Discurso del socio del Club del Progreso  Dr. Román Frondizi en el acto de homenaje al Presidente Arturo Frondizi, realizado en el Circolo Italiano de Buenos Aires,  al cumplirse un nuevo aniversario  de que asumiera la Presidencia de la República.

 

Señoras y señores, queridos amigos,

 

El 1° de mayo de 1958, Arturo Frondizi juró el cargo de Presidente de la República ante el Congreso Nacional y dio su Mensaje inaugural, en cuyos primeros párrafos  sentó las bases de su futuro gobierno: sería regido por una idea moral, la reconciliación de los argentinos, y por la necesidad de impulsar el desarrollo nacional.

Estos objetivos no se podrían lograr ni por la acción de un partido ni por la de un hombre, sino por la acción de todos los ciudadanos, sostenida por  sus reservas morales y espirituales y por su decisión y coraje para lanzarse a la construcción del futuro.

Para ello, consideró indispensable eliminar los motivos de encono y los pretextos de revancha, y extirpar de raíz el odio y el miedo del corazón de los argentinos.

Los hechos que llevaron  a la caída de su gobierno y los posteriores a ella, hasta los de la actualidad, comprueban la  razón que  lo asistía en su enfática admonición.

Tras la ceremonia en el Congreso, asumió en la Casa Rosada y tomó juramento a sus ministros, sorteando todos los planteos y todas las presiones, anteriores y posteriores al comicio que lo había consagrado Presidente, que llegaron al extremo de que ese mismo día por la mañana, no supiéramos, ni él ni quienes lo estábamos acompañando en su casa, si la escolta militar que lo había venido a buscar lo llevaría al Congreso o a prisión.

Ahora bien, los valores que definieron la personalidad de ese ciudadano arrancan de lejos, tienen raíces profundas en la vida misma de un hombre que se llamó Arturo Frondizi y que llegó a ser Presidente de la Nación.

El los encontró en el hogar de sus padres, Giulio e Isabella, mis abuelos. Eran burgueses de Gubbio, ciudad milenaria de la región de la Umbria, Italia.

      Giulio fue un hombre del Risorgimento,  imbuido de las ideas de Giuseppe Mazzini.

      Liberal enragé, ateo y republicano.

Y claro, estas ideas lo llevaron a ser un acérrimo enemigo del régimen fascista, igual que todos sus hijos.

      Isabella  fue una católica ferviente.

Constituyeron un hogar  cuya larga vida se fundó en el amor, pero también en el respeto irrestricto por el otro, por su libertad, sus ideas, su fe.

Y si me he detenido en estas cosas es porque estoy absolutamente convencido de que de esa raíz entrañable nació el rigor moral, el amor por la libertad y el respeto por el prójimo, que fueron una constante en la vida del Presidente.

     Arturo Frondizi fue un presidente intelectual y político, como lo habían sido Mitre,  Sarmiento y  Avellaneda.

Fue un realizador, como Carlos Pellegrini.

Y fue un denodado defensor de la democracia,  como Hipólito Yrigoyen y Marcelo de Alvear.

 

Creía, con razón, que no bastaban la militancia y el estudio, tomados aisladamente para que la actividad  política sirviera al progreso del país en justicia y libertad.

Era necesario unir el pensamiento a la acción, la teoría a la práctica, notas todas que evocan la frase de Henri Bergson: “Actuar como un hombre de pensamiento y pensar como un hombre de acción”.

Como intelectual, se formó en  la investigación, en la lectura, que cultivó con pasión hasta sus últimos años, y en el estudio de los problemas concretos de la Argentina.

Como político, se formó en las filas de la Unión Cívica Radical, a la que se afilió tras la caída de Yrigoyen.

En ella hizo todo el cursus honorum: desde simple afiliado a presidente del Comité Nacional y candidato a Presidente de la República proclamado por la Convención Nacional de la UCR, así, a secas.

Antes, había conducido sin desmayos, tras el desafuero y posterior prisión de Ricardo Balbín de quien fue abogado defensor ante la Justicia Federal de La Plata, al famoso Bloque de los 44 diputados nacionales, con intervenciones parlamentarias admiradas por sus pares, amigos o  adversarios, aun los más enconados.

Se puso el partido al hombro en tiempos muy difíciles, en los que no se disponía  ni de radio, ni de prensa, ni de recursos, y recorrió el país sin descanso,  en todas las direcciones, en su propio automóvil o en el automóvil o la avioneta de algún amigo, viviendo en las casas de familia de los radicales que se sentían honradas en hospedarlo.

Algunas veces me invitó a acompañarlo y guardo de aquellas giras recuerdos imborrables.

Fue preso político once veces.

Defendió a los presos políticos ya desde la década del 30, cuando las revoluciones radicales del Tte. Cnel. Pomar y del Cnel. Bosch fracasaron y dejaron el tendal de detenidos.

