“El verdaderamente cuerdo es aquel que se considera un poco  loco. El loco es el que se considera completamente cuerdo”

 

El primer manicomio o centro psiquiátrico surgió a iniciativa de un fraile allá por el siglo trece. Entre los centros de internamiento se destacó el de “Bethlem”, verdadero manicomio de pesadilla, que llegó a convertirse en un zoo humano, al cual acudía la plebe londinense y previo pago de un chelín disfrutaba del espectáculo que les proporcionaban los vesánicos, mofándose del “cazamoscas”, de los que alardeaban de ser la moderna versión del  Gran Corso, mano en pecho, o del  que se explayaba discurseando ante una audiencia inexistente, en tanto babeaba y se refregaba los mocos con la manga de la camisa.

Tal vez considerando que sería bueno ofrecer una imagen de los internados acorde con los tiempos modernos, y teniéndose  en cuenta que una de las patologías del amplio espectro de las enfermedades mentales son los trastornos que afectan a la capacidad de pensar, se convocó un certamen  entre distintos hospitales para coronar  al más cuerdo de entre los locos. Asesorados por un eminente alienista, decidido defensor del humanismo mas actualizado, que proclama la autonomía del hombre en cuanto a su capacidad de entender y albedrío en el obrar, el jurado estaba constituido por tres representantes de la moderna mundanidad. La Ciencia, aval del progreso y garante de la suficiencia del hombre. Porque, ¿qué es el hombre sino progreso? ¿Y no es el progreso la seña de identidad de su autosuficiencia? La Política, poder constituido para hacer posible el desarrollo próspero y libre  de los pueblos, valedores y validos de las democracias. Y también los gurúes  de la mente,  émulos freudianos tutores  de la orientación del comportamiento. Los impulsos que condicionan al hombre, tratando de explicar a partir de ellos su naturaleza.

El primero en intervenir fue un viejo comunista en favor del proletariado. Su  propuesta consistía en dar a todos por igual, hasta cubrir sus necesidades. Algo que, en contra del Derecho Romano el propio Marx debió entrever en las primeras comunidades, allá por el siglo primero.

El segundo interviniente era un neurocirujano, el cual propuso introducir en la cabeza de cada cual un chip conteniendo  suficientes  conocimientos como  para valerse en la vida, evitando así el esfuerzo del aprendizaje, aduciendo que, al morir, todo el empeño se  pierde.

El tercero era un inconformista. Para él la sociedad era como los músicos de una inmensa orquesta, que para poder funcionar ha de ser regida por la mano experta de un conductor. La raíz de sus males estaba en que los partidos políticos que pretendían liderarla no podían, no sabía o no querían y finalmente todo eso repercutía en los sufridos votantes. Por eso, recomendaba que fuesen abolidos.

El cuarto había sido un jurisconsulto prestigioso, habiendo dedicado toda su vida a combatir el delito. Para él, sólo había una manera de imponer la ley: la punición. Era necesario sancionar todas las faltas por pequeñas que fuesen,  castigando con la máxima severidad cualquier tipo de infracción.

La quinta interviniente era una genetista y planteó algo atrevido: la creación del “hombre a la carta”. Ya no habría necesidad de aceptar la mediocridad o lo inaceptable, garantizándose mediante la selección genética (recordó los éxitos conseguidos con la clonación animal), pudiendo engendrarse  genios en cualquier disciplina, en un abanico que cubriría desde  la ciencia hasta el arte.

El sexto participante era un pensador y adujo que los que eran considerados como perturbados (en realidad, perturbadores sociales) debían de salir fuera, y los tenidos por cuerdos pasar a ocupar su encierro. De esta manera, el mundo progresaría.

El último de todos era  un Pastor. Un hombre eclesiástico. Y su propuesta fue breve, limitándose a recitar el Salmo 27.

El  tribunal  se retiró a deliberar. Al cabo, regresaron y el Presidente hizo uso de la palabra, recogiendo el sentir de cada uno de sus miembros.

  • ¿Qué es la sociedad sino el conjunto de todos y cada uno de los hombres?- introdujo el sesgo. Y para acabar de perfilarlo, añadió- Si existen estos hospitales son para velar por la integridad del pensamiento, y por tanto de lo que representa y es el hombre. ¿Por qué?

Sus compañeros de mesa respondieron al unísono.

  • Porque el hombre es la medida de todas las cosas y de sí mismo.

Después, consultó unas notas y desgranó su contenido.

  • La primera de las propuestas no es aceptable. Si se le da a todos por igual, nadie querría esforzarse y acabaría paralizándose la marcha del mundo.

