Tal vez sea porque no hay desbordes de bandas por la calles de Buenos Aires, porque la gente ha perdido el entusiasmo de otrora o porque, quizás, el público haya aceptado que no es correcto, ni legal, ni conveniente, invadir el espacio público y molestar al ciudadano común y corriente, lo cierto es que este fin de año pinta bastante razonable, en el aspecto señalado.
Pero no todo es color de rosa y ya se prepara la batalla por las elecciones de 2019, que son un sucesivo y casi constante ejercicio del sufragio, que nos someterá al discurso encendido durante todo el año. Es mejor, en todo caso, la palabra (aún la inútil) que la violencia callejera.
Sin embargo casi todo lo que sucede se lee o interpreta, por el periodismo barato y superficial, en clave de catástrofe: el precio del dólar, las decisiones judiciales, los escándalos artísticos, las frases o silencios de los políticos, las encuestas sobre el costo de la canasta básica, la cantidad de pobres, los homicidios, las cosechas, la producción de petróleo y cuanta otra cuestión se quiera mostrar en números y estadísticas, incluidas las que miden el favor o disfavor del público con los líderes, los eventuales y lejanos resultados de las elecciones y cuanta otra majadería se les ocurra a la frondosa imaginación de sus hacedores.
El resultado, conforme con esa pléyade de superficialidades de apariencia cataclísmica, sería la desaparición de la Argentina como sociedad organizada; lo que es mentira porque, entre otras cosas, aquí estamos, con nuestras virtudes y nuestros defectos y aquí estaremos, con nuestras virtudes y nuestros defectos.
Tal vez no crezcamos como deberíamos, tal vez administremos mal el gasto público, seguramente la educación podría ser mejor, al igual que los hospitales y las policías. Y tantas otras situaciones de las que nos quejamos casi constantemente.
Quizás no sepamos comportarnos civilizadamente como otras naciones (que también tienen su defectos), pero no tenemos disputas por razones raciales ni religiosas, la familia sigue siendo el núcleo basal de nuestra sociedad, recibimos ciudadanos de otras latitudes sin excesivas cortapisas, estamos en paz con nuestros vecinos y derrotamos a quienes quisieron imponer otro régimen político por la fuerza de las armas y el terror.
Y como si esto fuera poco poseemos un extenso territorio que produce alimentos en cantidades siderales, ríos caudalosos y vientos permanentes que generan energía, minerales abundantes, un litoral marítimo capaz de suministrar recursos pesqueros para consumo interno y exportación.
Tenemos una educación que podría mejorar y volver a los niveles de antaño, pero que aún genera ciudadanos instruidos e inteligentes que se destacan aquí y en el mundo y se suman a nuestras industrias, que tampoco son las mejores y tal vez haya que reconvertir y hasta eliminar, pero que dan trabajo y producen bienes transables.
Pero tenemos algunas lacras que hay que exterminar, a las que los economistas no les prestan atención y los políticos no se atreven a enfrentar por diversas razones; la principal: cobardía.
Hay jueces pusilánimes y miedosos, dirigentes empresarios delincuentes, legisladores perezosos e ignorantes, sindicalistas impresentables y corruptos, funcionarios públicos vagos y coimeros, policías inútiles, maestros ineficaces y fuerzas armadas diezmadas y denostadas. Y como se esto fuera poco una sociedad quejosa.
Todo se agrava exponencialmente y en un círculo vicioso cuando quienes creen tener derechos los ejercen de manera desmedida, merced, entre otras razones a no respetar el orden legal (justicia por mano propia, ocupaciones de predios, acusaciones públicas sin pruebas, etc.)
En fin no estamos tan mal como nos quieren hacer creer los que aspiran a gobernar a partir de 2019, ni tan bien como dicen quienes gobiernan ahora, pero a aquellos los conocemos y sabemos el fenomenal desaguisado que hicieron en todos los órdenes.
A quienes gobiernan ahora también los conocemos y con todos los defectos que tienen y con todos los errores que cometieron y cometen son infinitamente mejores que los anteriores. Se merecen otra oportunidad.