       Ayudó a  los exiliados.

       Como Presidente de la Unión Cívica Radical dio el gran discurso del 27 de julio de 1955 por LR3 Radio Belgrano. Hacían diez años que la radiofonía estaba vedada a la oposición. Frondizi afirmó con claridad, y sin ofensas para nadie, que las bases morales, jurídicas y políticas para hacer posible la pacificación a la que había llamado el Presidente Perón, estaban en el respeto irrestricto a las libertades y garantías constitucionales, y explicó concretamente las soluciones que ofrecía su partido para los diversos problemas políticos, sociales y económicos del país. Las calles desiertas de las ciudades y pueblos de la República fueron el testimonio de la excepcional expectativa despertada por el discurso de Frondizi entre la población, que se reunió en sus casas, alrededor de la radio, para escucharlo.

¡Al día siguiente fue citado por el juez federal Gentile para que se explicara acerca del contenido de  su alocución!

El 1° de mayo de 1958 el Presidente Frondizi recibió al país en medio de gravísimas dificultades de todo orden,  que lo hacían poco menos que inviable.

A ello se sumaron más de 30 tentativas de golpe de estado, huelgas insurreccionales, actividad terrorista, complots internacionales –como el de los documentos cubanos- y una oposición política que, salvo excepciones, fue sistemática, rencorosa, cerril, e irracional. No pocos de sus exponentes  formaban parte del elenco estable del golpismo, como los definió aquel  gran ministro del Interior que fue Alfredo Vítolo.

En medio de semejante ambiente,  Arturo Frondizi llevó adelante durante su presidencia inconclusa, una obra de gobierno excepcional, hoy  ampliamente reconocida, que tuvo en el Estado de Derecho -que no existe si no se mantiene el orden público-  una base fundamental.

A instancia del presidente, el Congreso sancionó la más generosa ley de amnistía que se recuerde, se levantaron las inhabilitaciones políticas y sindicales, se devolvieron los sindicatos y la CGT a los trabajadores, y se derogaron leyes represivas de antigua y reciente data, entre ellas la ley 4144 llamada de residencia, que había sido utilizada como un instrumento de persecución política e ideológica durante muchos años.

El estado de sitio solo fue implantado por absoluta necesidad, ante la existencia de claras pruebas de violencia insurreccional, evidenciada por hechos manifiestos de sedición y de subversión, y no afectó la subsistencia del derecho a la crítica ni la más plena libertad de prensa.

En menos de cuatro años y en aquel  ambiente, el gobierno del Presidente Frondizi, acompañado lealmente por su Partido, la Unión Cívica Radical Intransigente, sus diputados y senadores, los gobernadores de las provincias y un equipo de colaboradores de primer orden, no solo reinstaló en el país  la vigencia del  Estado de Derecho. Estableció el Estatuto del Docente, la enseñanza universitaria libre y apoyó y financió como nunca antes a las universidades nacionales, cuya autonomía fue plenamente respetada, extremos éstos que deseo destacar especialmente al cumplirse el  Centenario del gran movimiento de la Reforma Universitaria.

Tras la sanción, a iniciativa del Presidente, de la ley de nacionalización de los hidrocarburos, Frondizi  libró y ganó la Batalla del Petróleo, alcanzando el autoabastecimiento en  tres años,  mientras los críticos de todas las layas se desgañitaban atacando esa política absolutamente exitosa.

En 1985 el Presidente Alfonsín, desde Texas, lanzó el Plan Houston, abriendo las puertas al capital extranjero para explotar hidrocarburos en nuestro país. La tan combatida política petrolera de Frondizi era renovada por Alfonsín, que así, venía a darle la razón.

El autoabastecimiento se volvió a perder durante la administración kirchnerista.

Ahora, después de   tres años y medio del gobierno actual, seguimos en veremos, esperanzados en Vaca Muerta, mientras el aumento de los precios del petróleo vuelve a atenazarnos por nuestra dependencia de la importación.

El gobierno de Frondizi también libró y ganó la Batalla del Acero, y el 25 de julio de 1960 se inauguró en San Nicolás el primer alto horno de América del Sur.

Junto con eso, se dio un gran y  fuerte impulso a la producción industrial en todos los órdenes y a la  tecnificación del campo –cuya producción estaba estancada a niveles de los años 20- a través del INTA y de CAFADE. Se pavimentaron de 13.000 km. de caminos.

Todas iniciativas y obras de gran trascendencia para la Nación y para las provincias.

