Estas reflexiones no deberían interpretarse como una crítica hacia aquellos argentinos que, en su derecho y por las dificultades presentes, han decidido emigrar. Algunos han sido literalmente expulsados por el sesgo confiscatorio de los últimos impuestos. Otros, por la falta de opciones laborales. Son más bien reflexiones desde lo personal, que alcanzada cierta edad en la vida nos permiten contemplarla con perspectiva.
Hay una deuda desde que uno nace con el país que nos dio una buena atención sanitaria en el parto y en los primeros años (¿cuántos chicos mueren en el mundo en países que por sus carencias estructurales no pueden brindarles esa asistencia?). Está además el cuidado familiar desde la infancia, posible también porque el país brindó oportunidades laborales -aunque hayan sido mínimas- al entorno familiar que nos cuidó. Hay un agradecimiento doble, a la familia y al país. Después vino la etapa de formación, especialmente de los que tuvimos la suerte de recibir una educación primaria y secundaria de calidad. Eso fue posible porque detrás de esos maestros y de esas escuelas había un país con un acervo cultural y valores humanistas que la hicieron factible.
Y luego, para los afortunados que pudimos formarnos en la universidad, hay en ello esfuerzo de nuestra parte, de nuestros entornos y también del país. Cuando se alcanza la adultez y se incursiona en la vida laboral, la persona comienza a devolver a su país lo que recibió, con un proyecto propio (creando una empresa o un negocio o mediante una carrera profesional o artística) o participando -la mayoría de las veces- en emprendimientos de terceros. Eso revaloriza el rol de los que crean o mantienen empresas y dan trabajo a otros. Ese trabajo, ese esfuerzo, es fundamental para el funcionamiento colectivo. Como no se puede devolver a quienes en concreto “nos dieron”, porque esa realidad ya no existe, devolvemos a los que forman parte de la nueva realidad, que es la manera en que se logra el equilibrio universal.
En el fondo, la relación de una persona con su país debería ser una relación de equilibrio y reciprocidad. Retribuirle al que tanto nos proveyó con lo que esté a nuestro alcance. No es una deuda cuantificable o exigible. Como contraparte, el saldarla nos brinda la mayor -o al menos la más completa- oportunidad de realización personal. En ningún otro lugar una persona puede realizarse tan plenamente como en su país, donde está su deuda, se perciba esta conscientemente o no como tal. En eso radica paradójicamente su fuerza. Es como una palanca que empuja a los seres humanos al éxito. Y, a su vez, un país se desgarra cuando los habitantes que fueron formados generosamente por él se van, emigran, sin objetar las sobradas razones que puedan impulsarlos..
Si todos reciben de la Argentina y cada vez son menos los que devuelven, eso no ayuda al país. Ya bastante sangría tiene con el deterioro de la educación y la descapitalización material por la falta de inversión (el mísero nivel actual de inversión del 11% del PBI por el cúmulo de desincentivos -impositivos y de todo tipo- acentuará irremediablemente el empobrecimiento colectivo). Pero la descapitalización humana es más grave y dolorosa, porque pareciera que se fomentara, ya que se presumiría que los que emigran votan en contra, y que queden solo los que se pueden mantener desde el Estado y establecer con ellos una simbiosis de dependencia que se salda con el apoyo electoral. Triste porque, por otro lado, la Argentina es uno de los dos principales países síntesis de Occidente. Hay una síntesis sajona, que encarnan los Estados Unidos, y otra síntesis latina, conjugada en la Argentina. Estos países lograron amalgamar distintas corrientes culturales de origen europeo, para generar una propia de extraordinario valor cultural, científico e intelectual -solo así se explica un Borges, considerado el más grande escritor de lengua hispana del siglo XX-. Por lo tanto, la Argentina tiene un compromiso con Occidente y con el mundo -lo que es a la vez una gran oportunidad- para brindarles contenidos y bienes con la impronta de nuestra síntesis latina. Del mismo modo, ese carácter es el que da un plus a nuestra creatividad para fundar empresas y desarrollarlas con éxito. No se trata de éxitos en abstracto, surgidos de la nada.
A pesar de que muchos hemos soportado dictaduras y períodos difíciles -hay países que atravesaron guerras desoladoras-, hoy tenemos la suerte de estar ante una república democrática, donde quien gobierna se decide por el voto popular y los poderes están divididos a fin de garantizar los derechos humanos y las libertades individuales. Ambas condiciones, república y democracia, requieren hoy más que nunca el concurso de todos, para defenderlas y preservarlas. La diferencia bien la saben los que vivieron en países dominados por dinastías de sátrapas que los han saqueado y expoliado.
por Ricardo Esteves*
La Nación, 3 de febrero de 2021
* Empresario y licenciado en Ciencias Políticas