“¿Por qué hace cincuenta años atrás registrábamos apenas un 8% de pobreza y un 3% de desempleo, y hoy esos mismos índices han escalado a más de un 40% en el primer caso y a un 20% en el segundo, arrastrando a gran parte de nuestra población, especialmente a los niños, a una situación de extrema marginalidad y vulnerabilidad? Más aún, ¿por qué llegamos a este grado de escepticismo, de incertidumbre, a esta falta de confianza en nosotros mismos y a esta pérdida de la voluntad de ser una gran Nación como alguna vez fuimos?”
“No podemos soslayar la crisis sanitaria que azota a todo el planeta desde inicios de 2020 a la fecha, pero a nuestro parecer la pandemia viene a resultar el menor de los problemas de la Argentina actual, en todo caso, ha servido y sirve para demostrar las debilidades y causas más profundas de la cuestión social y de la crisis económica que hoy padecemos.”
“… la grieta social y la crisis económica que afloran en la superficie de la sociedad argentina actual son el correlato, la consecuencia, de una crisis espiritual, moral, cultural mucho más profunda y que viene agravándose desde hace algunas décadas.”
“Sin duda, hay muchos argentinos inteligentes, pero la desorganización social y la ausencia de un proyecto de vida en común es algo también propio desde hace décadas. Precisamente, es la autoridad política el elemento unitivo de la sociedad y quien debe garantizar el orden y unir voluntades para poder transitar aquella senda del desarrollo.”
“Todo aquél que ejerza alguna autoridad tiene tres funciones irrenunciables que lo obligan como tal, esto es, su potestad de orden, de mando y de coacción. El ejercicio de estas tres potestades conlleva la existencia de una organización social en la que tiene vigencia un sistema de premios y castigos, sociedad en la que se promueve el mérito, el esfuerzo y la inteligencia, en la que se castiga al corrupto y al que delinque, en la que no se alienta y favorece la holgazanería y la vagancia. Sociedad en la que se garantiza el ejercicio de los derechos y libertades esenciales que hacen a la convivencia y concordia social y sin los cuales no hay desarrollo posible.”
“… se corrompe la vida política cuando se pierde conciencia de la finalidad del poder. El poder se corrompe por cuanto deja de estar ordenado por la razón y es ejercido en función del capricho y arbitrariedad de los gobernantes. La búsqueda del poder por el poder mismo, el uso y abuso del soberano en beneficio propio, altera y pervierte la forma y finalidad propia del Estado (Bien Común).”
La causa de la corrupción y de esta cuestión social y económica que hoy padece Argentina, es entonces más profunda y raigal. Es por ello que Santo Tomás de Aquino afirmó que la corrupción del alma es mucho más grave que la falsificación de la moneda, pues “la corrupción del alma es causa de todas las demás corrupciones”
“Debemos recuperar la Educación, hoy devastada, para formar hombres virtuosos, enriquecidos moral, intelectual y estéticamente, formar una nueva élite de dirigentes, una verdadera aristocracia del espíritu, debemos volver a la meritocracia, a una sociedad de premios y castigos, debemos hacer posible el gobierno de los mejores.”
En toda crisis, sin duda, afloran las fortalezas y las debilidades del sujeto que la padece. Y esto vale tanto para la persona como sujeto individual como para el corpus social, esto es, para la sociedad toda. Afirma el gran historiador británico Arnold Toynbee: “El cisma en el cuerpo social (…) constituye una experiencia colectiva y por ende superficial. Su sentido reside en el hecho de que es el signo exterior visible de una grieta espiritual interna, y esa grieta espiritual se abre en el alma de los hombres, pues solo el alma puede ser sujeto y autor, respectivamente, de las experiencias y actos espirituales. En el interior de cualquier cisma que aparezca en la superficie de la sociedad (…) se hallará un cisma del alma (…)”[1]
Esta breve reflexión apunta entonces a preguntarnos por qué llegamos a esta crisis inédita en Argentina, en efecto, ¿por qué hace cincuenta años atrás registrábamos apenas un 8% de pobreza y un 3% de desempleo, y hoy esos mismos índices han escalado a más de un 40% en el primer caso y a un 20% en el segundo, arrastrando a gran parte de nuestra población, especialmente a los niños, a una situación de extrema marginalidad y vulnerabilidad? Más aún, ¿por qué llegamos a este grado de escepticismo, de incertidumbre, a esta falta de confianza en nosotros mismos y a esta pérdida de la voluntad de ser una gran Nación como alguna vez fuimos?