Al recuperar la vigencia de las instituciones, el país recuperó también su prestigio en el plano internacional y el Presidente supo establecer sólidos vínculos personales con líderes de la talla de su S.S. Juan XXIII,  Eisenhower, Kennedy, De Gaulle, Adenauer, Nerhu, Gromiko, Andreotti, Fanfani, Terracini,  Kubistchek, Quadros, etc. Inauguró así la llamada “diplomacia presidencial” y amplió el horizonte de la política exterior argentina a India, China y Japón.

Si Arturo Frondizi me estuviera escuchando, estoy  seguro que a esta altura se habría fastidiado, me habría interrumpido y con tono seco me habría dicho: “¡Sí, pero es hora de dejar de hablar de lo que hizo mi gobierno en su tiempo, y en cambio hay que pensar y hablar sobre lo que falta por hacer, que es tanto!”

Y hubiera agregado: “Que a nadie se le ocurra invocarme para      recitar las soluciones de 1958 como un catecismo, infalible y suficiente, a aplicar sin más a los problemas concretos de 2019.”

Y, una vez más, hubiera tenido  razón.

Lo que sí interesa es el método y el espíritu que inspiraron la acción de gobierno de Arturo Frondizi.

      Porque han pasado 60 años desde que asumió la Presidencia, el mundo y el país son otros.

Hay nuevos riesgos, y nuevos problemas, que hay que estudiar y conocer para poder afrontarlos y resolverlos.

      Se vive en la era digital, en la era de la revolución del conocimiento y de la genética, en la era de la robótica, de las comunicaciones.  Quien quede atrapado en la brecha –países o personas- resultará marginado.

       Mientras tanto, desgraciadamente, en Argentina estamos ensimismados en una discusión surrealista  sobre el pago de  la cuenta de la luz y del gas, mientras nos agobian los records de gasto público y de presión impositiva, y una inflación endémica, en un contexto económico que unido a la incertidumbre política y a la pésima performance argentina de  décadas, aleja a la inversión productiva nacional y extranjera.

Los problemas del país, que son serios, graves, y reiterados hasta el aburrimiento, solo podrán ser resueltos ejecutando una política realista, impulsada por una capacidad de hacer que supere a la costumbre de opinar y sustentar discusiones de museo.

Una política constructiva que supere la actitud mental predominante entre demasiadas personas de la así llamada clase dirigente, que oscila entre la soberbia verbal, la ineptitud y una inercia resignada.

Argentina exige dramáticamente conocimiento, inteligencia, políticas de estado de verdad, medios adecuados a los fines.

      Y además, una acción consecuente del Gobierno, que convoque a todas las fuerzas interesadas en el progreso del país a un gran Acuerdo Argentino, sobre la base de un programa de desarrollo y estabilización, y no de mero ajuste que no entusiasma a nadie, un programa claro y concreto con sentido nacional, que sea capaz de despertar la esperanza colectiva.

Arturo Frondizi ejerció la Presidencia hasta el 29 de marzo de 1962, en que fue derrocado por un golpe cívico-militar, que empezó a gestarse ya antes de que asumiera el gobierno, cuya ejecución corrió por cuenta de un grupo militar minoritario y ofuscado, incitado por aquellos políticos opositores que formaban parte del elenco estable del golpismo.

La justificación final del golpe fueron los resultados de las elecciones de marzo de 1962.

Los golpistas, que estaban absolutamente histéricos, decían que esos resultados abrían las puertas al regreso del peronismo.

Falso, porque el partido del Presidente, la UCRI, ganó las elecciones a nivel nacional con el 25,2% de los votos, y la UCRP alcanzó el 18,7%. El peronismo logró el 17,8% mientras el resto se lo dividieron distintos partidos, desde los conservadores a los socialistas.

Salvo la UCRI que se mantuvo firme junto al Presidente, los partidos más importantes de la oposición -con excepción, dicho sea en honor a la verdad, de los peronistas, que advirtieron, aunque  tarde, el abismo al que se precipitaba el país- se negaron a cualquier solución que no fuera destituir al Presidente.

      Era lo que se habían propuesto y lo lograron

Cometido ese verdadero crimen contra la Nación, que deshonró a quienes lo instigaron y a quienes lo ejecutaron, la Argentina se precipitó en una caída sin remedio en la decadencia y en la violencia más creciente y espantosa.

Señoras, señores, queridos amigos,

El sueño de Arturo Frondizi -y su accionar de gobierno- fue el de la República democrática, la Nación desarrollada, el país moderno,  la cultura,  el progreso y  la unidad nacional construida sobre la base del reencuentro de los argentinos.

Su sueño, que evoca al sueño de Alberdi, está incumplido.

Renovemos su convocatoria, que debe arrancar del fondo del alma argentina, y mantengamos encendida la antorcha que prendió Arturo Frondizi, que nos ayudará a alumbrar  el camino a recorrer.

*Jurista, camarista federal ®, ex conjuez de la Corte Suprema, ensayista.