Roberto Antonio Punte
Que todos somos iguales en dignidad y derechos ante las justas leyes de la Nación determina tal vez lo más fundamental de nuestras creencias republicanas. Este rasgo esencial, sin embargo, se encuentra calificado en la canción patriótica con este adjetivo que entonamos desde niños, tal vez sin la correlativa reflexión.
Y es, por contraste, en la amarga poesía de Discepolín , que se hace visible la falsificación de este principio, que denosta el cambalache en que a veces nos mezcla la vida, donde “todo es igual, nada es mejor, lo mismo es un burro que un gran profesor”.
Es pues a contraluz que se hace visible el requisito que reviste de la debida dignidad a las buenas costumbres que enaltecen al ciudadano de una democracia republicana, y lo hacen merecedor de la herencia y pertenencia a nuestra “nueva y gloriosa nación” de los hombres y mujeres libres del Sur. Si todos por igual tenemos derecho al sufragio y aún al honor de los cargos públicos, todos por igual tenemos parejo deber de burilar la debida idoneidad y buena conducta que nos permita estar siempre dispuestos a asumir tales responsabilidades, de defender desde donde nos encuentren las circunstancias , la Patria y la Constitución según nos garantiza la posibilidad de semejante dignidad.
Y esto vale por igual para todos los habitantes, ya sean de antiguos linajes o de reciente llegada, descendientes de inmigrantes o de originarios, porque esta nobleza no se obtiene por ninguna “prerrogativa de sangre ni de nacimiento”, ni por mérito heredado, sino por la integridad lograda en el desarrollo de la personalidad cumpliendo libremente los propios deberes respecto de la comunidad, título este que otorga a todos y cada uno el seguro reconocimiento y respeto mutuo de los derechos y libertades comunes.
Todo este enmarañado dilema de hacer reales –para nosotros, para nuestra posteridad y para quienes habiten en suelo argentino– los valores de justicia, paz interior, defensa, bienestar y libertad, requiere abordajes múltiples y proporcionados a cada uno de los conflictos, bajo la regla republicana de la deliberación, el consenso y, en definitiva, el buen gobierno.
Cabe, no obstante, preguntarse y reflexionar sobre los activos rescatables y los instrumentos a utilizar. Si a la situación presente se ha llegado con los medios actuales, la respuesta primera, parafraseando a Alberdi, debe buscarse los cambios que hagan desaparecer todo vestigio de desierto ,de anomia, violencia y desprecio. Hay una enorme energía creativa que explica la capacidad de adaptación y sobrevivencia que nos caracteriza en lo personal y que, a veces, y por breve tiempo, se manifiesta también en lo colectivo. Se utiliza el término resiliencia, tomado de la psicología, para definir esta cualidad de sobreponerse a la angustia y a la adversidad, generando nuevas oportunidades y construyendo salidas. También en psicología se ha popularizado el concepto de que hay vínculos tóxicos que deben ser reconocidos y dejados atrás para crecer.
Para esto, es necesario, tanto en lo personal como en lo colectivo, romper ataduras, dejar atrás tutorías y relatos premoldeados, pertenencias o adscripciones carentes ya de sentido, para asumir un nuevo sentido común asentado en el trabajo, el respeto que no discrimina ,y una fraternidad que encuentre en el desafío el incentivo para la superación de los males aún presentes .