San Martín (1850-2020) / Belgrano (1820-2020) –
En el Bicentenario de la Declaración de Independencia, una encuesta popular, colocó a San Martín en el primer lugar del panteón de los grandes argentinos. Me cupo la responsabilidad de defender la prioridad de Belgrano en un concurso similar, en este caso por TV, que don Manuel y yo perdimos por un discreto margen. Los dos son en mi opinión los próceres fundadores de la nacionalidad argentina. Por otra parte, entre ellos no hubo rivalidades ni suspicacias. Ambos se valoraron mutuamente y sintieron la satisfacción de trabajar juntos en favor del incipiente estado rioplatense, cuyos límites geográficos todavía estaban indefinidos
Sin duda que hay razones valederas para que en un siglo en que todo se pone en duda, hasta las nociones primarias de patriotismo, el Libertador que cruzó los Andes en una campaña por la libertad, conserve su sitio de preferencia en el imaginario de sus compatriotas. También, que en el 200 aniversario de la muerte de Belgrano, en junio pasado, se reiteraran los elogios al creador de la bandera (confundiendo, eso sí, algunas de sus valiosas propuestas, pensadas en el marco de la Ilustración europea, con la actualidad posmoderna).
La relación entre ambos próceres constituye una gran lección para los argentinos actuales que nos encontramos perdidos en el laberinto de errores acumulados en sucesivas décadas. Tanto Belgrano, como San Martín, ordenaron el confuso proceso de las independencias; como militares ganaron batallas decisivas, perdieron otras y en todo momento se aplicaron a formar tropas disciplinadas que respondieran a sus mandos. San Martín logró que la provincia cuyana trabajara codo a codo con su gobernador para formar el Ejercito de los Andes. Belgrano consiguió que los tucumanos y salteños resistieran el avance de fuerzas poderosas. Sin embargo, lo más notable de ambos padres fundadores está en el bagaje previo a la instancia guerrera, fruto de su formación intelectual, de sus lecturas, de sus modelos políticos y morales, de sus convicciones. Todo esto contribuyó a dar una base sólida a las futuras naciones.
Sugiero en este aniversario leer las cartas que los dos próceres intercambiaron entre 1813 y 1819. Allí encontrarán los motivos que los impulsaban a pensar en la “dimensión americana” y una lección de respeto mutuo y de patriotismo, de singular utilidad en los días aciagos que atraviesa nuestra República.
Por María Sáenz Quesada