Se prende fuego la patria del General San Martín.
En Argentina todo sucede de manera imperiosa, con vértigo. Un desastre es tapado por otro, un escándalo por otro mayor, una trampa con otra más burda. Todo se repite como en una pesadilla. De esta manera se acumulan causas, juicios, votos, ignorancia, complicidades, picardía, bajeza, imbecilidad.
Sabemos que la política, en líneas generales, es uno de los reinos predilectos de la mentira. Hannah Arendt señala en las primeras páginas de Crisis de la república: «La sinceridad nunca ha figurado entre las virtudes políticas y las mentiras han sido siempre consideradas en los tratos políticos como medios justificables». Maquiavelo con claridad diáfana habla del “estúpido vulgo”, el destinatario de los mensajes del Príncipe. «Pero es necesario saber encubrir bien este natural, y tener gran habilidad para fingir y disimular; los hombres son tan simples y se someten hasta tal punto a las necesidades presentes, que quien engaña encontrará siempre quien se deje engañar».
Ahora vivimos una tragedia. Se incendian campos en Corrientes. Hasta el momento son 800.000 hectáreas. Casi el 10% de la provincia. Es una zona de catástrofe ecológica y ambiental. No hay medios para apagarlo. Hace años manifestó la presidente de ese entonces que se habían comprado veinticinco aviones hidrantes para posibles incendios en el país. No están, no aparecen. Se queman 30.000 hectáreas por día. Sólo las lluvias podrían detener esta tragedia. Tragedia anunciada, por otra parte. El último gran espacio de pastizales subtropicales en América del Sur. La lucha contra el fuego en la zona de los Esteros del Iberá parece imposible, desigual y precaria; el tiempo seco y los vientos contribuyen a ahondar la catástrofe. La cobertura vegetal más afectada son los esteros y los bañados. Está amenazada toda la vida silvestre. Hay diecisiete focos de incendio. Llegan los bomberos voluntarios con una precariedad conmovedora. Bomberos voluntarios, dije. ¿Usted entiende?
Yaguaretés, guacamayos rojos, nutrias gigantes, osos hormigueros, venados de las Pampas, pecaríes de collar, muitús, chuñas de patas rojas y recientemente el ocelote, son las especies que naturalmente habitaron los magníficos esteros correntinos, por acción del hombre desaparecieron y ahora están siendo reintroducidos. El desastre, todavía imposible de cuantificar, quedó evidenciado en imágenes, cuando el fotógrafo naturalista Emilio White publicó imágenes de Iberá antes y después de las llamas. Como no es una provincia donde ganó el peronismo la ayuda no llega. Así de claro, compañero.
Muchos pobladores portan ramas verdes de Pichana, un arbusto que crece en esta zona cercana a los Esteros del Iberá, que azotan para apagar el suelo encendido. Cerca de ellos un grupo de peones tira baldazos de agua a la base de los postes de luz para evitar que las llamas corten los cables. Imposible, desigual y precario. Lamentable, triste. “En noviembre empezaron los incendios y vinieron recién hace dos semanas, cuando todo se transformó en una locura”, afirmó Diego Vallejos, un brigadista correntino
Tal vez sea una alegoría pero no es casual – pienso – que Corrientes sea el lugar donde nació el General José Francisco de San Martín y Matorras. Estamos hablando de Yapeyú. Pocos hombres pueden exhibir una trayectoria límpida en la historia de América. Todo un símbolo de transparencia, un emblema que debemos analizar entre todos. Ya empiezan a hablar de culpables, de negligentes, de usurpadores. San Martín, un ícono de la decencia frente a las llamas, la desolación, la desvergüenza, el populismo. Es lamentable vivir en un país desmadrado. Es penoso, muy penoso vivir en este territorio.
por Carlos Penelas
Buenos Aires, 17 de febrero de 2022