London, Whitechapel, 1888
Un poema de Beatriz Schaefer Peña
Señal certera la sonrisa
que me llevó al paraje.
Allí estaba
toda ella envuelta de crepúsculos
y yo, como mi tremendo sol a cuestas
¡quemándome! ¡quemándome!
No fue difícil apropiarse del engaño,
blandir el bisturí encendido
que le abriera en dos la entrega
y saciarme de esas flores estalladas
para después ¡bailar!¡bailar!¡bailar!
con el collar de sus vísceras
colgándome en el pecho.
¡Bailar, bailar, bailar!
ese clamor del día
y hasta el hartazgo de la sangre,
hasta el último aroma de su cuerpo.
Comentarios por Carolina Lascano