“Corta y triste es la vida. No hay remedio en la vida del hombre. Ni se sabe de nada que le libre del Hades. Por azar llegamos a la existencia. Y luego seremos como si nunca hubiéramos sido”. (Sab. 2)
Breve y dolorosa, sí. No obstante, resignarse a que ha de ser forzosamente así significa renunciar a toda esperanza y abrazarse a la aflicción, o a lo sumo posdatar el encuentro con la confianza radical que sea capaz de responder a este caos. El Hades o inframundo no hay que situarlo en el infierno desconocido del más allá, sino en el acá, aquel que Bonhoeffer retrató contando el horror de un campo de exterminio en el que fue ahorcado un niño, y como respuesta a la pregunta: ¿” Dónde está Dios”, replicó: “En ese niño”. Si a esto añadimos que es la casualidad lo que rige al hombre, mejor sería no haber nacido. ¿Pues, para qué si el destino último ha de ser el no ser?
El Libro de la Sabiduría es la experiencia del Pueblo liberado. Y si ésta es su liberación, grito existencial, ¿qué le queda entonces al hombre?
“La capacidad de atención del hombre es limitada y debe ser espoleada por la provocación” (Albert Camús)
Si hiciésemos la pregunta a un individuo, posiblemente nos miraría con pasmo e incluso correríamos el riesgo de que nos tomase por antigualla, pues, para sus adentros se diría: ¡Pero, ¿qué me está usted diciendo, buen hombre?! ¿Qué yo, hombre ilustrado en la modernidad, hijo del conocimiento, he de pensar quién soy? ¡Pues quién voy a ser, sino yo! ¡Yo mismo! ¡Esta gente que piensa no discurre!”
¡Ay, ése “yo”! ¿Conoce acaso todo lo que contiene su yoidad? Mas, si tuviésemos el temple de aguantar la cornada y traducir su expresión en lenguaje coloquial, trataríamos de dar un nuevo pase (quiero decir “paso”) ― pues en esto de escribir, fácilmente se incurre en herir susceptibilidades y conviene dejar claro que la poesía expresa antes que dice― Y el paso― tal vez zancada― vendría a poner a nuestro oyente en estado de alarma, ya que podría inquietar a la gente preguntas como: ¿y quién es usted? Al límite de su paciencia bien habría de responder: “Pues, fulano de tal. Tengo tantos años y soy” … (esto es muy común: confundir la profesión con la persona―… Claro, que podríamos argüir: “Me está diciendo lo que hace o lo que tiene, pero no lo que es”. Mas, dejemos este diálogo de berzoteo.
Y no digamos si rematamos la puntilla. “¿Se ha preguntado alguna vez la razón de haber venido a este perro mundo, sin que usted haya tenido parte en ello?”.
“¡Ahí va! ¡Si ya lo decía…mira qué preocuparse por el mañana, con lo que cuesta vivir el hoy!”
Ciertamente, el hombre moderno no tiene tiempo para pensarse. Habrá que insistirle.
“El pasado no nos dirá lo que debemos hacer, pero sí lo que deberíamos evitar” (Ortega Gasset)
Se dice que el burro tropieza dos veces con la misma piedra. ¡Ahimé! ¿Cuántas tropiezo yo, hombre hijo de la ilustración? ¿Para qué ha servido cambiar el teocentrismo por el antropocentrismo? Sí; me siento dueño de mí mismo. Pero, ¿realmente soy capaz de aprender de los errores? ¿Cómo acertar si todo en la vida de un hombre está des- iluminado por la duda razonable? Dicho así, no sabré cómo acertar. Y el miedo a equivocarse es hijo del error. Porque no hay peor enemigo de la verdad que el temor a conocerla. Y para conocer algo, ha de arriesgarse. ¿Cómo aprendemos a nadar, sino venciendo el recelo y echándonos al agua, `pensando y sabiendo que nos podemos hundir? Pues eso: a base de tragar agua. Y así todo. Sólo de los desaciertos se puede acertar. Pero no nos decidimos a arriesgar y preferimos quedarnos con las soluciones que nos recetan los otros para mantener nuestras seguridades. Y es que― como decía el poeta― no hay caminos, sino que hay que hacerlos al andar. ¡Y ojo! Al hablar de camino, decimos del nuestro propio.
