La vida parece casual pero en realidad, es exactísima en su equilibrio. Fellini
Esa mañana advierte que sucede desde hace días. Ha tratado de justificarlo pero no encuentra forma de explicar.
Prestando atención escucha al termo tanque emitir leves tic-tac, como el de algunos relojes. Acercándose a la heladera -antes silenciosa- oye el rumor del mar en arrullo constante; a veces acompañan gritos de gaviotas, voces de chicos jugando en la playa.
La lista es variada. El reloj a pilas del living, por ejemplo, enmudeció de repente pero continúa tan exacto como antes. Alguna que otra lámpara insistiendo en encenderse de acuerdo a la faz de la luna la desorienta un poco: por estos días, sólo se puede esperar cuarto menguante; ni pensar qué sucederá cuando haya luna nueva.
A veces, si se apaga el aire acondicionado resuenan -a distancia- potros salvajes cabalgando hacia el horizonte.
Aunque nada de aquello la moleste debe admitir que no es usual. ¿Error? ¿Ilusión? ¿Mensaje a descifrar? ¿Locura? Se ha preguntado todo, casi todo. Semejante desarreglo es un enigma.
Lo cierto, es que su vida cambió.
Habitar distintos lugares de la casa equivale a perderse en el tiempo: relojes de péndulo, despertadores a cuerda, joyas diseñadas para alguien, herramientas de artesano, aun están en su memoria. Vivencias de entonces se enlazan a puro deleite.
En la cocina -abriendo la puerta de una heladera transmutada- la aguardan tiempos de ocio y de frescura: rumor de mar, eco de caracolas halladas en arenas blancas, grupo de jóvenes alrededor de un fogón playero.
Cuando acciona el control del split, al atardecer, encuentra caballos pastando al sol en pleno valle. Los imagina libres, sin montura, sin jinete. Libres. Se imagina en el suyo recorriendo -una vez más- senderos agrestes entre antiquísimas sierras grises, lilas, violáceas.
Si hacen más ameno su encierro ¿por qué renegar de esos momentos? Evidentemente, se han instalado para algo. No será quien los expulse.
Con amigos, guarda silencio. Espera que sean ellos quienes tomen la iniciativa para preguntar sobre las rarezas. Nada dicen. No registran o los gana el temor de parecer locos, vaya a saber.
Al tiempo -tres, cuatro meses quizás- aquello cesa. Su casa vuelve a recobrar una supuesta normalidad. Acepta, resignada. ¿Qué otra cosa puede hacer?
Eso sí: el viento nunca dejó de aullar en las ventanas…
por Nora Salgueiro
Buenos Aires, abril de 2021