LA REFORMA CONSTITUCIONAL RENUEVA EL LEGADO BIZANTINO DE RUSIA –

El referéndum constitucional

Entre el 25 de junio y el 1 de julio de 2020, los ciudadanos de la Federación de Rusia participaron en lo que en la terminología de ese país se denomina “una votación pan rusa” para aprobar o rechazar un conjunto de reformas a la constitución de la Federación sancionada en 1993, y reformada varias veces. En adelante, cada vez que mencione la “Constitución”, me referiré al texto ordenado de 1993 con todas las reformas introducidas hasta 2014.

El resultado fue ampliamente favorable a la aprobación de la propuesta: con una participación del 67,88 % del electorado,[1] votó a favor el 78,56 % y en contra el 21,44 %. La participación femenina (69 %) ha sido sustancialmente mayor que la masculina (55%) y en el electorado de ambos sexos, fue más alta a medida que aumenta la edad de la ciudadanía.[2]

Algunas encuestas han intentado determinar la distribución etaria y por sexo de las posiciones positivas y negativas. Gracias a la licenciada Paula Rodríguez Almaraz, que trató esta reforma desde San Petersburgo en un encuentro por vía electrónica del Foro de la Ciudad del Club del Progreso[3], puedo mencionar los resultados publicados por el Instituto Levada.[4]

 La reacción de la prensa occidental

Los medios occidentales han cuestionado las motivaciones del presidente Vladimir Putin al impulsar la reforma y la oportunidad elegida en un año signado por la pandemia de COVID-19.

Es cierto que una enmienda permite la reelección del actual presidente, Vladimir Putin, por otros dos períodos de seis años. Es evidente que este es el objetivo puntual y personal del actual jefe del estado. Otras disposiciones refuerzan el poder de ciertos cuerpos colegiados pero los argentinos sabemos que un órgano legislativo puede actuar como una oficina anexa que se limita a aprobar iniciativas del Ejecutivo. El hecho de que la convocatoria fuera aprobada por unanimidad en la Duma sugiere que en Rusia se dan situaciones similares. Finalmente, se han introducido normas sobre el salario mínimo que podrían ser zanahorias para incentivar el voto positivo. Estimo que las reformas que he mencionado hasta ahora, sin embargo, responden a motivos circunstanciales. Las disposiciones más interesantes son las que reflejan la permanente necesidad de Rusia de tener un papel especial en el mundo.

Con respecto a las opiniones que voy a expresar, aclaro que soy un abogado argentino, ex profesor de derecho constitucional, y ferviente partidario de la limitación de los mandatos de los ejecutivos y de la separación de poderes. Estimo que Occidente tiene derecho a mostrar sus logros institucionales, como los de otras áreas, y confiar en que se impondrán por su valor propio. Juzgar a otras sociedades con nuestros parámetros, o pretender imponerlos por la fuerza, sin embargo, es generalmente injusto e inútil.

El discurso del presidente Barak Obama en la Universidad del Cairo el 4 de junio de 2009 preanunció la Primavera Árabe y yo elogié ese discurso en un artículo que La Nación publicó. Pero agregué la siguiente advertencia: “Hasta la intervención militar en Irak, plagada de errores y de motivaciones espurias, también logró apoyo en la sociedad estadounidense por la creencia ingenua de que a la caída de una monstruosa tiranía seguiría naturalmente la instauración de un sistema democrático, como en Alemania Occidental después de 1945.”[5] Lamentablemente, los acontecimientos posteriores me dieron la razón.

El vínculo histórico de Rusia con Bizancio

El territorio de la Federación de Rusia, el más extenso de la tierra, se proyecta través de Eurasia y su población es la más diversa del mundo. Mariano Caucino, se pregunta si Rusia es un país europeo o asiático o una civilización por sí misma, con un modelo alternativo al Occidental.[6] Contesto, siguiendo al filósofo de la historia británico, Arnold Toynbee, que Rusia es la parte más importante de la civilización que él denominó “Bizantina” o “Cristiandad Ortodoxa”, una civilización hermana pero diferente de la nuestra.[7]

El factor decisivo de esta distinción fue el cisma que separó a la Iglesia Católica Romana, fiel al Papa, de los patriarcados orientales que formaron la Iglesia Católica Ortodoxa.

