Se cumple el 170° aniversario de la fundación del primer gran club porteño y el autor reseña sus momentos de esplendor en épocas de la Organización Nacional.
Hace pocos días sugerí a Otro premio en la paredun amigo, Pablo E. Palermo, que habría que extraer los múltiples medallones que Vicente Fidel López trazó en su “Historia Argentina” a raíz de una biografía que está pronta a presentar sobre quien decía que era el “hermano del Himno”.
Muchos son recuerdos personales y otros, lo que oyó de la boca de su padre. Algo semejante sucede en “La Gran Aldea”, de su hijo Lucio Vicente, publicada en 1882 y definida como “un boceto lleno de gracia y de “exactitud caricaturesca”, si así puede decirse, de lo que era el Buenos Aires romántico, el Buenos Aires que apenas habían conocido en sus postrimerías los hombres que contaban con 40 años “pero cuyos últimos resabios suelen aparecer todavía aquí”, en alusión a la edición de 1909.
En esa caricatura de la obra no falta la ironía y varias veces menciona al Club del Progreso. En primer lugar recuerda que Buenos Aires “no era entonces lo que es ahora, la fisonomía de la calle Perú y la de la Victoria [Hipólito Yrigoyen] el centro comenzaba en la calle de la Piedad [Bartolomé Mitre] y terminaba en la de Potosí [Adolfo Alsina]”, donde se instalaban las tiendas que continuaban hasta Esmeralda. “Aquellas cinco cuadras constituían en esa época el bulevar de la façon de la gran capital”.
Para López desde esa mirada crítica “el Club del Progreso ha sido la pepinera de muchos hombres públicos que han estudiado en sus salones el derecho constitucional; literatura fácil que se aprende sin libros, trasnochando sobre una mesa de ajedrez…”. A la vez que los discursos sobre la libertad del sufragio que esta gente pronunciaba debían sugerirle una “mueca” a los cuadros de los hombres de Mayo que colgaban de las paredes de la sala.
Del Club, cuya biblioteca por entonces había adquirido un importante volumen, para los viejos porteños que nunca habían salido de Buenos Aires o para los jóvenes de la provincia era algo así como una “mansión soñada cuya crónica está llena de prestigiosos romances y en la cual no es dado penetrar a todos los mortales”. Aunque el llegar en carruaje a los famosos bailes obligaba a esperar unos minutos más para bajar “entre un grupo de hombres y mujeres que subían apresuradamente la escalera muellemente tapizada y adornada con flores y guirnaldas verdes”.
No es elogioso López con la cocina del Club ni con el comedor: “Entramos en el comedor que todos conocemos: un gran salón al cual le falta mucho para estar bien puesto. Aquella noche, Canale [el concesionario del lugar], como de costumbre, había formado la gran mesa en herradura con mesas centrales, y sobre ella, había levantado los mismos catafalcos de cartón y pastas de azúcar de todos los años. Se cena execrablemente en el Club del Progreso y el adorno de la mesa tiene mucho de lo de iglesia: los jamones en estantes de jalea, los pavos y las gelatinas cubiertas por banderas del mundo”.
Sin embargo el único club en ese momento de la sociedad porteña no era tan malo como lo pinta López, probablemente todavía influenciado por la vieja cocina criolla que empezaba a ser desplazada. Prueba de esto son algunos testimonios de las muchas comidas, como la que se le ofreció a comienzos de setiembre del 1903, al doctor Honorio Pueyrredon, nombrado catedrático de Procedimientos en la Facultad de Derecho, que reunió a numerosos colegas, fiesta que según “Caras y Caretas” resultó “digna del acontecimiento en el espléndido comedor del Club”. Otro banquete de ese año fue la comida que un grupo de caballeros ofreció a la artista tucumana Lola Mora, foto que recogieron el recordado Carlos Páez de la Torre y Celia Terán en la biografía de la escultora.
Los veteranos de la Guerra del Paraguay conmemoraban la batalla de Tuyutí con un banquete, cosa que hasta hace algunos años solían realizar sus descendientes. En mayo de 1920 los viejos camaradas se reunieron y “la presencia de los delegados uruguayos dio a esa grata fiesta, en la que se pone siempre de relieve la camaradería que une a los viejos servidores de la patria, lucidas proporciones”.
Al cumplirse hoy el 170° aniversario del prestigioso club, vaya este recuerdo junto a viejas fotos que evocan los episodios comentados y otros banquetes ignorados en una entidad que buscaba el progreso del país a través de la sociabilidad, y que fue emulada poco después por el Club del Orden en Santa Fe. Dos palabras, Progreso y Orden, en locales de esparcimiento y también de nobles inquietudes que señalaron rumbos en los destinos de aquel país que comenzaba a dar los primeros pasos en el camino de la Organización Nacional.
por Roberto Elissalde
* Historiador. Vicepresidente de la Academia Argentina de Artes y Ciencias de la Comunicación.