La grieta ha sido cavada por el miedo de muchos. No es un tema ideológico sino psicológico. Los que no están seguros de nada, excepto de imponer su voluntad, no pueden imaginar alguna forma para conquistar al otro que no sea a través de la agresión.
Puede ser física o espiritual y la historia de la Argentina, desde hace por lo menos noventa años, está dominada por esos personajes inseguros con dos perfiles: uno, que el tiempo se acabará rápido y si no consiguen su objetivo de inmediato perderán para siempre; y dos, no pueden explicar lo que quieren, sólo saben imponerlo. Este fenómeno expresa un fuerte sentido de inferioridad, de los que imaginan que triunfan –sub concientemente- solo a través de la violencia.
Este miedo no pertenece al mundo de los partidos o las ideas. Tampoco tiene nada que ver –es irrelevante- con izquierdas o derechas. Es solo patrimonio de las personas que lo encarnan, quienes buscan aliados y los consiguen para armar partidos, asociaciones, grupos de choque, militares o logias a los que les ponen distintos nombres, mientras consiguen gente –llamados intelectuales- que les escribe manifiestos y proclamas, en los que aparecen formas de la realidad, en donde aquellos que no piensan como ellos no existen.
¿Por qué noventa años? Porque desde 1930 hemos vivido la mayor parte del tiempo dominados por dirigentes que no podían esperar. Ejemplos: cuatro años de gobierno de Hipólito Yrigoyen que terminaba su segundo mandato en 1934 era como una eternidad. Después, la violencia de los débiles siguió hasta hoy, aunque haya habido más de un período transitorio de crecimiento, lo que indica que tampoco tiene que ver con resultados económicos. La simple estadística dice que la Argentina de hoy está muy por debajo de la de 1930.
En 1943 hubo un golpe de Estado en el que, para siempre, apareció Perón, que creía, como tantos que lo odian, que los problemas se solucionan con violencia. Porque el antiperonismo más cerrado, padece del mismo acto de debilidad: cerremos este ciclo aunque sea a golpes. Porque fue con golpes – de Estado – con los cuáles se pensó acabar con el peronismo.
Sugiero que cada uno siga la historia del lado que quiera. En cualquier parte están los débiles, quienes consideran que tratar de convencer al otro es un trabajo casi insalubre. Para ellos pareciera que en la Argentina es mejor tratar agresivamente los problemas. Dependiendo de la época, pegar un tiro o no dejar hablar. Hay que admitir que es más fácil, aunque no soluciona nada: porque deja heridos, rencores, venganzas. Aquellos que esconden su falta de fortaleza en la violencia, pareciera que es lo único que saben hacer.
En la Argentina de hoy aparecen una inmensa cantidad de distintas posiciones vinculadas a los temas más diversos: pandemia, economía, deuda interna y externa, pobreza, hambre, dónde debería estar la Argentina en el mundo, entre otros. En cada uno de ellos, aparecen opiniones distintas y pareciera que ése es el cuadro permanente de las diferencias.
Hagamos un ejercicio más simple: en un tablero imaginario pongamos de un lado los que están dispuestos a negociar, dialogar o acordar con los que piensan distinto. Del otro, los que no tienen otra forma de actuar que a los golpes, sean virtuales o reales, para imponer sus ideas. Esa clasificación va a agrupar a los dirigentes por su expresión de fortaleza al negociar o por n acto de debilidad al agredir. Pero esta división se parecerá más al país real que la otra.
por Hugo Martini*
Clarín, 16 de agosto de 2020
* es ex Diputado Nacional (PRO) y Director de Carta Política