No podemos soslayar la crisis sanitaria que azota a todo el planeta desde inicios de 2020 a la fecha, pero a nuestro parecer la pandemia viene a resultar el menor de los problemas de la Argentina actual, en todo caso, ha servido y sirve para demostrar las debilidades y causas más profundas de la cuestión social y de la crisis económica que hoy padecemos.
Cuando hablamos de cuestión social nos referimos a aquéllos obstáculos, trastornos y problemas que impiden transitar la senda y alcanzar la meta de un auténtico desarrollo nacional, desarrollo que no se limita, por cierto, a un simple bienestar material.
Nuestro punto de partida en estas breves reflexiones es el siguiente: la grieta social y la crisis económica que afloran en la superficie de la sociedad argentina actual son el correlato, la consecuencia, de una crisis espiritual, moral, cultural mucho más profunda y que viene agravándose desde hace algunas décadas. En efecto, es esta crisis espiritual, este “cisma del alma” de la sociedad argentina, lo que impide el desarrollo de la Nación y lo que nos ha llevado a esta triste y humillante situación social, política y económica.
I-El auténtico desarrollo nacional
Transitar la senda y alcanzar la meta de un auténtico desarrollo nacional, definido éste como un proceso de inteligencia socialmente organizado[2] que abarca la política, la cultura, el conocimiento, la producción y a su vez, la dimensión material, espiritual, social y religiosa de toda persona humana, es un objetivo que interpela a gobernantes y gobernados.
Sin duda, hay muchos argentinos inteligentes, pero la desorganización social y la ausencia de un proyecto de vida en común es algo también propio desde hace décadas. Precisamente, es la autoridad política el elemento unitivo de la sociedad y quien debe garantizar el orden y unir voluntades para poder transitar aquélla senda del desarrollo.
Todo aquél que ejerza alguna autoridad tiene tres funciones irrenunciables que lo obligan como tal, esto es, su potestad de orden, de mando y de coacción. El ejercicio de estas tres potestades conlleva la existencia de una organización social en la que tiene vigencia un sistema de premios y castigos, sociedad en la que se promueve el mérito, el esfuerzo y la inteligencia, en la que se castiga al corrupto y al que delinque, en la que no se alienta y favorece la holgazanería y la vagancia. Sociedad en la que se garantiza el ejercicio de los derechos y libertades esenciales que hacen a la convivencia y concordia social y sin los cuales no hay desarrollo posible.
La realidad constata que la Argentina de los últimos años padece la ausencia de valores éticos y culturales ampliamente compartidos que hacen posible la concordia social, padece la ausencia de un proyecto nacional que una voluntades en pos de un objetivo común, se ha ido perdiendo la conciencia de los deberes sociales y el sentido de pertenencia y de lealtad a la Nación, se ha ido perdiendo la voluntad de ser una nación. Cisma espiritual, cisma del alma que hace imposible la senda del desarrollo.
II-La corrupción social
Desde el punto de vista filosófico corrupción es el acto de pervertir, alterar o trastocar la forma y el fin de alguna cosa. En tal sentido supone una perturbación profunda del orden debido, la privación que algo sufre de aquello que debería ser o del orden que debería tener.
En forma más amplia y por analogía, el concepto de corrupción puede ser aplicado al orden moral, social, político y económico, y también está presente en estos órdenes el carácter destructivo que la corrupción comporta. Cuando una cosa se aparta de aquello que es o para lo cual está ordenada, esa cosa o ese orden se ha corrompido y, por consiguiente, se destruye.
