Al conmemorarse el 185 aniversario del natalicio del destacado presidente argentino Nicolás Avellaneda, rendimos un homenaje a su ilustre figura de estadista de nota y propulsor de grandes obras en beneficio del país. Bautizado con los nombres de Nicolás Remigio Aurelio, en su ciudad natal San Miguel de Tucumán, vino al mundo el 3 de octubre de 1836. Fue uno de los tres hijos del matrimonio formado por Marco Manuel de Avellaneda (opositor al régimen rosista y mártir de Metán) y Dolores Silva Zavaleta. Siendo nieto por vía paterna del primer gobernador de Catamarca don Juan Nicolás Avellaneda y Tula y de su esposa María Salomé González Espeche, dama procedente de gran linaje radicado en el actual noroeste argentino.
Hacia 1858 alcanzó su doctorado en leyes en la Universidad de Buenos Aires, destacándose desde joven en varias disciplinas. Como periodista fundó el diario El Eco del Norte colaborando en otros importantes periódicos de la época.
Descolló como profesor universitario comenzando su carrera a la edad de 22 años dictando Economía Política en la Universidad de Buenos Aires.
Como político tuvo brillante actuación, siendo designado por el Dr. Adolfo Alsina, Ministro de Gobierno de Buenos Aires en 1866. Como tal, fue el creador de las Memorias Anuales, impulsando al año siguiente la descentralización administrativa. Fue también diputado por Buenos Aires, aunque su gran desempeño y capacidad hallaron su lucimiento como Ministro de Justicia, Culto e Instrucción Pública, del presidente Domingo Faustino Sarmiento, cargo que ocupó entre 1868 y 1873 en el que sobresalió, poniendo en práctica la magna obra educativa planteada y llevada a cabo por el gran sanjuanino en la dotación e institución de multitud de escuelas, promoviendo la educación pública en el contorno de nuestro suelo.
Ocupó la Primera Magistratura de la Nación Argentina entre 1874 y 1880, actuando con alta probidad, honradez y denuedo en un difícil momento de nuestra historia, mereciendo citarse entre sus múltiples logros la aprobación de la Ley de Inmigración, la cual admitió el acceso a la tierra y al trabajo a multitud de campesinos europeos y la de de Amnistía General que permitió el regreso al país de muchos de sus opositores políticos demostrando así un gesto de grandeza para con éstos.
La extensión de la red ferroviaria, la federalización de Buenos Aires, la considerable evolución de las economías regionales y el desarrollo de las exportaciones fueron solo algunos de los múltiples ejes de su mandato.
Su insigne figura brilló y brilla aún hoy entre las mentes más destacadas de América. Celebérrimo orador y cultísima persona, instaló a la Argentina en el concierto de las grandes naciones del mundo durante el final del siglo XIX. Su vida se extinguió el 25 de noviembre de 1885, a bordo del vapor “Congo” mientras regresaba a la patria por la que tanto se había desvelado.
Su ínclita figura y su digno ejemplo pueden resumirse en una escueta frase del discurso que pronunció ante el Congreso Nacional al asumir la Presidencia de la Nación Argentina: “…Un Presidente de la República Argentina puede felizmente formular sus propósitos en breve palabras. Su verdadero programa es su juramento, manifestando que lo ha pronunciado con sinceridad religiosa y que lo ejercerá con lealtad, con paciencia constante y con patriotismo…”.
por Arnaldo Miranda Tumbarello*
* Prof. Arnaldo Miranda Tumbarello Educador, historiador, investigador, conferencista, escritor y académico. Miembro del Instituto Histórico Nicolás Avellaneda