Por Hugo Martini

 

Dice una vieja copla española que se repite, desde la familia a la política: “todo tiempo pasado fue mejor”. Sin embargo, nadie puede pensar que, en la Argentina, los últimos treinta años hayan sido un éxito. Pero al mismo tiempo se produjeron tres hechos, altamente positivos, que no pueden dejar de mencionarse: (a) La inmensa mayoría “compró” la democracia como sistema de gobierno. La columna principal que sostuvo este cambio fue el radicalismo y su líder de aquel tiempo Raúl Alfonsín (b) Desde 1983, esa enorme fuerza política que es el peronismo  mutó a la democracia: por eso el kirchnerismo fue un serio intento – bajo otro disfraz – de volverlo a 1946 y (c) desde los lugares más imprecisos e insospechados de la sociedad acaba de surgir una fuerza política que rechazó el debate sobre las ideologías y las personas y focalizó su interés sobre las cosas: seguridad, trabajo, educación, narcotráfico, cloacas, luz eléctrica, agua corriente.

El rechazo al debate ideológico no es definitivo. Porque se ha votado también por la defensa de las instituciones y la libertad de expresión, la reconstrucción del tejido social y la seguridad individual y jurídica. Porque es demasiado lineal, una forma de escapismo, vincular el derrumbe argentino con las ideologías. La definición electoral del domingo 22 tiene poco que ver con un enfrentamiento, entre “izquierda progresista” por un lado y “derecha liberal”, por el otro. Los dirigentes ineficientes y corruptos presumen actuar en nombre de alguna de ellas y son acusados en nombre de otras, porque una sociedad política sin ideas tiene que vestir de alguna manera sus liderazgos desnudos.

La única definición necesaria es la de saber dónde estamos parados con respecto a la Sociedad y el Estado. La enorme paradoja es que en los últimos treinta años, mientras el Estado intervino como nunca en nuestra vida cotidiana, hemos perdido al Estado. Existe, además, una idea muy simple y verdadera que se presenta como contradictoria: la sociedad de la libre iniciativa y de igualdad de oportunidades necesita, al mismo tiempo, de un Estado fuerte.

Cambiemos es, de alguna manera, una apuesta doble. La primera dice que el pasado 10 de diciembre no empizó la historia argentina. Desde hace más de setenta años con la llegada de cada nuevo gobierno, nacía otro país. O sea, no se distinguía entre actos positivos y negativos de los gobiernos que se iban, ni – en general – existía responsabilidad por lo compromisos asumidos por el anterior. Dicho de otra manera: los Kirchner no inventaron los males, los llevaron al colmo, que es una cosa distinta.

La segunda apuesta es no mirar para atrás. El ejemplo que sigue es muy antiguo pero vale la pena recordarlo. El Acuerdo de San Nicolás de los Arroyos en 1852 – que es el origen de la Constitución de 1853 – fue suscripto por los gobernadores provinciales. En ninguno de sus 19 artículos puede leerse referencia alguna al gobierno de Juan Manuel de Rosas que acababa de ser derrocado: están escritos mirando hacia delante, decidieron no discutir con el vencido. Los tiempos, los nombres y las historias cambian, pero sería una buena idea seguir ejemplos como éste.

 

 El autor es Director de Carta Política y ex Diputado Nacional (PRO)