y construyendo salidas. También en psicología se ha popularizado el concepto de que hay vínculos tóxicos que deben ser reconocidos y dejados atrás para crecer.
Para esto, es necesario, tanto en lo personal como en lo colectivo, romper ataduras, dejar atrás tutorías y relatos premoldeados, pertenencias o adscripciones carentes ya de sentido, para asumir un nuevo sentido común asentado en el trabajo, el respeto que no discrimina ,y una fraternidad que encuentre en el desafío el incentivo para la superación de los males aún presentes .
En suma debemos restaurar en su trono a la injustamente derrocada hoy, la noble igualdad.
por Roberto Antonio Punte