El abandono de las áreas centrales
Por SILVIA FAJRE – ESPECIAL PARA ARQ 13/10/15
La pérdida de los atributos en las zonas que concentran las actividades jerárquicas pone en jaque a las ciudades. Se requiere una política destinada a recuperar residentes, con mejoras económicas y culturales.
El proceso de urbanización creciente y sostenido de los últimos años produjo innumerables cambios. No solo modificó la cantidad y el tamaño de las ciudades sino también su estructura y dinámica de crecimiento. Estos cambios tuvieron implicancias tan amplias que hoy no se pueden evaluar en su totalidad, pero son una marca insoslayable en la ocupación del territorio del siglo
XXI.
Muchas ciudades que presentan pérdida de vitalidad de las áreas centrales tradicionales –es decir, las áreas de concentración de actividades jerárquicas– nos muestran consecuencias graves para su funcionamiento, su población y su entorno.
La pérdida de los atributos que le conferían atractividad a la centralidad llevó a que esa valoración positiva esté cuestionada o destruida. Las actividades que le otorgaban heterogeneidad y prestigio, han sido desplazadas y si no han desaparecido, agonizan. El crecimiento, con este patrón, genera nuevos fenómenos urbanos, configurando innumerables variantes: metrópolis, megalópolis, ciudadesregión, ciudad difusa, etcétera.
Muchas de estas ciudades son extendidas sin núcleo o con núcleos débiles. Esto es una ecuación muchas veces antieconómica y poco ecológica, porque los procesos de urbanización, como un pacman insaciable, van devorando tierras valiosas para transformarlas en áreas antropizadas con urbanizaciones de distinto carácter. En Latinoamérica, el crecimiento se presenta enhebrando guetos de distintas clases sociales, en ciudades donde colindan pero no articulan, empobreciendo la vida urbana. El abandono de la vivienda en esta centralidad, desplazada por actividades más rentables que después seguirán la tendencia de irse del centro, prohíja áreas subutilizadas y exige desplazamientos con gran conflictividad y costos: mayores tiempos de viaje, gran gasto energético, abandono de áreas con fuerte valor patrimonial de alta representación simbólica o con gran infraestructura. Se genera así una gran deseconomía urbana.
Este vaciamiento de la centralidad pone en jaque a la ciudad, dejando su corazón muerto: el espacio original del encuentro, el intercambio y la articulación social, que es la esencia de toda ciudad. Para darnos una idea aproximada, se puede observar la situación de la CABA. A diario entran a la ciudad unos 3 millones de personas –casi el equivalente a su población residente– y
1.200.000 autos, promoviendo la demolición de edificios para convertirlos en estacionamientos que desplazan actividades más atractivas. Paradójicamente, este fenómeno se come la vitalidad que generan los viajes. Una de las consecuencias sociales más notorias es la falta de pertenencia generada por este espacio en el cual no hay habitantes, sino simplemente usuarios temporarios. El espacio público lo refleja descarnadamente; su sobreuso o abandono son las caras de la misma moneda.
Un caso paradigmático es Venecia: de los 170.000 habitantes que residían en el centro, actualmente solo resisten 54.000, poniendo en evidencia la dimensión y gravedad del problema. La utopía del suburbio mostró sus limitaciones y su fragilidad, por lo cual muchas ciudades, alertadas por esos problemas, han invertido grandes recursos y esfuerzos para implementar diferentes políticas de recuperación de la actividad residencial en el área central, como Madrid, Nueva York, Quito o Miami. Algunos programas fueron exitosos, otros sólo pudieron frenar el proceso de drenaje. Sin embargo, pese a que desde hace mucho tiempo se advierte este fenómeno en la CABA, el centro de la ciudad sigue con densidades menores a 99,9 hab/ha. El porcentaje de suelo destinado a actividad residencial es menor al 13,5%, el escalón más bajo de Capital Federal. Un gran agujero poblacional en el área mejor servida de la ciudad y con un sobreuso durante la semana que aumenta su conflictividad.
Contemplando pasivamente el abandono de estas áreas centrales, favorecemos el crecimiento del suburbio, un tejido urbano anómico que es la antítesis de la ciudad. Si bien las mejoras del espacio público realizadas son un incentivo importante, se requiere una política focalizada en la recuperación de residentes ¿Cómo impulsarlas? Con políticas de carácter integral que vuelvan atractiva la centralidad para residir; esto es resolviendo los problemas que la aquejan y ofreciendo fuertes estímulos para los residentes (nuevos o ya existentes) como desgravaciones impositivas, créditos u operaciones de rehabilitación para
viviendas, con sus equipamientos comunitarios, por un lado; y por otro, con movidas culturales y diferentes acciones simultáneas para visibilizar y recuperar el área en el imaginario colectivo.
Lo que queda claro es que este fenómeno es un modelo de crecimiento cuestionable. A la luz de todos los costos sociales, económicos y ecológicos, la situación pide a gritos nuevas propuestas para estos problemas: volver a una ciudad más respetuosa con nuestro entorno, minimizando la huella ecológica que produce un uso poco racional del territorio; aprovechar las potencialidadesde un centro subutilizado para recuperar la vitalidad de la centralidad y hacer de esta manera una ciudad más amigable y aprehensible, posibilitando un espacio rico y diverso, e inclusivo socialmente. Solo otorgando a esta amenaza la importancia que se merece, se encontrará la voluntad de revertir la situación y por ende la creatividad y los recursos que impliquen su resolución.
Publicado por Diario CLARIN