por María Eugenia Lascano
Agosto me ahoga. Cuando era niña, no lo sentía así. Mis juegos no pasaban calor ni frío, no sabían de angustias, de bruma o del gris de muerte que amanece y que se acuesta conmigo cada invierno desde hace algún tiempo. Aquel “hay que pasar el invierno” que había escuchado con voces de atardecer nunca se refirió a paliar el frío a punta de calefactores como yo creí entender, sino a cobijar el alma de las hojas secas que ya en el piso te han dejado desnuda.
El invierno solía gustarme, cuando alborotada de juventud, podía poner mi energía en reserva. Cuando cansada de trasnochar, disfrutaba de acolchadas siestas y guisos de abuelas en el campito de mi infancia. Cuando corría tan de prisa, jugando a las escondidas con mis primos, que el gélido viento no podía alcanzarnos. Y ahí adentro, frente a las brasas de mi familia, las guitarras y las voces que encandilaban nuestra niñez. El mate corriendo de mano en mano, las tortas fritas, los churros y el chocolate caliente llenando el aire de tibios recuerdos. Y las madres preocupadas, que te abrigues, que no salgas, que ya se puso muy frío y que mejor quedarse al resguardo. Inconscientes de todo riesgo y dueños de la eternidad.
Hoy el invierno se mete en cama conmigo. Exige que lo arrope y me obliga a quedarme. Y mi cuerpo se funde con el gris acontecer de los días dependiendo del sol para recuperar cada uno de los sentidos. Mirando el pronóstico del tiempo en el celular para darme ánimo, para tachar el tiempo. Tan sólo tres días para la llegada del sol.
Mi cuerpo adulto revive en septiembre. Ya no extraña las lluvias que solían gustarle tanto. Tarda un poco más, cada año, en desabrigarse. Las prendas se pegan a la piel que adelgaza y ya no abriga como antes. Los pies que antes se descubrían con el primer brote hoy siguen cubiertos, casi, hasta el verano.
Y es agosto el lugar donde se muere el ánimo, donde se agota la tibieza del otoño y se cierran los corazones para llorar lo que han perdido. Es el espacio donde se junta el pasado con el futuro poniendo a prueba nuestra resistencia. Salir de pie, salir con vida significa haber podido matar cada uno de los miedos y todas las oscuridades.
Y sin embargo no quiero que pase tan rápido y que se esfume el tiempo porque, cansada del frío, tan solo quise aniquilar mis inviernos.
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