La segunda, al no tenerse necesidad de aprender moriría la creatividad. La sociedad quedaría atrofiada. ¿Cómo se enfrentaría el mundo a los nuevos retos?

En lo que respecta a la tercera, algo es cierto, y es que la “clase” política no responde a las expectativas que le han sido confiadas. Pero, si prescindiésemos de ella sobrevendría el fin de los sistemas democráticos Sencillamente, se impondría el anarquismo, donde cada cual pretendería hacer valer sus propios intereses. En suma, desorden y enfrentamiento.

La cuarta propuesta sería una disuasión para los delincuentes. Pero, aplicada en su justo término, es decir, castigarse  con severidad cualquier falta, desde la más insignificante a la más grave obligaría a aplicarse la Ley del Talión. Todos se convertirían en reos. ¿Quién quedaría exonerado de culpa?

Un hombre a la carta es la quinta. Sin embargo, los “genios” se impondrían a las masas, erigiéndose en sus amos, acabando por considerarlos como propiedades de las que disponer. Equivaldría   retornar a la esclavitud.

La sexta nos plantea varios  dilemas. ¿Es realmente justa la sociedad apartando de ella a los que disienten en sus pensamientos? ¿Los pacientes son desequilibrados  o  personas que gozan de ingenio? Si retornasen al mundo y su lugar lo ocupasen los que están fuera, ¿dónde cabrían tantos? ¿No habría de convertirse el planeta en un inmenso  manicomio? ¿Y acaso no lo es? ¿No será preferible dejar las cosas como están, y que unos cuantos paguen su ápice de cordura por la locura del resto? Sencillamente sería imposible.

Todas las propuestas  han sido evaluadas, y cada una de ellas contiene la posibilidad de lo imposible, viniendo a demostrar cómo el pensamiento humano se mantiene en aquellos que son denostados por los que se erigen como sensatos. Por eso, nosotros preferimos decir que son diferentes.

Hizo una pausa y prosiguió.

  • Sin embargo, es la aportación bíblica la que nos ha hecho cavilar. En tanto que se señala como “anormalidad” los diferentes raciocinios que establecen los hombres entre ellos (de ahí la justificación de estos centros), donde realmente la reflexión corre el riesgo de zozobrar, y entonces, producirse la desestabilización del individuo, es cuando  subdelega su responsabilidad de serlo. El salmo dice así:” De ti ha dicho mi corazón: busca su rostro”. Estas palabras constituyen una verdadera carga de profundidad, contrariando lo que es la criatura moderna, configurado a imagen de la sociedad actual que él ha creado, en la que puede palparse el influjo de la Ciencia, la Política y el análisis del Pensamiento que vienen a afianzar su emancipación. Avalar el recto conocimiento de las cosas. Garantizar los recursos y la convivencia social.  Velar por la correcta orientación de las facultades del intelecto. En una palabra: libertad. Buscar la respuesta fuera de sí significa entregarse a lo que no ve. Renunciar a  ser independiente. ¿Qué si no dice esa búsqueda desde   su corazón? ¿Qué si no, además de la capitulación que conduce al  vasallaje?  ¿No es el hombre libre? Los planteamientos precedentes, aunque desestimados, eran exponentes de hacer crecer al sujeto, pero éste viene a chocar frontalmente y lo afrenta, haciéndole dependiente acerca de algo que no puede demostrar. Es por lo que declaramos a su autor enajenado, sin posibilidad de recuperación, debiendo permanecer encerrado el resto de sus días. Antes de ser aislado, si lo desea puede hacer el alegato que considere oportuno.

El clérigo, mostrando serenidad, respondió:

  • El hombre somete a la tierra a través del conocimiento, pero este mismo entendimiento no le hace conocerse a sí mismo. ¿Qué le responde la ciencia acerca de su origen y de su fin? Por eso, debe elevar su discernir más allá de lo que alcanza a ver. Hacia el “Misterio” que todo lo sostiene. En la medida que lo haga, con humildad y perseverancia será capaz de captarlo. Porque, a fin de cuentas no es el progreso, ni las normas dictadas por la sociedad, ni siquiera  la razón pura lo que rige el sentido de los hombres, sino el instinto de vivirse. Algo que, tanto en el presente, para norma de su conducta, y en el futuro, como respuesta a sus aspiraciones, necesita.

Aquello era demasiado. El director chasqueó los dedos y al punto se lo llevaron  en volandas dos fornidos enfermeros. Era evidente que en aquel  concilio de los locos no había ningún ganador, pero sí un claro perdedor.

Por Angel Medina