Todo lo que la filosofía y las letras nos dicen sobre el suicidio

Aunque afirma que “nunca podemos saber a ciencia cierta por qué una persona decide voluntariamente quitarse la vida”, en “Miradas sobre el suicidio”, Hugo Francisco Bauzá bucea en la mitología, la historia y la literatura para tratar de entender lo inexplicable.

Pese a versar sobre el suicidio, la muerte autoinfligida, el libro de Bauzá es, en el fondo, una larga reflexión sobre la vida y su sentido, su misterio, y los distintos enfoques con que esta cuestión ha sido abordada, desde el clasicismo grecolatino hasta el existencialismo.

 

Doctor en Filosofía y Letras (Universidad de París IV, Sorbonne), Hugo Francisco Bauzá ha sido durante cuatro décadas profesor en la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA. En la Academia Nacional de Ciencias de Buenos Aire dirige el Centro de Estudios del Imaginario. Es autor de una docena de libros; su ensayo Virgilio, memorias del poeta acaba de ser traducido al alemán.

 

En Miradas sobre el suicidio (Fondo de Cultura Económica, 2018), Bauzá trata el tema con toda la delicadeza que requiere y a la vez de un modo amplio, profundo, erudito: un apasionante recorrido por el gran interrogante existencial. La apuesta de Bauzá es claramente “en favor de la vida”, pero también deja sentado su “respeto” hacia quienes toman la trágica decisión de poner un fin anticipado a sus días.

 

— Me llamó la atención leer en su libro la afirmación de Albert Camus de que todas las personas, alguna vez, han pensado en el suicidio, considerando que es un tema un poco tabú…

 

— Sí, Camus lo dice pero en realidad él apuesta fuertemente al no suicidio. Tanto en El hombre rebelde como en El mito de Sísifo explica que el hombre tiene la libertad de escoger no apartarse de la vida, en contraposición a la vieja línea que arranca de los estoicos, para quienes el suicidio es un acto voluntario, y el hombre, en determinadas situaciones en que el vivir se le hace complejo, opta por quitarse la vida.

 

Bachelard dice que el suicidio en el agua es un intento de recuperar a la madre, una vuelta al seno materno, al líquido amniótico

 

— Una primera gran división que se me presentó leyendo el libro es entre el suicidio patológico, es decir, de una persona psíquicamente perturbada, y el suicidio como actitud filosófica, es decir, la decisión de abandonar el mundo porque su sinsentido o por otros motivos, pero razonados.  

 

— El problema es que nunca podemos saber a ciencia cierta por qué una persona decide voluntariamente quitarse la vida. No hemos estado en el instante crítico en que ha tomado esa decisión extrema. Indudablemente, hay diversas historias. Hay quienes hablan de una patología suicida. Hay psiquiatras que hablan de un gen suicida. Pero creo que todo eso está un poco en pañales. Aparte, se escapa un poco de mi campo profesional que es la filosofía y las letras. Pero indudablemente hay otras razones de orden cultural, crisis políticas, económicas, religiosas, morales, que llevan a esa determinación. Por ejemplo, en la llamada Primavera Árabe, en el Magreb, encontramos casos de personas que se han inmolado de un modo horroroso, a causa de una crisis económica insoslayable. Melanie Klein sostiene que los suicidas son personas que han sufrido orfandad, particularmente materna, y cita numerosísimos casos. Uno emblemático podría ser el de Virginia Woolf, que a los 13 años perdió a la madre y a partir de ese momento, lo dice ella misma en sus diarios, comenzó a delirar. Empezó a tener visiones extrañas y eso fue recurrente, se lo ve en sus obras, hasta que termina suicidándose en el río Ouse. En ese sentido, Gastón Bachelard dice que el suicidio en el agua es una manera de querer recuperar a la madre porque es una especie de vuelta al seno materno, al líquido amniótico; el agua es el receptáculo donde, en el imaginario del suicida, estaría la imagen de la madre.  

 

Ahí aparece la idea del suicida como un personaje que recurre a la muerte por salvar su dignidad personal

 

— Mencionó a los estoicos. El planteo de los estoicos es racional. El hombre debe ser dueño de su muerte, decidir el momento, sobre todo por un tema de dignidad. No envejecer, no ser decrépito o eludir una situación en la cual su honra pueda quedar mancillada.

