“… los narradores, quienes cuentas historias, pierden su identidad y están abiertos a las vidas de otras personas” J. Berger
Felipe. Recuerdos de mi infancia en Bell Ville cuenta la historia de un excluido, de un rechazado o más bien del dolor que produce el rechazo. Hugo Bauzá decide darle voz a Felipe y construye, con gran sensibilidad artística, la expresión del dolor.
Una novela breve que cuenta la pequeña historia de un ser doliente. Bauzá nos conmueve y nos obliga a reflexionar sobre todos los pequeños seres que sufren y no logran transmutar el dolor en poesía, en relato. Tal vez los los poetas, los narradores y todos aquellos que asumen la tarea sagrada, están a la espera de que alguien les susurre historias.
Bauzá asume la voz de un hombre herido y nuevamente herido. Elige crear el relato de Felipe, y hace la magia: le da a Felipe, voz. El sufrimiento de Felipe que fue queja o silencioso dolor en su vida, ahora es historia para leerse -y ojalá para pensarse-. Bauzá hace protagonista a un ser anónimo, le pone nombre y en un juego literario, lo hace “autobiógrafo”. La novela recorre distintos momentos de la vida de Felipe, escenas que recuerda la memoria herida. El lenguaje preciso, las imágenes poéticas y la descripción minuciosa y generosa, obligan al lector a sumergirse en el mundo a través de los ojos de Felipe. Memoria, cuerpo y dolor. Felipe lleva el estigma del dolor en su cuerpo.
Si es como dice la Odisea que los dioses tejen desgracias para que a las futuras generaciones no les falte algo para contar, Bauzá asume esa tarea y cuenta la desgracia de Felipe. Nos conmueve y nos hace reflexionar sobre el destino.
Y en el Epílogo desde el transmundo, Bauzá imagina la voz del padre, y construye el perdón. Paul Ricoeur dice que cuando uno perdona renueva su confianza en el mundo, en la especie humana. Bauzá nos invita a seguir creyendo.
por Camila Mansilla