Por Armando Ribas
Es requerido analizar lo que pasa en el mundo ante la verdad que muestra la historia, que como reconociera David Hume, es un aprendizaje. En ese sentido es igualmente requerido el tomar conciencia de que la historia en el orden político muestra la validez del empirismo como prueba de la razón. La problemática existente es universal y al respecto me atrevo a considerar en primer término, que ya Aristóteles había tomado conciencia de la misma al decir que la democracia era la destrucción de la república. Y siguió: “cuando el pueblo se hace monarca, viola la ley y se hace déspota, y desde entonces los aduladores del pueblo tienen un gran partido”.
Un error pendiente respecto al análisis de los problemas políticos que se enfrentan es la pertinaz creencia de que los mismos dependen de la cultura. Recordemos en primer término la historia argentina. ¿Qué cultura tenía Argentina en 1853 cuando tenía 800 mil habitantes y un 80% de analfabetos? No obstante esa realidad a principios del siglo XX había dado un salto cósmico en la historia y había pasado a ser uno de los primeros países del mundo y tenía 7 millones de habitantes y solo un 25% de analfabetos.
Volvamos a recordar que, como lo expuso William Bernstein en su The Birth of Plenty, hasta hace unos doscientos años el mundo vivía como vivía Jesucristo. Fue en Inglaterra donde se inició el progreso a partir de la Glorious Revolution de 1688 inspirada en las ideas de John Locke, que había propuesto: “Los monarcas también son hombres, por tanto se requiere limitar las prerrogativas de los reyes”. Asimismo defendió el derecho de propiedad privada y el derecho a la búsqueda de la felicidad, que consideró el principio fundamental de la libertad.
Y ese proceso se inició en un país en el cual de acuerdo a David Hume se vivía la siguiente realidad: “Los ingleses en aquella era estaban tan completamente sometidos que como los esclavos del Este admiraban aquellos actos de violencia y tiranía que se ejercía sobre ellos y a sus propias expensas”.
Esos principios de libertad fueron llevados a sus últimas consecuencias en los Estados Unidos, que a partir de la aprobación de la Constitución de 1787, el Bill of Rights de 1791 y la decisión del Judicial Review de 1803, en cien años pasó a ser la primera economía mundial. Y ese proceso tampoco dependió de la cultura americana como lo reconoce en primer término Alexander Hamilton que en The Federalist Papers escribió:
“Podemos decir con propiedad que hemos alcanzado la última etapa de la humillación nacional. Hay escasamente algo que hiera el orgullo o degradar el carácter de una nación independiente que nosotros no experimentemos”. Y el segundo presidente de Estados Unidos, John Adams, dijo: “Le tengo más miedo a las posibilidades de gobernarnos a nosotros mismos que a todas las flotas extranjeras del mundo”.
Siguiendo en ese rumbo incierto fue en Estados Unidos donde se desarrolló el sistema que cambió la historia del mundo, y al que denominó el Rule of Law. Y recordemos al respecto que John Locke dijo: “Lo que importa no es la ley sino qué ley”. Y ese sistema es la antítesis de la democracia tal como lo reconocieron los Founding Fathers. Y en primer término James Madison escribió en la Carta 51: “Si los hombres fueran ángeles no sería necesario el gobierno. Si los hombres fueran a ser gobernados por ángeles, no sería necesario ningún control externo ni interno será necesario. Al organizar un gobierno que va a ser administrado por hombres sobre hombres, la gran dificultad yace en esto: Usted debe primero capacitar al gobierno a controlar a los gobernados; y en segundo lugar obligarlo a controlarse a sí mismo. La dependencia en el pueblo es sin duda el primer control al gobierno; pero la experiencia ha enseñado a la humanidad la necesidad de precauciones auxiliares”.