 

— Claro. Indudablemente, cuando digo estoicos, pienso básicamente en el clasicismo grecolatino, donde el caso más emblemático se da en el momento en que en Roma, la República deviene en Imperio, el cesarismo toma el poder y los republicanos se ven asfixiados, del grupo de los conjurados que asesinaron a Julio César, en los dos años subsiguientes al magnicidio, todos se quitaron la vida. Ahí aparece la idea del suicida como un personaje que recurre a la muerte por salvar su dignidad personal. La muerte sería un recurso extremo al cual ellos recurren frente a situaciones política y culturalmente afligentes. Los casos son muchísimos, pero cito el de Catón de Útica. O, un poco más tarde, en la época siniestra de Nerón, el de Séneca, a quien se lo manda a suicidar y él efectivamente se suicida, por un lado, para cumplir con la orden imperial. Pero si no se suicidaba, por ahí la pasaba peor. Así que hay un compromiso ético para consigo mismo, Los estoicos contradicen la versión idealista de corte platónico, donde órficos, neopitagóricos, están absolutamente en contra de quitarse la vida.

— Este “suicidio por honor”, es decir, para evitar una vergüenza, fue aceptado por mucho tiempo. Por ejemplo, el capitán de un barco que debía hundirse con él y no buscar salvarse, o un jefe militar tras una derrota.

 

— Sí, y se sigue dando. Cito el caso de (Yukio) Mishima, en Japón, el autor de estas obras tan singulares del nacionalismo japonés. Frente a una indignidad moral, porque no admitía el nuevo régimen de vida en Japón después de la Guerra, Mishima se corta el bajo vientre con una daga e incluso exige a uno de sus lugartenientes que después lo decapite. Una muerte con ribetes teatrales, espectacular.

 

— Eso también es llamativo: el suicida que monta una escena.

 

— Correcto, es espectacular. Y, en ese sentido, de espectacularidad del suicidio, yo recuerdo el caso de Heinrich von Kleist, el famoso poeta alemán, que junto con Henriette, su amada, deciden suicidarse juntos en un bosque en las inmediaciones de Berlín, y no se suicida por la amada sino que se suicida con la amada. Y eso signó una huella que tuvo muchos epígonos. Pienso, por ejemplo, en Stefan Zweig, el famoso novelista austríaco, que estando exiliado en Brasil, en Petrópolis, junto con su esposa, decidió también suicidarse. Y en sus Memorias alude justamente a la necesidad del suicidio para escapar a una depresión. Su mujer tenía cáncer, y además había recibido una serie de intimaciones de la conexión nazi en Sudamérica que le hacían la vida imposible.  

 

— Era el año 1942, ¿no?

 

— Correcto. Febrero del 42. Él logra huir del nazismo.

 

— ¿Diría usted que hay épocas más proclives a ese tipo de suicidios?

 

— Sí, es indudable. Después de la Segunda Guerra hubo un gran número de suicidios de orden político. En Italia el caso más emblemático en mi opinión es el de Cesare Pavese, que ante una desazón y la crisis espiritual en que estaba hundida Europa, se descerraja un tiro. Del mismo modo, podría citar el caso de Walter Benjamin, que se suicida en Portbou, en la frontera entre España y Francia, cuando pretendía pasar a España y de ahí a Estados Unidos. Pero en el instante en que debía cruzar la frontera cortaron las visas, y se encontró con que no le quedó otra alternativa, tristemente, que el suicidio.

 

Hay quienes se ahogan en ese mare magnum de guerras y horrores y no ven más salida que la muerte

 

— Ha habido tantos horrores en el siglo XX, que ha hecho el hombre, la Primera Guerra, la Segunda Guerra, después Vietnam, que hay un suicidio que surge de la contemplación de un mundo malvado. ¿Qué sentido tiene vivir si la maldad humana es infinita?

 

— Claro. Es como si recrudeciera la idea reflejada en un adagio latino: homo homini lupus, “el hombre es un lobo para el hombre”. Pero, gracias al acto de la cultura, uno suaviza ese aspecto salvaje y se convierte en un civilizado. Los errores que usted acaba de mencionar, primera y segunda guerra, nazismo, estalinismo, Vietnam y tantos otros, muestran que la pauta cultural está como obnubilada y hay quienes se ahogan en ese mare magnum y no ven más salida que la muerte. Supervivientes del nazismo, como por ejemplo Primo Levi, cuentan los horrores y la desesperación. En el caso de la ex URSS, tenemos las denuncias tremebundas que plantó Alexander Solzhenitsyn en Archipiélago Gulag. Es decir, se ve que el hombre no termina de lograr un equilibro. Pareciera ser que la naturaleza trágica está ínsita en su propio ser.

