Con un 38 % de pobres, 7% de indigentes, inseguridad creciente, educación declinante, inflación galopante, por citar solo algunos de los males que se señalan, deberíamos estar cercanos a una catástrofe. Pero no lo estamos.
La Argentina, tierra de promisión, que entre 1890 y 1920, recibió cerca de 6.000.000 millones de inmigrantes, de los cuales se quedaron más de la mitad. Aún después de ese aluvión y como consecuencia de guerras y hambrunas, en el mundo, siguieron viniendo más.
Sigue habiendo un clase media, disminuida pero no rendida, que ejerce el comercio, estudia en escuelas y universidades gratuitas, trabaja en diversas profesiones, es industrial, chacarera o estanciera, propietaria de trasportes de personas y animales, produce alimentos, se incorpora a las fuerzas policiales o militares, ejerce la medicina, la enfermería y muchos de ellos a las artes.
Existen instituciones religiosas que además de desarrollar sus creencias y ritos, ayudan a los necesitados de alimento, ropa y alojamiento. Ello, además otras entidades que brindan similares ayudas. Los hospitales son públicos y gratuitos.
Tal vez omita algunos paradigmas, pero los señalados son suficientes para saber que no todo está perdido y que no nos dirigimos a la extinción como nación.
La mediocridad, ¡que algunos señalan a veces como meritoria!, se contrapone con la calidad, internacionalmente reconocida, de algunas de nuestras universidades y centros de salud e investigación científica. Lo mismo pasa con los adelantos e innovaciones en maquinarias y otros rubros destinados a la producción agrícola y ganadera. Algunos “unicornios” nacieron en nuestro país y se destacan en el mundo.
Es cierto que la educación, sobre todo la pública, ha disminuido en su calidad y que la formación de los docentes no tiene los parámetros de antaño. Pero sigue habiendo bolsones de estudio, investigación, difusión e intercambio con centros internacionales que reconocen sus méritos.
Sin embargo en la conversación cotidiana, en notas de los periódicos, en los medios audiovisuales, en muchas conferencias y ensayos, se insiste en la declinación como destino de lo que una vez fue grande y ejemplar.
Entonces, apelando a la resiliencia de nuestros ciudadanos y al coraje de los fundadores de la nación, debemos recobrar los atributos de entonces: convicciones políticas republicanas, políticas liberales y sociales sólidas y sobretodo, compromiso y decisión de luchar hasta el último aliento contra la desidia, la abulia y la resignación.
por Guillermo V. Lascano Quintana