El príncipe Vladimir de Kiev (que en esa época tenía precedencia sobre el ducado de Moscú) se convirtió al cristianismo fascinado por el rito oriental y se casó con la princesa Ana, hermana del emperador bizantino Basilio II. Sus hijos Boris y Gleb son los primeros santos rusos. Otro casamiento de gran importancia tuvo lugar en 1472, cuando el gran duque de Moscú, Iván III, contrajo enlace con Zoe Paleóloga, sobrina del último emperador bizantino, Constantino XI. Finalmente, en 1547, Iván IV (conocido como “el Terrible” o “El Temible”) fue coronado con el título de zar (término derivado de “césar”) es decir, “Emperador Romano de Oriente.” Ya la adopción del alfabeto cirílico, derivado del griego, había aislado a Rusia de la Europa latina.[8]

Al morir el último príncipe de la dinastía rurika, el Patriarca Germogen desempeñó un papel fundamental para resolver la sucesión a favor de Miguel Romanov contra el intento del rey de Polonia Segismundo —un católico romano— de unificar las dos coronas. La Iglesia Ortodoxa contribuyó así a consolidar la independencia de Rusia. Más importante aún, le dio una tarea mesiánica: la defensa de “la recta” interpretación del cristianismo frente a pueblos infieles que la enfrentaban por el sur y el este y ante un Occidente considerado herético.

EL vínculo que se fue construyendo a través de esos y otros hitos se tradujo en el concepto de “Moscú como la Tercera Roma”, la heredera de la Segunda Roma, Constantinopla. Este legado fue explicitado en una carta dirigida al gran duque Basilio III de Moscú por el monje Teófilo de Pskov, citada tanto por Toynbee como por otro historiador británico, Geoffrey Hosking: “La Iglesia de la antigua Roma cayó por causa de su herejía; las puertas de la Segunda Roma, Constantinopla, han sido abatidas por las hachas de los turcos infieles; pero la Iglesia de Moscú, la Iglesia de la Tercera Roma, brilla más resplandeciente que el sol en todo el universo… Dos Romas han caído, pero la Tercera se mantiene firme; y no puede haber una Cuarta.”[9]

 Una relación contradictoria y conflictiva con Occidente

La relación entre las dos civilizaciones cristianas ha sido compleja y, a menudo, conflictiva. Desde que el Ducado de Moscú se liberó del yugo impuesto por los mongoles en el siglo XV,[10] los principales desafíos a la propia existencia de Rusia han llegado de Occidente, en la forma de ejércitos suecos, polacos, franceses y alemanes y, durante la Guerra Fría, de la amenaza presentada por misiles estadounidenses.

Periódicamente, Rusia, superada por el desarrollo económico, científico y militar de Europa, se ha visto ante la necesidad de incorporar avances occidentales sin perder su identidad. Por eso, lo ha hecho parcialmente y de mala gana. Aún el campeón de ese proceso, el zar Pedro el Grande, al imponer pautas de educación, lenguaje, comportamiento e indumentaria a la élite que debía ayudarlo a conducir su imperio en el concierto europeo de naciones, la alienó del resto de la población, cuya vida no se había modificado.

En el siglo XIX las transformaciones en Europa llevaron a la confrontación entre “occidentalistas”, que deseaban su adopción y “eslavófilos”, que querían preservar el perfil propio de Rusia.