 

(Crédito: Santiago Saferstein)

 

(Crédito: Santiago Saferstein)

 

— También se ve a lo largo de la historia, respecto del suicidio, la otra línea; incluso contemporáneos a Séneca dicen “no, la vida hay que aceptarla como viene” ¿Diría usted que las personas que rechazan el suicidio como alternativa lo hacen por considerar que la vida no nos pertenece? Sea porque se crea en Dios o, como Camus que es ateo, que la vida es un misterio, algo que nos es dado, que no decidimos, entonces no nos pertenece y no tenemos derecho a segarla.

 

— Creo que pesan todas las ideas juntas. Por un lado, el teísmo. Es decir, sea cual fuere la religión, la vida nos ha sido dada por un ser mayor y uno no es dueño de ella y, consecuentemente, debe afrontarla. El judaísmo también veta el suicidio. El cristianismo, en el siglo VI, en el Concilio de Arlés, determinó que el suicidio era anatema, porque el hombre renunciaba a lo máximo que se le había dado que era la vida. Durante muchos siglos, el suicida estaba excomulgado del ámbito religioso, no se le podía celebrar misas, ni podía ser enterrado en campo santo. En la tradición judía, el suicida es sepultado extramuros o de espaldas al cuerpo central del cementerio por haber despreciado la vida. Después está el otro tema que es el misterio. Es decir, hay algo indescifrable desde el punto de vista racional. No sabemos por qué estamos en este mundo, ni cuál es nuestra misión, y hasta que no llegue el último día no podríamos tener idea de lo que ha sido nuestra existencia. La gran paradoja, es que quizás sepamos lo que es la muerte el día que muramos, y entonces ya no tendremos conciencia para analizarla.   

 

No sabemos por qué estamos en este mundo, ni cuál es nuestra misión, y hasta que no llegue el último día no podríamos tener idea de lo que ha sido nuestra existencia

 

— Es el famoso tema del absurdo de la existencia que lleva a algunos a postular el suicidio, y a otros, como Camus, que lo rechazan y postulan la rebeldía, la libertad.

 

— Más que la rebeldía está la libertad de escoger el vivir pese a las condiciones adversas, como Sísifo. Pese a que sabe que el castigo que le ha impuesto Zeus es injusto, él lo acepta. No porque se lo hayan impuesto sino porque él podría rechazarlo.

 

— La huelga de hambre hasta sus últimas consecuencias como fue el caso de los combatientes del IRA presos en Inglaterra, murieron varios de ellos, una inmolación voluntaria, que no es exactamente un suicidio ¿o sí? Es como un martirio, por una causa…

 

— Correcto, quizás sea esa la palabra.

 

— ¿Lo podemos considerar como una categoría de suicidio?

 

— Sí. Es un martirio, la persona se inmola en favor de otros. Es decir que habría una especie de justificación social, lo hace en función de otro. Es como el héroe. Los héroes que valen son aquellos que han ofrendado su vida en función de una causa social, no en favor de un individualismo extremo. Ahora, en todos los casos, los suicidas merecen, en mi opinión, nuestro mayor respeto.

 

— Algo parecido sucedió durante la Guerra de Vietnam, cuando monjes se inmolaban con fuego. Lo hacían también por los demás, no por un tema personal.

 

— Correcto, claro. Aparte está la creencia en otra vida. Es decir, en vivir esta vida no como un fin absoluto sino como un tránsito a otra esfera de la existencia y donde, eventualmente, hasta se piensa en posibles premios en un hipotético más allá.

— Usted también hace referencia a Aquiles, que se expone, corre un riesgo, sabiendo que está la posibilidad de morir. Pero no es un suicidio.

 

— No, indudablemente.

 

— Esa conducta temeraria, frecuente en tiempos de guerra, ¿no es también una forma de…?

 

— Los psicoanalistas hablan de suicidio inconsciente. Conozco una persona cuyo hijo se mató en un coche, y este señor maneja a altísima velocidad, como buscando un final parecido, habría un impulso energético, una “dynamis”, que lo lleva a cometer un acto, quizás como una forma de emular al hijo. Tal vez, en el caso de muchos de los que van a la guerra, pase eso. Aquiles sí sabe que puede escoger entre una vida opaca y larga o una vida corta y honrosa, y opta por lo segundo. Y justamente por esa causa, tres mil años después, podemos evocarlo.

 

— Está también la práctica de los combatientes clandestinos o los espías que llevan cianuro para tener la alternativa del suicidio para eludir la prisión o la tortura…

 

— Sí, castigos mayores.

 

— Entonces no es que la persona tenga tendencia suicida, pero es una opción.

 

— Es una opción de vida.

 

— Mejor morirme rápido, que morir…

 

— Claro. Es acelerar el proceso de muerte, quizás para evitar sufrimientos mayores.

