El arribo de los Fernández al poder fue una fecha sombría; el Estado fue engulléndose lo que encontró a su paso, sobredimensionando su barriga, con nacionalizaciones, dirigismo estatal e intervencionismo, acelerando el debilitamiento del sector privado. Es así como provoca consecuencias sociales que ya están a la vista, la dimensión de la deuda externa nos muestra su crecimiento.
El Gobierno convirtió en cómplices a funcionarios y empresarios para que no se lo pudiera delatar como promotor de un cambio institucional acorde a la mafia que gobernó tantos años. En nombre del bien de la comunidad trata de tutelar la justa distribución de la riqueza y la justicia social; el control de precios revela que el libre juego de la oferta y la demanda viene siendo sustituido por las decisiones burocráticas de los actuales funcionarios.
Pero no todo está perdido, hay una esperanza, a ella se están sujetando los que, de a poco, ven la realidad, se está formando lo que será un frente democrático que se opondrá al estatismo y colectivismo, al sistema de privilegios de empresarios ligados al Gobierno por pactos que evitan la competencia, generando ineficiencia y corrupción. Donde las transacciones dejan de ser libres o voluntarias, impera el salvajismo, en vez de la ley.
BARCO PESADO. El Gobierno navega en un barco pesado de ideologías que lo aparta cada vez más de la realidad haciendo notar que el Estado Benefactor, prefiriendo a ciertos sectores y marginando a otros, acarrea corrupción y pobreza, injusticia social. Existe más conciencia sobre la inconveniencia de las políticas populistas; tanta y reiterada frustración, está convenciendo a los argentinos de que no aporta progreso al país. Por otro lado, los argumentos que ofrecen los candidatos liberales, enfrentando esa política, obtienen cada vez más adhesión, están ganando la voluntad de los jóvenes, es bueno y contagioso, son el futuro si se los convence de que cerrar la economía a los mercados internacionales es regresar al Medioevo; no es posible buena medicina, investigar el espacio, desarrollar la ciencia y la técnica, incluso los increíbles entretenimientos que nos ofrece la sociedad de alta complejidad, sin la acumulación y concentración de capital.
No hay solución si no se deja atrás la política impregnada de populismo e intervencionismo, paternalismo y clientelismo, habrá que ir por otra que lleve hacia una sociedad abierta y una economía libre, que permita atraer inversiones y exportar a todos los países del mundo. A cada uno de los argentinos le cabe la responsabilidad de velar por su propia vida, no al Estado, permitir que extienda sus brazos lleva a perder la libertad, sin que nos demos cuenta, sin declamarlo a voces, los Kirchner, nos la está quitando vía controles de todo tipo.
Ricardo López Murphy, José Luis Espert y Javier Milei están proponiendo, en primer término, una radical reforma del Estado, ello no significa el abandono a los sectores más pobres, a los cuales se debe ayudar cuando es necesario, sino transferir a la actividad privada la producción y comercialización de bienes y servicios. Promueven reformas positivas en materia tributaria, rebajas de impuestos para estimular el ahorro y la inversión, acabar con el control de cambios; el altísimo riesgo país indica la devastación expropiatoria del gobierno, la economía estetizante, donde el valor de un bien se decreta según el humor político. Tendrán que batallar contra las mafias sindicales que tratarán de impedirlo, exigiendo reforzar el patrimonialismo y el clientelismo, enfrentar las críticas de sectores interesados en tener privilegios.
Es imprescindible que se explique los fundamentos de la economía capitalista para que se la preserve, tiene que entenderse que es la apropiada para obtener un próspero nivel de vida, que pueden sobrevenir crisis, retrocesos, pero que la única manera de salir es sosteniéndola contra viento y marea, sin abandonarla al primer inconveniente. Necesitamos una revolución liberal en la economía, la educación, las relaciones sociales, la cultura y la política.
No hay tercera vía entre el estatismo y el capitalismo, si se dejan de lado prejuicios y falsos dogmas, el sistema capitalista es la principal goma de auxilio que nos puede sacar del pantano. En Argentina no se entiende, es por eso que se deben rebatir los argumentos que la vieja política tiene en su contra, es un error, por ejemplo, afirmar que el capitalismo es salvaje, que se olvida de los pobres, una de sus principales características es la producción masiva por la cual ellos han podido acceder a millones de bienes a los que antes solo podían disfrutar los sectores altos. Para funcionar bien necesita la institucionalidad de la propiedad privada, de la paz, la reciprocidad y el cumplimiento de los acuerdos, en resumen, del Estado de Derecho. No puede sobrevivir sin la libre elección y poderes limitados, por eso, a pesar de sus imperfecciones, le es imprescindible la democracia.
Sus críticos parecen ignorar que el Capitalismo implica reinversión permanente, no vive de mercados controlados y por eso estáticos; el empresario capitalista reinvierte constantemente con la expectativa de acumular, reproducir su capital, concentrar capitales, lucha contra el proteccionismo, las reglamentaciones y las arbitrariedades del poder, protesta si el Gobierno lo molesta con controles de precios, impuestos distorsivos, e intervenciones arbitrarias. El empresario capitalista es muy diferente al que se liga al Estado, proteccionista, reglamentarita, estatista, que reclama intervenciones arbitrarias y prebendas políticas.
No, el sistema capitalista no tiene nada de salvaje, lo son los sistemas que llevan a la perdida de la libertad individual a una desigualdad enorme y a altos grados de pobreza: el socialismo, el nacional socialismo, los populismos nacionales, en todas sus formas, donde el Estado le hace sombra a la actividad privada, decide por los ciudadanos y anula la competencia y la creatividad.
Se debe aniquilar la mentalidad que nos aprisiona y nos hace caer en el mismo pozo. Para ello necesitamos un partido que una a las personas con pensamiento independiente, con líderes que obliguen a discutir los problemas y sus soluciones y den una lucha apasionada en el terreno de las ideas, que sostengan con tenacidad y altura, los principios liberales, luchen por liberarnos de las reglamentaciones que paralizan o dificultan inversiones, contratos, intercambios, precios, o deterioran el valor del dinero. También que se jueguen para que podamos gozar de libertad, para el usufructo de la propiedad, dentro de principios y leyes que respeten la integridad y el derecho de los otros. Los partidos no pueden ser reemplazados por los gremios, corporaciones, grupos de interés o instituciones, si ello ocurre toman un carácter corporativista que lesiona el pluralismo, la opinión pública, y la democracia.
El anti capitalismo nos ha impulsado a ser un país de segundo orden, en manifiesta decadencia frente a varios de nuestros vecinos, por ello hay que desenmascarar los prejuicios e inhibiciones que han perturbado la vida de los argentinos, durante décadas. La historia nos muestra como en Occidente el sistema capitalista permitió un mercado masivo, atacar la pobreza endémica, la ignorancia, las enfermedades, impulsor la ciencia y la tecnología, el arte y la filosofía, ofreciendo al mundo un mejor nivel de vida, con más posibilidades de realización personal.
Los argentinos tenemos que aprender, de una vez por todas, que la iniciativa individual, el espíritu innovador y la resuelta opción por la competencia, solo pueden existir y desarrollarse donde el poder político interviene lo menos posible en el mercado. Sin duda, la propiedad privada, la libertad, el individualismo, la creatividad y la democracia, están unidos al desarrollo de la economía capitalista.
por Elena Valero Narváez*
laprensa.com.ar, suplemento económico, 28 de febrero de 2022
* Miembro de Número de la Academia Argentina de la Historia. Miembro del Instituto de Economía de la Academia de Ciencias Morales y Políticas.