Estos principios fundamentales se basan en primer término en el reconocimiento de la naturaleza humana. Y de los mismos surgió la necesidad de instituir el llamado Judicial Review que fuera definido por el juez Marshall en su decisión en el caso Marbury vs. Madison: “Todos los gobiernos que han instituido una constituciones escritas las contemplan como formando la ley fundamental y suprema de la nación, y consecuentemente la teoría de todos esos gobiernos debe ser que toda ley de la legislatura repugnante a la constitución es nula. Es enfáticamente la competencia y el deber del poder judicial el decir qué es la ley”.
Al respecto reconoció Adam Smith: “Cuando el judicial está unido al poder ejecutivo, es escasamente posible que la justicia no sea frecuentemente sacrificada a lo que es vulgarmente llamado política”. Más aun en reconocimiento a Locke estableció el principio que se conoce por la mano invisible: “Persiguiendo su propio interés él promueve el de la sociedad más efectivamente que cuando él realmente intenta promoverlo. Yo nunca he conocido mucho bien hecho por aquellos que afirman actuar por el bien público”.
Perdón por las citas pero las ideas de la libertad no las inventé yo y al respecto Richard Epstein escribió en CATO: “Los principios incorporados en la constitución liberal clásica, no son aquellos que operan en esta o aquella era. Son principios para todas las eras”. Y esta realidad es doblemente desconocida o desvalorada en la actualidad. En primer lugar por la falacia de la Civilización Occidental que como bien reconoció Ayn Rand: “La filosofía americana de los derechos del hombre nunca fue completamente reconocida por los intelectuales europeos”. Y recuerden la filosofía política angloamericana y la franco germánica son tan diferentes como el día y la noche.
O sea se ignora que de la angloamericana surgió la libertad y de la francogermánica el totalitarismo. El totalitarismo es la racionalización del despotismo, y a él contribuyeron Rousseau, Hegel, Kant y Marx fundamentalmente. En el siglo XX si hubiese sido por Europa el mundo sería nazi o comunista. Y como bien reconoció Peter Drucker: “Tan difundida y tan falaz como la creencia de que la Ilustración engendró la libertad en el siglo XIX es la creencia de que la Revolución Norteamericana se basó en los mismos principios que la Revolución Francesa y que fue efectivamente su precursora”.
Entonces la virulencia pendiente en el mundo y en particular en el mundo Occidental incluida América Latina es el prevalecimiento político de la izquierda apoderada de la ética en función de la falacia de la igualdad económica. Por ello como bien describe Fareed Zakaria en su artículo de Foreign Affairs el Occidente está en problemas, el populismo reina en Europa. Populismo de izquierda: Socialismo Y de derecha: Nacionalismo. Cuando los derechos son del pueblo o de la Nación nadie tiene derechos. Al respecto Alexander Hamilton escribió: “Un peligrosa ambición subyace bajo la especiosa máscara del celo por los derechos del pueblo”.
Si alguna duda cabe al respecto de esa realidad tenemos la evolución de la Unión Europea que en los últimos diez años en la medida que aumentaron el gasto público, dejó de crecer. La única que crecía un 1,7% por año era Alemania y este año tampoco crece. Cuando el gasto público crece y alcanza o supera el 50% del PBI se están violando los derechos de propiedad y consecuentemente cae la inversión que es determinante del crecimiento económico. Esa es la realidad del socialismo prevaleciente que ignora sus fracasos económicos y persiste en sus éxitos políticos basados en la demagogia.
Al respecto no puedo menos que repetir una frase diría genial de un argentino al que admiro, Juan Bautista Alberdi: “Hasta aquí el peor enemigo de la riqueza del país es la riqueza del fisco”. Y esa es igualmente la problemática que impera hoy en Argentina. El desequilibrio heredado por Macri fue el aumento del gasto público incrementado por el gobierno de los Kirchner y Macri lamentablemente en lugar de reducirlo desde el inicio de su gobierno lo aumentó. Hoy persiste la discusión al respecto del déficit y se ignora que como reconoció Friedman lo que importa no es el déficit sino el nivel del gasto que es el costo que paga la sociedad. Y para terminar me voy a permitir citarme: “Prefiero un gasto más bajo con un déficit más alto que un gasto más alto con un déficit más bajo”.