 

— Mientras iba leyendo el libro, tuve la sensación de que no es tanto un libro sobre la muerte sino sobre el sentido de la vida, porque en definitiva el suicidio está relacionado en muchos casos al hecho de no poder encontrarle un sentido a la vida.

 

— Falta el horizonte. No hay luz.

 

— Entonces en realidad es un libro sobre el porqué de la vida. O las respuestas al enigma que no vamos a poder resolver por completo…

 

— Yo agrego también, muy brevemente, al caso de una joven, hija de unos amigos míos, llamada Delfina Tiscornia, muy buena poeta, que tiene un libro que concluye con la frase: “No me dejes sola cuando se hace noche”, y plantea la angustia del suicida, porque en el momento previo a morir se va haciendo una oscuridad absoluta en la cual no encuentra ningún resquicio por donde escapar. Y en el poemario está, de algún modo descripto, el modo como el suicidio se va anunciando, cosa que vemos muy bien en el caso de la poeta Sylvia Plath, que en La campana de cristal, su autobiografía, refleja cómo se fue produciendo la idea suicida en su vida.

 

— Me llamó la atención que ya en el siglo XVII se hablaba de que en ciertos suicidas o en ciertos depresivos, o melancólicos, existe un desequilibrio fisiológico y químico incluso. Y actualmente existe medicación que saca a la gente de ese estado…

 

— Angustioso. De todas maneras, lo sacan de un modo temporal, no definitivo. En el que tiene la idea suicida, es difícil erradicarla plenamente.

 

— ¿Dostoievski y Camus son los autores que más lo impactaron en este tema?

 

— No sé si los que más me han impactado, pero Dostoievski, en varias de sus obras, habla de suicidio lógico, del suicidio como una instancia suprema, necesaria cuando no hay resortes para vivir. Frente a Dostoievski, Camus se pone en la vereda opuesta, a pesar de que dice que el mayor influjo que recibió fue de la obra de Dostoievski.

 

Nadie sabe por qué usted está acá y yo estoy aquí; hay un imponderable que, pese al libre arbitrio de cada uno, nos ha citado en este mundo

 

— Lo llamativo de Camus es que se declara ateo y a la vez se opone al suicidio…

 

— Bueno pero el hecho de que Camus no tenga una visión teísta del mundo no significa que se ponga del lado contrario a la noción de misterio, porque hay un misterio de la existencia. Nadie sabe por qué usted está acá y yo estoy aquí, es decir, hay un imponderable que, pese al libre arbitrio de cada uno de nosotros, nos ha citado en este mundo. Por qué nací en Argentina y no en Somalia, ¿no?

 

— Algunos frente a ese imponderable plantean la fuga, el suicidio como una opción posible.

 

— Recuerdo el film Candilejas de Chaplin donde a una chica que intentó suicidarse, otro personaje le dice: “¿Usted se da cuenta de los millones y millones de átomos y moléculas que han tenido que combinarse armónicamente para que usted esté aquí? Y usted en un momento de arrebato… ¿qué derecho tiene a destruir todo ese caudal de mundo?” Porque uno no es la vida, pero es parte de la vida. Uno no es el mar, pero la gota de agua hace el mar ¿no? Entonces, ¿hasta qué punto uno es dueño de este cuerpo, que nos ha sido dado gratuitamente, incluso de manera inconsulta, como dicen los existencialistas.

 

— Usted ya hizo referencia al suicidio en pareja; también está el suicidio más colectivo, ¿no? Como el caso de Masada, una ciudad sitiada.

 

— Claro, sí. Aunque como en el judaísmo el suicidio está prohibido, la idea es que de los 40 que mueren en Masada en un hecho trágico durante la ocupación romana, cada uno fue matando uno al otro, hasta que no se sabe qué pasó con el último. Y está visto como algo de carácter sacramental y patriótico y tengo entendido que los soldados del Estado de Israel juran frente a Masada.

 

— Usted no hace un estudio sociológico del tema pero cita algunas cifras.

 

— Las cifras hay que tratarlas con cuidado. Pero hay una estadística llamativa, y es que gran cantidad de suicidios se han producido al alba. Como si después de una larga lucha durante la noche del suicida con sus fantasmas, al ver la luz y al no haber podido solucionar la lucha, es como si la llegada del alba le dice: “aquí ya no tienes lugar”.  

 

— No puede afrontar un nuevo día.

 

— Como epílogo final, digo que apuesto en favor de la vida y, reitero mi mayor respeto hacia todos los que voluntariamente escogieron una muerte apresurada.