EDITORIAL DEL DIRECTOR DE LA GAZETA –

Esta sentencia de Marco Tulio Cicerón (106-43 a.c.), enraizada con  la diosa Salus, custodia de la sanidad de las aguas, se proyectó como regla de la convivencia política, síntesis de la supremacía del  interés colectivo por encima de los individuales.

La frase fue recordada entre nosotros por Cornelio Saavedra al fundar su voto en los debates del Cabildo Abierto que llevaron a la instauración del primer gobierno patrio en mayo del 1810, según registran las actas respectivas.

Tiene pues entre nosotros una venerable tradición, y en este año en que nos impacta la   pandemia, vale recordarla en su doble significado. Por un lado, el gobierno ha privilegiado el concepto de salud física postergando y restringiendo todos los derechos y garantías individuales y sociales, incluídos al trabajo y la actividad económica. O sea , lo propio de la  convivencia., siendo que  la definición integral de salud, tal cual la define, por ejemplo, el estatuto constitucional de la ciudad de Buenos Aires, abarca  múltiples registros de normalidad vinculados con las necesidades de alimentación, vivienda, trabajo, educacion, vestido, cultura y ambiente (art.20).

Esto es, para la completa salud del pueblo, no basta con evitar las enfermedades, sino que se precisa un marco de normalidad y equilibrio en las distintas variables que hacen a la vida en sociedad.

En tal sentido, resulta evidente que un primer paso hacia la salud pública consiste en evitar todo lo tóxico. Bernardo  Stamateas ha difundido entre nosotros la noción de la toxicidad que resulta de determinadas relaciones o vínculos .

En tal sentido podemos decir que va contra la salud del público no sólo la pandemia sino también las expresiones y actitudes  de quienes son fuente de prepotencia, violencia e inseguridad , tóxicos de la peor índole. También debilitan y dañan la holganza y la falta de oportunidades de trabajo, los encierros provocados no sólo por la necesidad de precaverse de contagios, sino para evitar ser agredidos por los malvivientes. La corrupción política, de las policías y de la justicia, que envenenan toda posibilidad de respeto de la palabra empeñada. El silencio de quienes deben pronunciarse para orientar nuestras vidas, la defección de los líderes por acomodos, el refugio en la zona de confort de legisladores y  jueces, abandonando sus responsabilidades y cargos. Son tóxicos los cortes de rutas, los bloqueos de servicios, los piquetes y los linchamientos mediáticos. Los garantistas de puertas giratorias, y los que no cuidan ni que las cárceles sean sanas y limpias, ni que los liberados se reinserten . Son malignos virales los aduladores del pobrismo, que desvían los fondos solidarios y descuidan el progreso y  la educación ,los okupas de predios y casas ajenas, que no aprenden a construirlas. Contaminan las barras bravas, que, cebados en los negocios negros del futbol, lo mismo  delinquen, distribuyen  droga,   o  se alquilan para dotar  de mayor  prepotencia en las calles a muchas manifestaciones, Los vándalos que atentan contra monumentos públicos o contra empresas o silobolsas, impulsados a veces por resentimientos, o convocados para  inmovilizar por espanto y temor. Envenena el exceso normativo, afán sádico de ostentar poder regulando e interviniendo todo con reglamentos y protocolos, convertido por contagio en un hábito de potestad mandona, que insufla todas las capas burocráticas y parlamentarias, hasta los más minúsculos reguladores. Embrutecen los igualitaristas que niegan el mérito pero miran por encima del hombro al resto ; maestros en el  sobrevuelo vigilante, militantes puritanos del pensamiento políticamente correcto, que intentan ahogar a todo el que piense diferente y se anime a decirlo. Daña el relato mercenario, los redactores y revoleadores de carpetazos, los denunciantes seriales, las granjas de trolls agresores, los arquitectos de muros y los cavadores de grietas.

En definitiva hay mucha toxicidad en la vida nacional, que obliga a esta reflexión de recordar las palabras del pensador romano.

Que sea la suprema ley acabar con los dictadorzuelos y con las conductas tóxicas, para restablecer la salud del pueblo que ha de empezar por restaurar el valor de la palabra y la decencia en la vida pública, tanto como las leyes y las instituciones. Para volver a una verdadera normalidad, que no ha de ser la   ya malsana previa a la pandemia, sino esa que aún debemos diseñar y  cimentar para poder cumplir con las aspiraciones prometidas por el preámbulo de nuestra Constitución como marco de saludables convivencias individuales y familiares.

por Roberto Antonio Punte