El callejón se sombrea de soledad y hastío…mantengo mi marcha sin titubeos ni expectantes pensamientos…Mi galante uniforme, descubre al brillo del sol en sus bordones y mis bien ganadas medallas. La gente pasa indiferente por mi lado, sin reparar en mi solemne y marcial presencia…aguardo responderles con gestos de reverenciales saludos…es en vano.
Una figura de una endeble mujer, me conmueve…de piernas curvadas y de pronunciada joroba, se arquea sobre la vereda. Sortea con dificultad las faltantes baldosas…sus rasgos me son familiares y me traen lejanos recuerdos. Cómo si la esperara, me detengo en el portal del cementerio…aguardando ver su rostro tras el tejido velo. Presumo que reparó en mí…tampoco me saludó…posiblemente causa de su escasa vista. Acomodando su bastón en una mano, llevaba un ramillete de blancas flores. Enderezó a su interior…
Confieso… no sé…por qué…quizás haya sido por sentirme abrumado y apenado por la indiferencia del mundo…que corrí tras de sus pasos lentos, buscando hablarle…
Consternado, le grité…:
¡Qué vienes a ver aquí, anciana mestiza!…no hay nada tras la muerte…todo es vacío…todo es olvido.
Ni siquiera reparó en mi inoportuna exclamación -su indiferencia podía ser una sordera…La seguía con mirada persistente, en su errático ambular entre tumbas y mausoleos…Mi gloriosa espada golpeaba sin control los mármoles salientes, mientras que en vano le gritaba:
¡No existe nada tras el portal de la muerte!…todo es mentira…piadosa necesidad y banal engaño…
Aguardaba con imperiosa carestía que me respondiera…Le volví a gritar:
¡¿Dime mestiza…qué temor a lo imponderable te acerca a este silencioso espacio?!…dime…qué penas llevas en el alma, que pueda abrevar en el olvido. ¿Por qué me ignoras…por qué no me respondes?
Seguí gritándole…:
¡Es en vano, aquí solo hay soledad y abandono!…
Repetía persistente:
¡No existe nada tras el velo de la muerte…!
Ignorándome, continuó con perseverantes pasos, por los laberintos serpenteantes entre las tumbas.
El sol se inclinaba al poniente, sembrando con sus sombras de cruces al pacífico entorno.
¡De repente la anciana se detuvo! Me acerqué a ella, hasta la intimación desafiante. Expectante, pude percibir al detalle, a su semblante de surcantes arrugas y trémulos labios. Con suma dificultad la observaba hasta que se postró en un escalón de frio mármol…en conmovedora meditación. ¡Juro que su venerable postura me emocionó!
Con temblorosas manos, esparció las flores sobre una musgosa y quebrada lápida. Por mi impudorosa curiosidad, leí junto a ellas, una simple dedicatoria, que en primaria caligrafía, decía: ¨Tu Hija¨.
Mi perdurable presencia ¡se conmocionó de gratitud!…¡una explosión de sublimados recuerdos eclosionó en mi íntimo ser!, haciendo que me desplomara al igual que soldado alcanzado por mortal disparo…En la lápida rajada ¡leí mi propio y negado nombre!: Capitán Alvaro Olloa y Benavidez….sobre unas fechas borroneadas por implacables lluvias.
Mis etéreas manos, se acercaron al igual a suplicante devoto…y tomando las de ellas de traslúcida piel cetrina…¡besé por primera vez a su tibia frente!…a la par que sentía que en mis inundados ojos, rebalsaban lágrimas que surcaban continuas en mi doliente y conmovido rostro…invocando a ese dulce fruto prohibido…de morena piel…mi negra esclava…¡que amé con locura!…hasta el día que partí a la muerte.
LEÓN BOUVIER
Agosto 2016