Cuando en el siglo XX, Rusia se vio forzada a una nueva etapa de occidentalización, adoptó una ideología atea, también mesiánica, de origen occidental pero contestataria de todo lo que caracteriza a nuestra civilización. “Bajo la Hoz y el Martillo como bajo la Cruz, Rusia es la ‘Santa Rusia’ y Moscú es la Tercera Roma”, comentó Toynbee en 1947.[11] En el mismo texto, ese autor remarca que, en cualquier discrepancia con Occidente, la regla invariablemente sostenida por patriarcas ortodoxos y por gobernantes bizantinos y rusos es que “Bizancio siempre tiene razón”.

La cosmovisión de Vladimir Putin

 En este punto es importante tener en cuenta la cosmovisión que mueve al Presidente. Caucino nos recuerda una declaración que lo coloca en la línea de los constructores del Imperio: “La disolución de la Unión Soviética es la catástrofe geopolítica más grande del siglo XX.”[12] Kissinger vio en Putin la misma convicción de zares y jerarcas comunistas en la existencia de leyes históricas que adjudican a Rusia una misión especial.[13]

Algunos pensadores favoritos de Putin son eslavófilos como Vladimir Soloviov, Nikolai Berdiaiev e Iván Ilyin. La eslavofilia, sin embargo, cimenta el vínculo con pueblos como Serbia pero no da a Rusia una misión universal, adecuada a su diversidad étnica. El colapso de la Unión Soviética dejó a Rusia debilitada, sin parte de su imperio y sin la bandera marxista. Pero siempre ávida de un papel especial en el mundo. Las condiciones estaban dadas para renovar el legado bizantino.

Reformas que delinean un papel especial para Rusia y constituyen la renovación del legado bizantino

Las enmiendas que renuevan el legado bizantino pueden clasificarse en dos conjuntos. En primer lugar, se han incorporado normas que en otros estados calificaría de “nacionalistas”. En segundo lugar, las que muestran un enfoque cristiano al invocar la fe en Dios y al definir la integración de la familia.

El adjetivo “nacionalista” es impreciso cuando se lo pretende aplicar a la Federación de Rusia porque se trata de un estado de dimensión continental, cuyo territorio abarca once husos horarios, habitado por una variedad étnica superior a la que presenta hoy cualquier otra unidad política. Por ello, es muy difícil determinar si existe una nación rusa que comprenda toda la población de la Federación. Lo utilizo para referirme a normas que reivindican el pasado histórico de Rusia en sus diferentes manifestaciones: las unidades políticas en que se dividía “Rus”, el gran ducado de Moscú, el Imperio Ruso y la Unión Soviética; refuerzan el uso del idioma ruso y aumentan las incompatibilidades para el desempeño de funciones públicas por parte de ciudadanos que tengan, o hayan tenido, vínculos con el exterior.

Kissinger remarcó la permanencia de la tradición nacionalista rusa en el período soviético, pese a la ideología oficial diametralmente opuesta al cristianismo.[14] Las disposiciones constitucionales que analizo a continuación muestran que esa continuidad no se ha interrumpido.

El Artículo 67 comienza manifestando que la Federación de Rusia es sucesora de la Unión Soviética con respecto a la participación en organizaciones internacionales y sus órganos (un caso muy importante es el asiento permanente en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas), en tratados internacionales (en particular conviene recordar el Tratado de No Proliferación Nuclear, en el que la URSS, y ahora la Federación, es reconocida como potencia con armas nucleares) y los bienes que la URSS tenía en el exterior (las embajadas, por ejemplo).[15]

La misma norma continúa con una reivindicación sin beneficio de inventario del pasado histórico y de los hombres y mujeres que lucharon en defensa de la “Patria”, cualquiera que haya sido el régimen político propio y el enemigo a enfrentar en cada circunstancia. Kissinger cita una declaración de Putin que anticipa esta reforma.[16]

En el mismo sentido, es relevante destacar la reivindicación parcial de Stalin como líder que condujo a la nación al triunfo en la Gran Guerra Patriótica, como los rusos prefieren denominar a la Segunda Guerra Mundial.[17] Esta visión de la guerra puede justificarse en cierta medida por el enorme sacrificio en vidas humanas que sufrió la Unión Soviética, muy superior al de los demás beligerantes. Pero, a la vez, es injusta porque no toma en cuenta que durante dos años el Reino Unido debió enfrentar a la Alemania Nazi en soledad, mientras Stalin se sentía protegido, y beneficiado, por el Pacto Molotov-von Ribbentrop.

