Las viejas revistas porteñas, siempre sin motivo de especial interés, nos suelen brindar noticias más que interesantes a los historiadores. Entre ellas Caras y Caretas que en mayo de 1902 publicó varias páginas con motivo de celebrar el Club del Progreso su cincuentenario. Vivían aún Mitre, Carlos Pellegrini, Luis Sáenz Peña, Bernardo de Yrigoyen y Manuel Quintana por nombrar apenas algunos de hombres públicos que habían estado en los tiempos fundacionales de la institución.  Presidía el Club en ese momento Roque Sáenz Peña, que habría de refundar con la ley del voto secreto y obligatorio una nueva forma en la política argentina y como bien decía la nota que comentamos:  

“Al día siguiente de Caseros se inauguraba un período nuevo para la sociabilidad porteña. Después de la lucha, de los acervos tiempos que mantuvieron desunida y aislada la familia nacional, un ideal flotante de cultura, la sed de paz y de las formas amables sucediendo a las eternas manifestaciones del desorden, hizo tanto como los actos ostensibles de los regeneradores políticos”. 

LA TRADICIÓN

Para el redactor el Club del Progreso, representaba esa tradición ya que “por sus salones ha desfilado desde el primer día lo más representativo de Buenos Aires y de la República; allí en las tertulias familiares de los primeros tiempos”. Esas tertulias y esas “beldades” tan bien descriptas por Santiago Calzadilla en las que recuerda a Dominga Pinto una excelente pianista con “dedos de hada”.

Recuerdan a Diego de Alvear primer presidente del Club, de apenas 26 años llegado de Estados Unidos, “donde se había recibido de abogado” sin duda un error ya el hijo del vencedor de Ituzaingó traía del país del norte el título de médico. Tuvo el la posibilidad dadas las vinculaciones familiares, agrupar a un núcleo de amigos para constituir el club más antiguo de Buenos Aires. Aquella comisión la integraron: Felipe Llavallol, vicepresidente; Delfín Huergo, secretario; y los vocales: Francisco Chas, Mariano Casares, Santiago Calzadilla, Juan Martín Estrada, Félix Sánchez de Zelis, Ambrosio del Molino, Francisco Moreno, José T. Martínez, Rufino de Elizalde y Gervasio A. de Posadas.

Junto a ellos fueron fundadores: José J. Martínez de Hoz, José Mármol, Ramón Llavallol, Bonifacio Huergo, José M. Cullen, Patricio Sala, Angel G. de Elía, José M. Achával, José M. Maldonado, Norberto de la Riestra, Tomás Guido, Jaime Llavallol, Mariano Drago, Carlos Casares, Hermenegildo de la Riestra, Manuel M. Escalada, Antonio G. Moreno, Vicente Peralta, José M. Lagos, Mariano Lozano, Manuel J. de Guerrico, Manuel J. Cobo, Diego Calvo, Emilio Castro, Bernardo Larroudé, José Pacheco, Jacobo Parravicini, Román Pacheco, Francisco B. Madero, Daniel Gowland, Mariano Varela, Alejo Arocena, Augusto Bornefield, Cayetano M. Cazón, Luis Costa, Miguel Cané, Antonio Romaguera, Vicente Casares, Luis Cáceres, Bernabé Ocampo, Wilfrid Lathan, Manuel Pérez del Cerro y García de Cossio, Carlos Sívori. Apellidos conocidos de la sociedad de entonces, se vieron en el grupo inicial y a poco de ponerse en marcha la institución, al feliz  extremo de estar juntos opositores y partidarios del régimen caído en Caseros, ya que hasta el mismo Urquiza que firmó el acta fundacional un 1º de mayo de 1852.

De aquel grupo inicial sólo quedaba vivo un socio fundador: el abogado Mariano Varela, el hijo de don Florencio, que como sus hermanos había heredado la pasión paterna por el periodismo. Entre otras tantas cosas que hizo don Mariano habría de ocupar la banca de senador de Alem, aquel que desilusionado puso fin a su vida de un balazo, pero en un carruaje que lo llevaba al Club, para ser recogido por “manos amigas” y su cuerpo depositado sobre una mesa sigue como mudo testigo recibiéndonos en el hall de su actual sede.

El Club tuvo por primera sede en una casa propiedad de la familia Alvear en la calle Perú 147, que se conservaba en 1902; pocos años después pasó al espacioso edificio edificado en la esquina de Perú y Victoria (hoy Hipólito Yrigoyen), conocido como Palacio Muñoa, que había construido el ingeniero Edward Taylor para los hermanos Marcos y Miguel Muñoa. Fue escenario de los grandes bailes mensuales y los de Carnaval, tertulias, comidas y agasajos a lo largo de 44 años. Tal era el prestigio del Club que hasta se abrieron enfrente las “Grandes Tiendas el Progreso”, que competían con otras casas muy conocidas de la época.

Ese segundo local quedaba chico para sus socios, y así se pensó por 1889 construir un espléndido local, la crisis tan bien descripta por Julián Martel en La Bolsa dejó olvidado ese proyecto. Dice “Caras y Caretas” que se construyó tiempo después “gracias al ofrecimiento de un convencido de la cultura, el doctor José C. Paz, director de “La Prensa”, fue posible llevar a cabo el edificio que Buenos Aires admira en la Avenida de Mayo”. Ubicado en el número 633 de dicha arteria, inaugurado en 1900 sus amplios salones magníficamente decorados con una excelente pinacoteca y sus grandes balcones a la calle fueron testigos de las grandes fiestas del Centenario, de la llegada de las delegaciones extranjeras, del desfile militar, del paso de los nuevos presidentes desde el Congreso a la Casa de Gobierno después de la jura y del paso del Legado Pontificio el cardenal Pacelli en 1934 entre otras tantas historias.

AQUEL BANQUETE

En esos salones el jueves 1º de mayo de 1902 se realizó un suntuoso banquete “del que tanto se habla todavía” celebrando las bodas de oro del Club y en honor de los socios ingresados antes de 1860, como a los ex presidentes de la entidad. Presidía la mesa el doctor Roque Sáenz Peña, a quien acompañaban el mencionado Mariano Varela que “parecía un patriarca”, junto a Pellegrini, Manuel José de Guerrico, Antonio H. Sala, José M. Gutiérrez, Juan Agustín García y Adolfo Giménez, ingresados antes de 1860 y los ex presidentes Eustoquio Díaz Vélez, Rafael Cobo, Ricardo Lavalle y Diego González, y unos cientos de invitados.

Al final del banquete hablaron José Guerrico, Mariano Varela, Carlos Pellegrini y Roque Sáenz Peña. En ese discurso, trató Sáenz Peña el problema de la falta de pureza en los comicios, y la necesidad de hacer algo, además de invitar a los presentes a no se indiferentes a la vida pública y especialmente en lo que sería un adelanto de su programa de gobierno a cambiar “los hábitos sociales y políticos”.

Entraba entonces el Club del Progreso camino al centenario de Mayo y de su vida activa. Hoy ha superado largamente el sesquicentenario, venciendo las dificultades propias de las instituciones, manteniendo vivo eso que dicen sus estatutos de ofrecer sus salones para cumplir su objetivo de “fomentar el espíritu de asociación”.

por Roberto Elissalde

* Historiador. Vicepresidente de la Academia Argentina de Artes y Ciencias de la Comunicación.