La ensalada gramatical, condimentada con caprichos snobs, logró todo tipo de récords.
por Jorge Lanata
Toda revolución que se precie de tal debe tener un objetivo inalcanzable. El hombre caminando hacia la línea del horizonte. El mamarracho de los setenta lo tuvo: se proponía crear al Hombre Nuevo. El Hombre Nuevo hecho con retazos del hombre viejo, una idea de la Biblia que devino en militante: el Hombre Nuevo sería generoso, altruista y –solo de ser necesario- fusilaría a los disidentes. La ola del feminismo kirchnerista en Argentina se propone, como objetivo adicional, cambiar el lenguaje. Menuda tarea. Su premisa inicial es polémica: el lenguaje expresa al patriarcado, es un lenguaje de dominación que sostiene el poder omnímodo del hombre. ¿El lenguaje es anterior al objeto que nomina? ¿La lengua crea la injusticia o la nombra? ¿Este es un asunto de gramática o de política? ¿La palabra “rosa” es anterior a la rosa en sí?
En cualquier caso, como corresponde a todo alud, bajan de la montaña nieve y barro: logros históricos como la despenalización del aborto o la igualdad salarial, carteles de vergüenza ajena como los de “Muerte a los hombres” o afirmaciones del tipo: “el matrimonio heterosexual favorece la violencia doméstica”. De las creadoras de “compañer@s” o “amigxs” (palabras que, de tan teóricas, se volvieron impronunciables) llega ahora el estrellato de la letra “e”.
Les chiques, les diputades y –les juro que lo vi en un diario chileno- les empanades. La base del razonamiento sostiene que, como un colectivo determinado –en este caso las mujeres- no se siente representado o visibilizado en el lenguaje que utiliza toda la población, decide cambiarlo: manipular el lenguaje en función de sus sentimientos y percepciones. Pensar que el cambio de la forma logrará que el fondo cambie es, al menos, ingenuo. Si la realidad cambia –que, insisto, en el caso de las mujeres es imperativo que cambie- las palabras representarán la realidad cambiada. La realidad cambia la lengua. A lo sumo la lengua puede advertirnos de la necesidad del cambio, pero nunca lograrlo por sí misma. A la vez, suena a intento provinciano: hay en el mundo 6912 lenguas vivas, con leyes gramaticales distintas, con distintos géneros y, claro, la e, la @ o la x quedan chicas.
También existe una vieja discusión con el concepto de género, palabra adoptada de una mala traducción de la palabra gender, que a su vez funcionaba en inglés como eufemismo de sexo, por influencia del puritanismo. Una mesa tiene género, pero no sexo. Los géneros gramaticales agrupan el femenino, el masculino y el neutro, con lo cual la confusión entre género y sexo es fuente de malentendidos. Los lingüistas denominan al género un accidente gramatical, y el español no es coherente sobre este punto. Las palabras terminadas en “o” suelen ser masculinas, pero también está la contralto, la modelo, la sobrecargo, la mano. Las palabras terminadas en “a” suelen ser femeninas, pero también se dice el día, el pirata, el pediatra, el fisioterapeuta.
La “e” también se reparte como en la esfinge o el jefe. Algunas palabras tienen un solo género que vale para los dos sexos: la persona, la criatura, la víctima, la jirafa, la ballena. Y usamos los femeninos Su santidad, Su majestad o Su excelencia para referirnos a varones. Otro sufijo que no marca el género es la terminación “ista”: periodista, artista o deportista que proviene del griego “istes”. Por eso yo no soy periodisto. La ensalada gramatical condimentada con los caprichos snobs ha logrado todo tipo de records: en Chile, el Ministerio de la Mujer y Equidad de género invitó a las fiestas “matrias y patrias”.
Así las cosas –como describe Ignacio Bosque en “Sexismo lingüístico y visibilidad de la mujer”- sería sexista decir “el que lo vea”, en lugar de “quien lo vea”, ”los futbolistas” deberá der cambiado por “quienes juegan al fútbol”, ”los españoles irán a las urnas” deberá cambiarse por “la población española irá a las urnas”. ¿Y qué hacer con “ayer estuvimos comiendo en casa de mis padres?”. Tampoco podemos usar “los reyes”, “los tíos” o “sus suegros”. Y en el caso de los animales: ¿Será correcto discriminar a las hembras en expresiones tan comunes como los perros, los gatos, los jabalíes, los lobos?
Arturo Pérez Reverte se ganó el odio del feminismo español con sus comentarios sobre el punto a través de twitter. Elogió el ensayo de Bosque y agregó: “Estaba siendo intolerable el matonismo casi indiscutido de las ultrarradicales feminazis, cada vez más favorecidas con la impunidad y la cobardía de políticos y rectores de Universidad que llevan años subvencionando disparatadas guías no sexistas con dinero público. Porque también el feminazismo orgánico, oficial, es un negocio del que trincan pasta muchos y sobre todo, muchas. Todos esos directores sin ápice de vergüenza, agachando las orejas para que no los llamen misóginos o machistas. O por supuesto, directamente fascistas, como si tuviera que ver ser de izquierda o de derecha para maltratar a una mujer.(…) Guías de lenguaje en las que no se consulta a lingüistas, cuatro particulares, sin autoridad ninguna, diciéndole a la gente como debe hablar. Esos cretinos y cretinas han llegado a establecer como delito, con multas y denuncias, el uso correcto de la lengua. Lo que ya es el colmo (…) Alguien que sepa debería explicar alguna vez porque criticar la estupidez ultra feminista radical te convierte automáticamente en misógino, tienes que transigir con que analfabetas indocumentadas te digan, nos digan a todos, como escribir y como hablar”.
En octubre de 2017 el gobierno francés de Macron reaccionó como Reverte: prohibió el lenguaje inclusivo en los documentos oficiales. ”Hay que detener la aberración inclusiva que pone al francés en peligro mortal”. Todo empezó con un libro escolar escrito por Sophie Le Callenec, que recomendaba citar siempre los dos géneros ordenando alfabéticamente el resultado. Se escribe “agriculteurs et agricultrices”, pero “femmes et hommes” y feminizar los sustantivos que se refieran a oficios y cargos públicos. Si es un escrito en castellano se puede sustituir la palabra “ciudadanos” por ciudadanis/as, ciudadanxs o ciudadan@s. En francés resulta más difícil porque no siempre es tan sencillo alterar una vocal. El resultado podría ser “citoyen/ne/s”,”citoyen.ne.s” “citoyenNes”,”citoye(ne)s” o,el más habitual de todos,”citoyen.ne.s”.Merde.
Ya que se discute la percepción de un grupo sobre el lenguaje de todos, nos permitimos desde aquí sugerir que se elimine del lenguaje, por discriminatoria, la palabra “gordo” y también las siguientes: abultado, adiposo, amondongado, atocinado, barrigón, carnoso, cebón, cenceño, panzudo, rechoncho, ventrudo, corpulento, craso, inflado, lamido, mantecoso, mofletudo, obeso, mesado, rollizo, sebo, tocino y tripudo…
Y también, ya que estamos, solicitamos la eliminación de la palabra “negro” junto a oscuro, moreno, negruzco, atizado y renegrido, africano, mulato, indígena y negroide. Una estupidez siempre tapa a la otra.
Cito a Enriqueta Pascual en “Ideología sexista y lenguaje”: “Se puede ser feminista sin destrozar el lenguaje. Pero difícilmente se pueda evitar un uso sexista de la lengua sin ser feminista”.
Fuente: clarin.com.ar
Comentarios por Carolina Lascano