El artículo 81, en su inciso 2, dice “Puede ser elegido Presidente de la Federación Rusa cada ciudadano que haya cumplido 35 años y residido permanentemente en la Federación Rusa, al menos, 10 años.” En 2020, se aumenta ese plazo a 25 años y se excluye a cualquier candidato que haya tenido ciudadanía o residencia extranjera. Por otra parte, el presidente, los ministros, jueces, primeros magistrados de las unidades autónomas no deben tener ciudadanía extranjera o permiso de residencia en otros países, ni en el momento de su trabajo en el cargo ni, en el caso del presidente, en cualquier momento antes.

Con respecto a los idiomas que hablan las distintas etnias, el artículo 26, inciso 2) de la Constitución reconoce el derecho individual a expresarse en el idioma que cada uno quiera y de enseñar y aprender en ese idioma.[18] Y el artículo 68 refuerza este principio desde el punto de vista estatal.[19] En 2020, sin embargo, la reforma que estoy comentando se refiere al ruso como “el idioma del pueblo constitutivo del Estado.” No estoy en condiciones de predecir cómo se interpretarán, y eventualmente, armonizarán estas normas. El tiempo nos mostrará su efectiva aplicación por los diversos órganos estatales y, eventualmente, por el Tribunal Constitucional. Lo que puedo mencionar es la preocupación de algunas etnias por una alegada tendencia a la rusificación.[20]

Finalmente, algunas disposiciones delinean un perfil propio, único de Rusia como defensora de la verdadera fe y la “recta” moral; las que reflejan la renovación de la que Toynbee llamó “herencia bizantina de Rusia”.

El mismo artículo 67 menciona la “fe en Dios” como parte del valioso legado histórico que reivindica. Y el artículo 72, al fijar como uno de los objetivos de la Federación y de sus entidades constitutivas la protección de la familia, define “la institución del matrimonio como unión de un hombre y una mujer.”

Reflexiones finales

La reforma contiene disposiciones coyunturales, que pueden explicarse simplemente por un interés político de Vladimir Putin. Pero al mismo tiempo incorpora cláusulas que fijan una orientación religiosa, filosófica y política en línea con una antigua tradición rusa, la que la vincula con el Imperio Romano de Oriente y la Iglesia Ortodoxa.

La reivindicación de la historia me recuerda un vicio que hoy afecta a Occidente: el revisionismo histórico politizado, que lleva a derribar monumentos y eliminar nombres de personalidades juzgadas con criterios del siglo XXI, cuando debieron actuar en circunstancias muy distintas.

Cristóbal Colón, el Descubridor, cuya hazaña al cruzar el Atlántico unificó el planeta, sufre ataques en todo el continente. Se elimina de calles y plazas el nombre de uno de los más grandes presidentes argentinos, Julio A. Roca.

En Estados Unidos, el movimiento “Black Lives Matter” ha insistido en medidas similares contra el general Robert E. Lee y otros líderes confederados. Estos actos han servido a su vez como excusa para acciones violentas de supremacistas blancos.

Y en Europa, manifestaciones provocadas en solidaridad por la muerte de George Floyd llegaron al extremo de atacar monumentos en honor de Winston Churchill. El motivo alegado: su conservadurismo y su apego por el imperio ¡Qué paradoja! Churchill fue el acérrimo y eficaz enemigo del sistema más racista y destructivo de la historia: la Alemania Nazi.

Nuestro conocimiento del pasado se nutre con el permanente esfuerzo de historiadores serios que buscan reconstruir hechos reales. Y elaboran nuevas interpretaciones con criterios científicos, como se hace permanentemente en otras disciplinas. Nada tiene que ver esa abnegada labor con la generación de “relatos”, utilizados para adaptar la historia a las conveniencias políticas del presente.