La corrupción entonces es una perturbación profunda del orden o estado debido de las cosas, consecuentemente, supone un desorden tanto material como espiritual, y en este último aspecto es un mal moral. Mal moral, en tanto el hombre –inteligente y libre- se desvía de su fin natural e introduce en su obrar un factor de desorden y anarquía que no sólo repercute en el plano individual, sino también en el plano social, político, cultural, jurídico y económico.
La sociedad es una unidad de orden y la convivencia social y comunitaria necesita de ese orden reflejo de la racionalidad humana, y se corrompe cuando la búsqueda exclusiva y excluyente del beneficio personal prevalece sobre el Bien Común, provocando desorden, anarquía social y la destrucción de la vida comunitaria. Triunfa la ley del más fuerte (darwinismo social).
De igual forma se corrompe la vida política cuando se pierde conciencia de la finalidad del poder. El poder se corrompe por cuanto deja de estar ordenado por la razón y es ejercido en función del capricho y arbitrariedad de los gobernantes. La búsqueda del poder por el poder mismo, el uso y abuso del soberano en beneficio propio, altera y pervierte la forma y finalidad propia del Estado (Bien Común).
Consecuencia de esta corrupción social y política será una sociedad en la que no existen leyes, normas jurídicas o morales a las cuales deba ajustarse la conducta de los ciudadanos (anomia social). Sociedad en la que tampoco existe conciencia de los deberes sociales y en la que predomina el “todo vale” en la búsqueda del poder y del beneficio personal. La corrupción no será, en esta instancia, tan sólo un acto aislado sino una patología social (cultura corrupta) que incluye tanto a los gobernantes como a los gobernados. Así generalizada y enquistada en la vida comunitaria, la corrupción es un freno importante al crecimiento económico y al desarrollo nacional.
Combatir la corrupción social, cultural, política y económica, supone reivindicar una pedagogía fundada en los auténticos valores del Bien y de la Verdad. Generalmente se habla del sistema corrupto como causa de todos los males sociales, políticos y económicos, pero la corrupción del sistema y los males inherentes al mismo son consecuencia de una corrupción anterior y más profunda, la corrupción de la inteligencia y de la voluntad humana.
La causa de la corrupción y de esta cuestión social y económica que hoy padece Argentina, es entonces más profunda y raigal. Es por ello que Santo Tomás de Aquino afirmó que la corrupción del alma es mucho más grave que la falsificación de la moneda, pues “la corrupción del alma es causa de todas las demás corrupciones”[3]
III-Un país sin jefe y sin poeta
Decía Montesquieu (filósofo francés 1689-1755) que la República exige hombres virtuosos y que donde prevalezcan la riqueza y el bienestar material llegan a su fin la virtud cívica y política: “Los políticos griegos, que vivían en un gobierno popular, no reconocían más fuerza para sostenerlo que la virtud. Los políticos de hoy no nos hablan más que de fábricas, de comercio, de finanzas, de riquezas e incluso de lujo. Cuando la virtud deja de existir, la ambición entra en los corazones capaces de recibirla, y la codicia se apodera de todos los demás (…) Antes, los bienes de los individuos constituían el tesoro público, pero en cuanto la virtud se pierde, el tesoro público se convierte en patrimonio de los particulares. La república es un despojo y su fuerza ya no es más que el poder de algunos ciudadanos y la licencia de todos”[4]
Precisamente, es esta decadencia moral o alejamiento de la virtud lo que ocasiona la desintegración de la comunidad política, es la crisis del alma, la crisis espiritual argentina la que emerge en la superficie social ocasionando esta profunda grieta y esta corrupción social, política y económica que destruye toda posibilidad de convivencia y quiebra la voluntad de ser.