“La vida es sueño” (Calderón de la Barca)
¡Con qué afán se vive sin saberse que lo importante es vivirse! Pues, tener tenemos todos. Hacer, también. Pero, es el “ser” lo que nos distingue de los demás. Esto es, la identidad. Y es que, si no es así, no vivimos la vida, sino es la vida la que nos vive a nosotros. Porque, lo que se dice vivir, vive una planta. Y también una afanosa hormiguita u otros animales cuadrúpedos y bípedos. Pero ignoran para qué. Se limitan a arrastrar su existencia sin preguntarse nada. El hombre, por contra tiene la posibilidad de soñar. Lo malo es que su vigilia se convierta en sueño, y creyendo soñar despierto se duerma en su ensoñación. ¿A qué habrá de despertar el hombre dormido, que cree estar despierto y se complace en aquello que conspira a tener, pero no a ser? Ser implica tomar consciencia de sí mismo. Pues, en tanto que no se enfrente a sus miedos, en un soliloquio sincero para decidirse entre la confianza razonable en la vida y el endiosamiento de la razón, que no le responde por su instinto nato de sobrevivir, viéndose tan solo en el espejo que le devuelve la imagen de su fatuidad, estará soñando dormido, creyendo estar despierto.
“La esperanza es el sueño del hombre despierto” (Aristóteles)
Bastaría un grano de insignificante mostaza de fe para mover una montaña. Mas, ¿cómo renunciar el hombre moderno a la cultura de la suficiencia y arriesgar su confianza en lo que no es capaz de ver? Añadamos: los sentidos no siempre ofrecen la visión de la realidad. Piénsese en un espejismo. En ocasiones pueden existir cosas que no son capaces de verse con los ojos. Si dijésemos: deme un kilo de esperanza, ¿cómo pesarla? Así, el hombre, saciado de tragar el barro de cada día, necesita pensar― al menos meditarlo― dónde encontrar un agua que pueda ayudar a saciar su sed incrédula. Y como el mundo no puede ofrecérsela― al menos a la altura de su deseo― habrá de esperarla. Este hombre no sueña dormido, sino que espera despierto. Aunque, sería bueno entender que aquello que se espera o confía comienza por la decisión de la voluntad en el acto del libre albedrío. Es la exigencia para que pueda salir al encuentro de esa certidumbre.
“El hombre es algo que tenemos que encontrar todavía. No sabemos aun lo que somos, y no somos todavía lo que seremos”. (Ernest Bloch)
Decir así por las buenas que somos la evolución de un bicho puede resultar hasta incómodo. Decir que no sabemos lo que somos, es tanto como pensarnos desde ese mono. Pero, añadir que hemos de “ser otra cosa”, cuando menos es desconcertante. Porque, entonces, ¿quién somos? ¿Somos tan solo la imagen que nos devuelve el cristal en el que nos admiramos? Vanidad de vanidades que los años vienen a demostrar cuán equivocado estábamos. ¿Se referirá a ese cambio externo en el que la apostura cede a la torpeza, el vigor a la senectud, los cantos de sirenas con los que nos dejábamos embaucar, a mejor hacer― por no entender― convertidos en la decrepitud de las ideas, cuando la vida toda se orienta hacia el desistimiento? ¿O a qué?
Pues, ¿qué es un hombre? ¿Aquel que no espera sino el fin, viniendo a tenerse por lo insensible― la piedra― lo sensible inanimado, como los animalitos― O aquel que pasa su existencia ― fiel diagnóstico de los Beatles― diciéndose: “Qué hace un chico como yo en un sitio como este”?