Y la valoración de la fe en Dios por parte de la reforma rusa me recuerda que, pese a una invocación análoga en el Preámbulo de nuestra Constitución, en la Argentina hay campañas que persiguen la eliminación de símbolos religiosos en edificios públicos, y aún en el despacho privado de jueces y funcionarios. He visto íconos en la Embajada Rusa en Buenos Aires; ninguno en embajadas argentinas. Y Francia ha llegado a prohibir a los creyentes de diversos cultos la portación de objetos que muestren sus creencias.  

Frente a un Occidente enfermo de revisionismo histórico politizado, Rusia valora su pasado. Ante una Europa desorientada por el relativismo, en la que la religión más dinámica es el Islam, Rusia reivindica los valores cristianos tradicionales. Bizancio (y su continuadora rusa) siempre tiene razón, diría Toynbee. En otras épocas, Rusia seguía esta regla para defenderse de una Cristiandad Occidental expansiva. Hoy busca diferenciarse de un Occidente que percibe agnóstico, corrupto y decadente.

[1]Este porcentaje no es bajo, teniendo en cuenta que en Rusia el voto no es obligatorio.

[2]Entre 18 y 24 años, votó el 52%; entre 25 y 39, el 53%; entre 40 y 54, el 62% y, entre los ciudadanos de 55 años o más, el 72%.

[3]Paula Rodríguez Almaraz Petrenko, La Reforma Constitucional de Rusia y su legado: Cómo afectará a la Generación Z, en el Foro de la Ciudad del Club del Progreso, 17 de septiembre de 2020.

[4]Se mencionan las respuestas positivas y negativas. El faltante para completar el 100% está representado por la negativa a responder. El 53% de los hombres habría votado a favor y el 30%, en contra, mientras que entre las mujeres el apoyo a la reforma habría sido mayor: 65%, con 22% de votos negativos. En cuanto a las diferencias por franja etaria, sólo los ciudadanos comprendidos entre los 18 y los 24 años muestran un rechazo mayoritario a la reforma: el 33% a favor y el 45% en contra. En las demás franjas, el sí fue mayoritario: entre 25 y 39 años, habría votado a favor el 44% y en contra, el 33%; entre 40 y 54 años, a favor el 55%; en contra el 31%; y las personas de 55 años o más, el 77% a favor y sólo el 15%, en contra.

[5]Carlos María Regúnaga, “Viento de la Revolución Árabe”, La Nación, 4 de junio de 2011.

[6]Mariano A. Caucino, Rusia actor global, El Estadista, La Plata, 2015, p. 15.

[7]Arnold J. Toynbee, “La herencia bizantina de Rusia”, en La Civilización Puesta a Prueba”, Buenos Aires, Emecé Editores, Cuarta Edición, 1958, p. 153.

[8]Conf. Geoffrey Hosking, Russia and the Russians, Cambridge, Harvard University Press, 2011.

[9]Toynbee, op. cit. p. 159. En Hosking, op. cit., p. 103, se transcribe el siguiente párrafo de esa epístola: “If thou rulest thine empire rightly, thou wilt be the son of light and a citizen of the heavenly Jerusalem…And now, I say unto thee: take care and take heed… All the empires of Christendom are united… in thine, for two Romes have fallen, the third stands, and there will be no fourth.”

[10]El principio del fin de la dominación mongola sobre el territorio y la población conocida en ese época como “Rus” se dio en la batalla de Kulikovo, librada el 8 de septiembre de 1380, en la que el duque de Moscú, Dimitri I, derrotó al general mongol Mammai. Pero ese proceso mostró aún altibajos y sólo se consolidó en el siglo siguiente. Conf. Hosking, op. cit., pp.78-80.

[11]Toynbee, op. cit., p. 170.

[12]Conf. Caucino, op. cit. p. 101.

