Según el analista internacional, en el Gobierno hay una anteojera ideológica que oculta la realidad. Y afirma que se siguen discutiendo cosas que no tienen sentido.
Aficionado al buceo, Carlos Pérez Llana analiza del mismo modo los asuntos mundiales: con prudencia y en profundidad. Dialogó con Clarín sobre los cambios globales y el rol del país ante ellos.
¿Cómo ve a la Argentina en el mundo actual?
Mi grilla de análisis es que al mundo hay que entenderlo desde tres pilares: los intereses, las ideologías y las pasiones. ¿Qué es lo que Argentina tiene en este mundo para ofrecer? Tiene proteínas, ahí están las ventajas. Hay muy pocos espacios en el mundo que lo tienen. A partir de allí puede acumular capital. Se puede discutir si lo conduce el mercado o el estado, pero hay que acumular. Y nuestro mercado son los que tienen dinero y necesitan comida. Aquí entra en la ecuación estratégica China, que tiene una enorme población y casi no tiene ningún recurso.
¿En la creciente rivalidad entre Washington y Beijing qué política exterior recomendaría?Alineamiento automático nunca. No hace falta alinearse. Siempre pensé que el no alineamiento era interesante estratégicamente para los débiles. Hay que tener matices; se puede ser aliado sin estar alineado. Y si lo hace, lo debería hacer en función de intereses. Pero para eso hace falta tener poder: un estado que funcione, una economía que funcione y alianzas que funcionen. La Argentina está muy débil. Son importantes las alianzas para ganar poder por el lado de la oferta. En eso el Mercosur cobra mucha importancia, tiene un cemento natural. Como estructura de integración es una micro-OPEP si se organiza, tenemos que llevarnos bien.
¿Qué guía la política exterior argentina actual?
Yo diría que intereses geopolíticos o geoeconómicos no. Lo que la está definiendo es una lectura del mundo totalmente atrasada e ideologizada, sin reflexión. Y en segundo lugar los intereses; pero no nacionales, sino los ligados a esas ideologías. Es una política exterior muy vieja y que conduce al aislamiento, a la soledad absoluta. No puedo creer que se defina una política exterior hablando de la Patria Grande y sumando a México, ¡un país que mira al mundo desde Estados Unidos! No hay que ser daltónico. El modelo comunista chino no es exportable, es un modelo nacionalista civilizacional. Tampoco el ruso, un modelo de desarrollo donde la acumulación de capital la hace el poder y sus amigos. Aliarse con países que quieren revisar su pasado en términos de fronteras tiene altos costos. Alinearse con Moscú es comprar un modelo territorialmente expansivo, con Turquía es comprar uno de regreso al Imperio Otomano, con China los reclamos en Taiwán, Mar de la China, Asia Central. Hoy China ya no invierte en Argentina, han visto el fantasma de la realidad. A China lo que le interesa de Argentina es lo que no tiene. Intentó hacer otras cosas: obras públicas, compra de activos…pero lo que les interesa son los recursos. Punto, nada más. Ése es el problema central de los que creen que hay una Meca en Moscú o en Beijing. No hay Meca.
¿Esos factores ideológicos explican la posición frente a Nicaragua o Cuba?
Hay una anteojera ideológica que oculta la realidad en el país y en la región. Y los cubanos…la fabrican ellos. En Argentina hay una ideología que cree que hay un muro en el mar. Hay más vuelos de Miami a Cuba que entre Cuba y Argentina, la conectividad con Estados Unidos es enorme. Ahora el régimen está desnudo: devuelve internet, permite la entrada de más medicamentos y de alimentos sin aranceles. El ex Partido Comunista Argentino tenía una visión, un aparato cultural y redes afines a Cuba. Bajo Perón, con Gelbard, fue cuando más vínculos hubo. El otro es el de la izquierda utópica que creía que en Cuba había nacido un “hombre nuevo”, soslayando el acuerdo entre Castro -que en sus orígenes no fue marxista- y el sistema comunista. Castro le vendió a la URSS una base por respaldo. Ya en el 62 cuando Kruschev saca los misiles y ni le consulta, Castro se da cuenta de que no cuenta para Moscú. Pero el contenido utópico de una revolución independiente caló muy fuerte en el sector de la izquierda argentina, en particular Montoneros. Y Cuba trabajó el soft power cultural muy bien para maximizar su autonomía y tener peso político en países de Latinoamérica. Y logró tener un protagonismo internacional superior a su poder. Chávez en Venezuela, por ejemplo, fue un producto del marketing y de la formación cubana. Pero el régimen hoy ¿qué es? Un partido gobernado por hombres –casi no hay mujeres en la estructura de poder– y en segundo lugar, blancos. Y Nicaragua es una derivada: Batista o Sandino son parte de una epopeya o mito con un alto valor simbólico para los sectores con esas anteojeras que causan un bloqueo informativo, un bloqueo mental.
¿Por qué dice que el país tiene “autonomía estratégica perdida”?
Con la debilidad del aparato productivo, teniendo que negociar permanentemente deuda o con un estado que hace agua por todas partes no se puede tener autonomía de ningún tipo. El estado no puede tomar decisiones estratégicas para y por sí mismo. La pérdida de autonomía argentina está ligada a su fracaso económico, a la debilidad de sistema de poder loteado, no hay nadie que decida, la economía está desquiciada y tampoco reconocemos quiénes son nuestros socios y aliados.
¿Por qué no lo reconocemos?
No tenemos razonamiento geopolítico o geoestratégico. Defender los recursos es clave. Lo que nos está pasando en el litoral marítimo es terrible. No tenemos capacidad de hacer lo mínimo para proteger los intereses nacionales. Argentina no tiene una élite que esté analizando la naturaleza de los cambios en el mundo. La clase dirigente no tiene un mapa actualizado de la agenda internacional. Argentina no entiende las crecientes fracturas del mundo y sus implicancias para el país. No hay un estado o gobernantes que entiendan que el tema internacional es un tema vital, lo analizan con mecanismos binarios o elementos ideológicos. Hay un gran parroqualismo. Seguimos discutiendo cosas que no tienen sentido, hay un atraso intelectual en los marcos de referencia desde donde se toman las decisiones políticas. Vemos un mundo que no existe: creemos que está Marx en Moscú y está Putin; creemos que está Deng en China y está Xi; creemos que hay una revolución en Cuba y ya vemos que no hay siquiera libertades mínimas.
por Mariano Turzi
Clarín, 18 de julio 2021