“El hombre es posible” (Paul Ricoeur)
Será por eso de que lo último que se pierde es la esperanza por lo que no queda otra salida sino la de confiar. Cansado de lo que le brindan los humanismos― demasiado deshumanizados en ocasiones― el hombre bien podría dejar de mantener gacha la mirada, contemplando el polvo que causa la aflicción de su pesar y elevarla hacia lo alto. Asirse al hilo que no deja de interpelarle, gritándole aquello de “bestia si, evolucionada también, con albedrío para poner tu existencia más allá de tu insignificancia, por supuesto”. Para eso ha de hacerse entender la futilidad de su propia razón― el error humano es creer lo limitado como lo decisivo― y abandonar la caverna de su indigencia suficiente. Se ha conformado con lo que tiene a su alcance, porque ciertamente a lo largo del tiempo vivido su espíritu ha venido a estrecharse. Ha preferido permanecer acomodado en la incomodidad de su estrecha madriguera y le cuesta arriesgarse a dejarla por lo desconocido. Prefiere agarrarse a lo conocido pero limitado, corriendo en un laberinto donde su propia velocidad lo confunde. Tal vez ha vislumbrado una sombra en su cueva, pero para comprobar de qué se trata habrá de salir fuera. Fuera de sí.
Llegado hasta aquí ronronea ideas en el interior de mi testa. Ponderaciones que vienen a decirme que el hombre es una pasión inútil por sí mismo, que existe la posibilidad de reencontrarse consigo y que puede hacerlo, entendiendo la imposibilidad de su autosuficiencia, aplicando la voluntad.
Ciertamente, la vida es breve. Pero es el tiempo de que dispone el hombre para conocerse. Y conocerse implica buscar el sentido por el que vive. Y puesto que se vive de manera más visceral que reflexiva, tendrá que enfrentar la razón con la esperanza, y no habrá otro camino que el de hurgar en la consciencia del ser. Entonces, es posible que advirtamos dos cosas. Una, que no debemos quedarnos caídos tras sufrir el traspié, sino levantarnos y extraer la experiencia. No desesperar del límite de aquello que dijo el filósofo acerca del hombre: “Humano, demasiado humano”. La segunda, que el hombre es un proyecto de sí mismo. No es lo que se palpa a primera vista, pero tampoco el que ha de ser. Un paso adelante en la evolución de su especie. De animal a animado. De mera materia a hombre con espíritu, o alma, o conciencia, si se prefiere.
Todo esto aboca a la posibilidad de ser hombre, es decir, responder a la evolución interior a la que es retado, que cubre el abanico que comprende del hombre ― en minúsculas― al Hombre― en mayúsculas. Aquello que el gran pensador y antropólogo que fue Teilhard de Chardín decía sobre el inicio de lo humano como Alfa y su realización como Omega. Porque, el anhelo del hombre es dual: de una parte, realizar su sentido humanista y del otro trascenderse. Inmanencia trascendente.
Si repasamos la Historia veremos que los humanismos- humanos no han conseguido liberar al hombre de sus limitaciones. Y es que este hombre necesita, siente, palpita en él su deseo de no terminarse. El esfuerzo con que cada cosa trata de perseverar en su ser no es sino la esencia actual de la cosa misma. El de cada hombre, el esfuerzo que ha de poner en seguir siendo hombre, en no morir. Y aun muriendo a la vida, no acabar en la nada su existir.
Algo que sólo ha logrado en el transcurso del tiempo Aquel que por decirle al mundo cómo es un hombre y enfrentarse con los poderes que lo sometían trajo con él la respuesta a su ansia de ser hombre y de no acabarse, y tras ser colgado del madero se convirtió en escándalo para unos y en locura para otros, abriendo con la ganzúa de su muerte la puerta de la esperanza de escapar de la limitación del tiempo y poder vivirse.
por Ángel Medina