[13]Henry Kissinger, Does America need a foreign policy? New York, Simon & Schuster, 2001, p. 75. “… the world is now dealing with a new type of Russian leader. Unlike his predecessor, who cut his political teeth in the power struggles of the Communist Party, Putin emerged from the world of the secret police. Advancement in that shadowy world presupposes a strong nationalist commitment and a cool, analytical streak. It leads to a foreign policy comparable to that during the tsarist centuries, grounding popular support in a sense of Russian mission and seeking to dominate its neighbors where they cannot be subjugated.” Y Henry Kissinger, White House Years, Boston, Little, Brown and Company, 1979, p. 116: “The most singular feature of Soviet foreign policy is… Communist ideology, which transforms relations between states into conflicts between philosophies. It is a doctrine of history and also a motivating force. From Lenin to Stalin, to Khrushchev to Brezhnev and to whoever succeeds him, Soviet leaders have been partly motivated by a self-proclaimed insight into the forces of history and by a conviction that their cause is the cause of historical inevitability”.

[14]Henry Kissinger, White House Years, p. 118: “Soviet policy is… the inheritor of an ancient tradition of Russian nationalism. Over centuries the strange Russian empire has seeped outward from the Duchy of Muscovy, spreading east and west across endless plains where no geographical obstacle except distance set a limit to human ambition, inundating what resisted, absorbing what yielded. This sea of land has, of course, been a temptation for invaders as well, but as it has eventually swallowed up all conquerors —aided no little by a hard climate— it has impelled the Russian people who have endured to identify security with pushing back all surrounding countries.”

[15]Transcribo tres incisos del artículo 67: 1) La Federación de Rusia es la sucesora legal de la URSS en su territorio, así como sucesora legal de la URSS en relación con la pertenencia a organizaciones internacionales, sus órganos, participación en tratados internacionales, así como en relación con las obligaciones, bienes de la URSS previstos por tratados internacionales fuera del territorio de la Federación de Rusia. 2) La Federación de Rusia, preservando la memoria de los antepasados que nos transmitieron los ideales y la fe en Dios, así como la continuidad en el desarrollo del Estado ruso, reconoce la unidad estatal históricamente establecida. 3) La Federación de Rusia honra la memoria de los defensores de la Patria y asegura la protección de la verdad histórica. No se permite disminuir el significado del acto heroico del pueblo en la defensa de la Patria.

[16]Kissinger, Does America need a foreign policy?  p. 75: “Putin explicitly reaffirmed Russia’s imperial tradition in his inaugural address in May 2000: ‘We must know our history, know it as it really is, draw lessons from it and always remember those who created the Russian state, championed its dignity and made it a great, powerful and mighty state.”

[17]Conf. Caucino, op. cit., p. 64.

[18]Artículo 26, inciso 2: “Todo ciudadano tiene derecho de hablar en su idioma natal, elegir el idioma de comunicación, educación, enseñanza y de creación.”

[19]Artículo 68, 1) El idioma estatal de la Federación Rusa es el ruso. 2) Las repúblicas tienen el derecho a establecer sus idiomas estatales. Estos se emplean en los órganos de poder estatal y de autogobierno local, así como en las instituciones públicas de las repúblicas a la par con el idioma estatal de la Federación Rusa. 3) La Federación Rusa garantiza a todas sus etnias derecho a conservar su propio idioma y crea condiciones para su estudio y desarrollo.

[20]Conf. María R. Sahuquillo, “Los tártaros temen la rusificación, El País, 29 de junio de 2020: “… una enmienda en la ley fundamental establece que el ruso es el “idioma del pueblo constitutivo del Estado”. Un cambio que atribuye a esa lengua y a los rusos —los que en Rusia se llama rusos étnicos, entendidos como el grupo que forma parte de la misma comunidad lingüística y cultural— un carácter vertebrador de la nación que, para muchos observadores, enfatiza su papel y podría dar prevalencia a este grupo sobre otros del país”.

por Carlos Maria Regúnaga *

* Académico Correspondiente, Academia Nacional de Ciencias de Buenos Aires