Por Carlos Penelas
Reproducimos, a continuación, el discurso pronunciado por Pablo Palemo, vicepresidente del Instituto Sarmiento de Sociología e Historia, en el homenaje a Domingo F. Sarmiento realizado ante su tumba situada en el cementerio de la Recoleta de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, el pasado domingo 11 de septiembre.
Sr. Presidente del Instituto Sarmiento de Sociología e Historia, Dr. Rafael Sarmiento.
Sras. y Sres.
El Instituto Sarmiento de Sociología e Historia honra hoy, domingo 11 de septiembre de 2016, la figura de Domingo Faustino Sarmiento, al cumplirse 128 años de su muerte. Y lo hace aquí, en el Cementerio de la Recoleta, junto al magnífico sepulcro que encierra sus restos, sepulcro cubierto de bronces, símbolo de la gratitud nacional hacia quien también es conocido como el Maestro de América.
¿Qué puede decir el orador sobre Sarmiento en esta mañana? ¿Con qué palabras homenajear al gran político y literato argentino? El respetuoso silencio de este lugar conviene. Conviene la presencia de todos ustedes, los minutos en que fluyen las palabras.
La amistosa sombra de Sarmiento, creo yo, nos acecha. La Argentina guarda sus lugares, sus cosas, sus objetos.
La Casa Natal de San Juan, obra de Doña Paula Albarracín, la abnegada madre inmortalizada en Recuerdos de provincia.
La humilde escuelita de San Francisco del Monte de Oro, provincia de San Luis, donde el niño Domingo enseñara a adultos las primeras letras.
Su casa de la calle Cuyo, actual Casa de la Provincia de San Juan y sede de la Asociación Sarmientina.
Pero Sarmiento también se yergue en el Parque Tres de Febrero, modelo en su momento de espacio público, antigua sede del caserón de Rosas y del primitivo Colegio Militar de la Nación. Allí, la colosal estatua de Rodin ha inmortalizado al genio en su gesto y en su andar impetuoso, como si la vida siguiese en aquel que, según palabras de Martín García Merou, jamás conoció el cansancio ni la pereza intelectual.
El Museo Histórico Sarmiento, del barrio de Belgrano, atesora sus objetos personales, libros, archivo y escritos. Allí el estudioso se dirige a la fuente básica de todo historiador: los documentos, la vida de puño y letra. La Historia, todos lo saben, se escribe con documentos y yo creo que, no obstante la gigantesca compilación de las Obras Completas de Sarmiento, debida a su nieto Augusto, queda mucho por investigar del Gran Sanjuanino.
Sarmiento y sus lugares. Sarmiento y sus obras.
Hoy, 11 de septiembre, Día del Maestro, el patio escolar se engalanará con la Bandera Patria, las formaciones de alumnos y docentes, los discursos. Allí también está Sarmiento, porque junto a sus amados niños debe buscárselo. El severo retrato, el busto tutelar, los aplausos.
Creo oportuno enumerar sus clásicos, infaltables en toda biblioteca. Facundo, Recuerdos de Provincia, Vida de Dominguito, Viajes por Europa, África y América, De la Educación Popular, Campaña en el Ejército Grande, Argirópolis, De la Educación Común, etc. Sarmiento fue el primer comentarista de la Constitución sancionada en Santa Fe en 1853. Sus Comentarios son bien documentados con la doctrina constitucional estadounidense. Gustaba mucho del Derecho; su íntima frustración fue no haber obtenido el título de abogado, a diferencia de su rival Juan Bautista Alberdi y de su admirado Abraham Lincoln, humilde como él, leñador y barquero, y convencido antiesclavista.
Precisamente de la obra titulada De la Educación Popular, editada en 1849, y que recoge sus experiencias educativas en el extranjero, es el siguiente pensamiento, clarísimo y que vale la pena recordar en este homenaje: “Es la historia la parte de la vida de las sociedades que ha precedido al momento de nuestra existencia; y forma, por tanto, un complemento necesario de la vida intelectual, de la vida de un hombre civilizado”.
Sarmiento es parte importante de la historia argentina. Su figura, una de las más destacadas del siglo XIX, lo ha abarcado casi todo. Alguien le dijo una vez: “A Ud. sólo le falta ser porteño y ser cardenal”. Soldado en Caseros, concejal por la parroquia de San Nicolás, jefe del Departamento de Escuelas, ministro del gobernador Mitre, gobernador de San Juan, diplomático en los Estados Unidos, presidente de la Nación. Confiada la más alta magistratura, declaró que, por la memoria de su madre y de Dominguito, alzaría la piedra y la llevaría a la montaña. Con ello decía: escuelas, caminos, ferrocarriles, telégrafos, lucha contra el desierto.
Pero por sobre este extraordinario dedicarse a la política de su patria, sobresale en Sarmiento su condición esencial: maestro de grado, maestro de escuela. Luchó siempre nuestro hombre para que la educación contase con una partida específica en el presupuesto provincial o nacional. No debía educarse por caridad, sino para que los educandos fueran educadores el día de mañana. “Por cada escuela que se abre, se cierra una cárcel”, fue su sentencia.
En esta mañana de homenajes ha querido el Instituto Sarmiento de Sociología e Historia evocar al Gran Sarmiento junto a su tumba. Deseo concluir estas palabras con una expresión de Carlos Pellegrini, y que corresponde a un discurso político pronunciado en 1897: “Cuando la ingratitud pide el silencio y el olvido, la justicia reclama la palabra y el recuerdo”.
Brille para Domingo Faustino Sarmiento la Luz Perpetua, la Luz que no tiene fin.
Muchas gracias.