Alemania. Corría 1933. Joseph Goebbels era Ministro para la Ilustración Pública y Propaganda del régimen nazi. Se le ocurrió visitar a uno de los cineastas más importantes y reputados de su tiempo, Fritz Lang, para ofrecerle el cargo de director de la UFA, el instituto de cine alemán. Sorprendido, Lang le explicó que su madre era judía, a lo que Goebbels le contestó: “nosotros decidimos quién es judío y quién no”.
Esa misma noche Lang huyó de Alemania. Ese mismo año se divorció de su esposa, Thea von Harbour, quien aceptaría el cargo que él rechazara. Y finalmente recaló en Hollywood, donde murió a los 85 años, luego de cambiar al cine para siempre.
Argentina. 2020. El Jefe de Gabinete del Gobierno Nacional, Santiago Cafiero, dijo, sin sonrojarse siquiera que “estos argentinos y argentinas que se manifestaron ayer no son la gente, no son todos, no son el pueblo, no son la Argentina”. A lo lejos, como un susurró quizá podría escucharse “nosotros decidimos quién es el pueblo y quién no, quién es la gente y quién no”.
Se equivoca quien piensa que estamos ante hechos novedosos. Esta intolerancia, esta violencia, la hemos vivido muchas veces en la historia. Y quizá por ello podemos aventurar los resultados. Seis años después de que Lang abandonara su patria, se desató la Segunda Guerra Mundial. Y seis años después, cuando se abrieron las puertas de la ignominia, los pocos sobrevivientes de los campos de concentración nazi eran más hueso que piel. Hubo seis millones de muertos en ese exterminio. El nazismo había decidido quién era el pueblo y quién no, quién era la gente y quién no.
Tal vez por eso, a los que hemos vivido medio siglo XX, nos asustan algunas expresiones que se sueltan en este siglo XXI, que parece haber olvidado la lección de la historia y prueba suerte otra vez con métodos de consecuencias escalofriantes.
Este siglo XXI, el siglo de la pandemia, del terrorismo -por cierto, ¿no les resulta curioso que hayan desaparecido del mapa político universal los atentados de años atrás?-; este siglo de la virtualidad, la miseria y el subjetivismo, en el que la realidad en sí misma ha dejado de existir y ha sido reemplazada por la percepción subjetiva de cada individuo -por cierto ¿no les llama la atención que este individualismo casi solipsista dé como resultado un pensamiento tan uniforme?-; este siglo de cryptomonedas y 5G en el que el valor no está en la obra sino en el curador de la obra, no está en la palabra, sino en la acción que muchas veces la contradice; este siglo en el que se exige supremacía, no igualdad; en el que se valora la diversidad pero no se aceptan pensamientos diferentes; este siglo no trae nada demasiado nuevo, sino viejas ideas con ropaje distinto.
La negación de los que piensan diferente, la deshumanización -y la desciudadanización, si se me permite un neologismo entre tanto lenguaje inclusivo- que justifica el exterminio de los que piensan diferente, sólo ha traído dolor, miseria y muerte para el pueblo, para la gente. Habrá que estar atentos, entonces, para no caer en el facilismo de la intolerancia, ni en la solución final de la violencia.
por Norma Arana
14 de octubre de 2020