Se va notando, en estos tiempos, la tendencia, en quienes dicen ser receptores y orientadores de la opinión pública, principalmente los medios masivos de difusión (radio, televisión, internet en sus diferentes variantes) de criticar, a veces severamente, al gobierno nacional, pero también a los gobiernos afines a Cambiemos.
Eso está muy bien, por diversas razones. En primer lugar porque es el ejercicio de un derecho constitucional propio de la democracia republicana. En segundo lugar pues los gobernantes muchas veces se equivocan y cometen errores que no solo pueden sino que deben ser criticados.
Sin embargo hay que ser cuidadoso y prudente cuando los pocos que opinan, critican, con la pretensión de influir en el público generalmente poco informado, torciendo su pensamiento y hasta su voluntad, generando un clima hostil al gobierno.
Es prudente recordar que la voluntad popular ha sido, muchas veces, orientada por especuladores, inmorales o simples embusteros, alumbrando movimientos de masas o de forajidos capaces de torcer y hasta derrotar gobiernos legítimos o sembrando el terror.
También, debe decirse, que la voluntad popular debe ser esclarecida, el pueblo educado, las verdades dicha sin tapujos, para que se oriente hacia las paz y el progreso.
En 2015, se diga o no se diga, se especule con el silencio o con la exageración, la República Argentina estaba económicamente quebrada, socialmente empobrecida, militarmente indefensa, su seguridad colapsada y su destino era similar al de algunas naciones fallidas de libertades cercenadas, aliadas a proyectos extraños a nuestra historia e intereses.
El pueblo entendió ese estado y reaccionó votando por quienes se ofrecían como propiciadores de un cambio copernicano.
El nuevo gobierno, sin embargo, no hizo un balance de la situación heredada, tal vez porque le pareció imprudente sembrar de pesimismo la nueva administración o quizás suponiendo que la voluntad popular comprendería los sacrificios que sobrevendrían.
Y comenzó a administrar el caos heredado, poniendo orden en algunas cosas y enfrentando otras más complejas o difíciles de abordar. Contó, para ello, con la colaboración de las fuerzas políticas opositoras.
Y créase o no, la Argentina comenzó a funcionar como una república, sin las taras del gobierno anterior, cambiando nuestra inserción en el concierto de las naciones, sin el monopolio del espacio radial y televisivo por los embates de los gobernantes de turno. Con alguna lentitud –porque se respetan las normas legales- se juzgaron y se siguen juzgando los atropellos de la anterior administración y sus secuaces.
El caos heredado era mayúsculo, todos lo sabían, especialmente quienes gobernaron hasta diciembre de 2015 y algunas de las consecuencias de poner orden son las que generan la dificultades presentes (persistencia de la inflación, ajustes tarifarios).
La opinión pública, orientada por los pronosticadores de catástrofes, que solo venden sus noticias sin son violentas, auguran derrotas deportivas o políticas y celebran las conflictos, parece haberse “enojado” porque los ciudadanos debemos pagar lo que cuesta la electricidad, el agua y el gas.
No voy a refutar esa tontería canallesca para centrarme en la reacción de quienes hasta hace pocos meses colaboraban con el gobierno en la sanción de leyes necesarias para corregir los entuertos de los que también fueron cómplices. Me refiero a la oposición justicialista.
Los justicialistas (neo peronistas) están especulando con que el humor social supuestamente negativo para el gobierno, los catapulte milagrosamente a triunfar en las elecciones de 2019.
Desde hace ya muchos años y en varias ocasiones, los justicialistas, en sus distintas variantes y vertientes, se han equivocado no solo en las desastrosas políticas que impulsaron; también en la apreciación de la voluntad popular y en la selección de personas para representar sus renacimientos.
Creer que “ordenando” el partido va a renacer como opción en las elecciones de 2019, es una expresión de deseos.
Pero también se equivocan ahora pues los argentinos recordarán los desaguisados cometidos por todos los gobiernos “peronistas” y sus nefastas consecuencias. Las jóvenes generaciones, sobre todo, valoran el orden, la educación, la justicia y los viejos pretendemos dejar un país mejor.
Pero además, la realidad económica es bien distinta de la que trasmiten los opositores y sus secuaces. La obra pública florece como nunca, generando trabajo y actividad, que además se refleja en mejoras tangibles para la gente. El producto bruto ha crecido como no sucedía desde hace cerca de un lustro. Las compraventas de inmuebles reflejan, al menos dos cosas, a saber: que la gente gana dinero suficiente para tomar hipotecas o que decide invertir sus ahorros en ello. La actividad comercial de bienes durables también ha crecido, tanto como el turismo local. La construcción, con sus efectos sobre el empleo y el comercio también ha crecido y sigue creciendo a tasas sorprendentes.
Con todas las dificultades de una situación heredada y muchas décadas de errores, violencia, demagogia y mentiras, tal vez haya llegado el momento de ponerle fin a etapas de atraso para lo que es imprescindible conocer y difundir la realidad y no las invenciones o especulaciones tendientes a desinformar e intentar tergiversar la realidad.