Bien decía Abel Posse, hace ya algunos años, que la diferencia fundamental entre la Argentina del Bicentenario y aquella otra Argentina del primer Centenario, es esencialmente espiritual. En aquélla Argentina había un impulso patriótico y un sentido heroico de fundar la Patria, hoy presenciamos un pueblo temerario, sin convocatorias, dominado, incapaz de amarse y olvidado de querer ser.[5]
Sin duda, la presente cuestión social y económica debe ser aprovechada como una gran oportunidad, esta crisis espiritual que nos interpela a todos nos da la posibilidad de recuperar la voluntad de ser una Nación y de comenzar a transitar nuevamente la senda del desarrollo.
Por tanto, podremos revertir la crisis actual en la medida que entendamos que el subdesarrollo de una nación es, fundamentalmente, el resultado de pensar sólo en términos de derechos e intereses individuales y sectoriales, soslayando así la obligación de asumir renuncias, deberes y compromisos a favor del Bien Común Nacional y de la Patria misma. Si queremos recuperar la voluntad de ser argentinos, remontar esta decadencia que retiene a la Argentina en el último umbral del subdesarrollo, y rescatar ese proyecto sugestivo de vida en común que es la Nación, debemos advertir que el principal desafío es educativo y que por tanto, toca a la Familia y a la Escuela formar hombres para el deber, plenamente conscientes de un destino común y comprometidos con su Patria.
Debemos recuperar la Educación, hoy devastada, para formar hombres virtuosos, enriquecidos moral, intelectual y estéticamente, formar una nueva élite de dirigentes, una verdadera aristocracia del espíritu, debemos volver a la meritocracia, a una sociedad de premios y castigos, debemos hacer posible el gobierno de los mejores.
Para terminar estas breves reflexiones me gustaría recordar aquél retrato de Argentina que hiciera el Padre Castellani en el Romance de la Pobre Patria (1944)[6], y que en algunas de sus frases decía:
Un país sin jefe, un país sin poeta,
Un país que no sabe bien adonde tira,
Un país que mira bizco cuando mira,
Un país que ha consentido que lo nutran de mentira.
Un país de plata, su nombre significa “La Plata”
Y la plata va siendo lo único que se acata.
Pobre Patria en manos de hombres tenderos y charlatanes,
¿Será posible que hayan muerto ya todos sus capitanes?
Y en la respuesta a ese interrogante está nuestra tarea, una tarea eminentemente cultural y educativa: es el momento de convocar con coraje –como decía Abel Posse- para formar nuevos capitanes, como el General Martín Miguel de Guemes y el General Manuel Belgrano cuyas muertes estamos conmemorando, en síntesis, debemos formar nuevos patriotas que, como aquéllos patricios que forjaron nuestra Nación, devuelvan a la Argentina la grandeza que alguna vez tuvo.
Aniversario de la muerte de Martín Miguel de Guemes (1821) y de Manuel Belgrano (1820).
por Daniel Passaniti*
elDial.com, 15 de julio de 2021
*Profesor de la Universidad Católica Argentina. Profesional Principal del CONICET. Presidente y Director del Centro de Investigaciones de Ética Social (CIES-Fundación Aletheia). Autor del libro “Ética y Economía, a la luz de la Doctrina Social de la Iglesia” y de varios artículos y ensayos sobre temas de ética social, política y económica.
[1] Arnold J. Toynbee: Estudio de la Historia, Tomo V –segunda parte, pág.385. Emecé Editores SA. Buenos Aires 1957. [2] Juan Eduardo Moravek: La inserción de las economías regionales en el actual modelo, Centro de Estudios Socioeconómicos y Políticos para América Latina (CESPAL) y Fundación Konrad Adenauer, Grupo HACHE Editores, pág.47. Buenos Aires, 1994 [3] Santo Tomas de Aquino: Summa Teológica, II q. 1 1 art.3 [4] Montesquieu: El espíritu de las leyes [5] Abel Posse: Argentina, el gran viraje. Emece Editores SA, Buenos Aires 2000 [6] Leonardo Castellani: Martita Ofelia y otros cuentos de fantasmas, Ediciones Dictio, Buenos Aires 1977.