Conquistar el espacio le resulta difícil. Hace tiempo debió haber superado el horror al vacío ancestral del origen pero, por alguna razón, aún es esclavo de sus marcas. Si el humano no se atreve más allá de las Pléyades, no encontrará habitantes de otro planeta aunque, por cierto, los hay. Sin embargo, llevamos cosmos en la sangre, polvo de estrellas en la piel. Lo galáctico es parte de nuestro ADN, dijo, mirándola con expresivos ojos grises.
Ese hombre alto, de trato exquisito, pareció haber salido de la nada. Frecuentando el mismo ambiente, teniendo idénticos intereses ¿cómo no haberse encontrado antes? La atracción es inmediata.
Petroglifos en Perú, líneas de Nazca, pirámides en México, viajes planificados para observar supuestos mapas estelares que sólo pueden divisarse desde el aire. La presencia alienígena sucede hace milenios. Estuvieron, están. Algunos viven aquí sin darse a conocer, arriesga, con llamativa seguridad.
Horas charlando acerca de avistamientos, ovnis, mitos, dimensiones, jeroglíficos, universos, más. Jano -profesor de historia y mitología- parece un experto. Divertida, comenta que podría ser un pasajero del espacio en busca de recuerdos familiares, pero no ríe con ella; simplemente, cambia el tema.
Desde hace días lo siente opaco, callado, triste, disfrutando el amor con intensidad de final. Desea saber, pregunta: sólo la mira en silencio, como si mirara quién sabe qué galaxia lejana, como si poseyera secretos que debieran permanecer ocultos.
Llevamos cosmos en la sangre -repite esa noche de verano- No lo olvides. Al dormir, una intuición oscura despierta en pesadillas.
Sobresaltada en la cama, se encuentra sola. Lo busca, lo espera, intenta hallar algún mensaje. Se ha ido, desapareció de repente esfumándose, semejante a quien cruzara un portal hacia otra dimensión.
Se fue, dejándola en el horror del vacío.
por Nora L. Salgueiro