Es una obviedad que Argentina atraviesa una crisis política y económica: Larga, profunda y disolvente que está ante los ojos de todos.
Lo económico es lo urgente, lo apremiante y debe ser atendido con eficiencia.
¡Pero lo político es lo importante!
¿Por qué?
Porque el control y el manejo del Estado se presentan como una cuestión decisiva, ya que el cambio a una política de desarrollo nacional no se producirá por si solo ni por la intervención de la divina providencia. El cambio requiere de la acción de las fuerzas sociales interesadas en él.
Por lo tanto requiere de la acción Política.
Para poder comprender mejor la situación argentina, no tanto en su origen cuánto en sus posibles derivaciones y caminos de salida, es necesario ubicarla en una suerte de confluencia de crisis de extrema gravedad que se da a nivel mundial.
En este sentido, lo primero que salta a la vista es que entre los dos grandes poderes imperiales de nuestro tiempo, los EE.UU. y China, hay problemas y tensiones muy serios y graves.
Mientras tanto, Gran Bretaña no solo se ha separado de Europa sino se ha puesto fuera de la ley internacional al decidir que no cumplirá lo convenido con la Unión Europea en relación al Brexit y se encamina a ser un simple satélite de los EE.UU.
El destino de la hegemonía americana, bastante disminuida por el trabajo de demolición realizado por Trump, bien puede decidirse dentro de pocos días. Gran parte del mundo ve con temor y preocupación la posibilidad de que el orden global se altere profundamente en caso de una reelección de Trump.
La crisis, a nivel mundial, se caracteriza por tres aspectos:
- La amenaza de guerra nuclear.
- La catástrofe medioambiental.
- El deterioro de la democracia y las perturbaciones sociales que producen los cambios tecnológicos.
Con respecto al primero, se destaca la obstinación de Trump en destruir el régimen internacional de control de armas. Rompió el Tratado con Irán.
En el plano medioambiental Trump ha desplegado una prédica reduccionista, mejor dicho lisa y llanamente negacionista, con el mismo espíritu con que lo ha hecho respecto de otros asuntos importantísimos como la pandemia, prédica a la que ha unido una acción consecuente en el mismo sentido. Ha retirado a los EE.UU. del Acuerdo de Paris.
En su vocación nacionalista y aislacionista los ha retirado también de la UNESCO y amenaza hacerlo de la OMS.
El mundo se recuperará de la pandemia, pagando grandes costos. Es dificilísimo, en cambio, que se recupere del derretimiento de los casquetes polares o de los gigantescos incendios que liberan enormes cantidades de gases de efecto invernadero.
Por otro lado, Trump avanza en su campaña por socavar la democracia americana, ya perturbada por los conflictos sociales provocados por la revolución tecnológica y la globalización.
En la política interna ha recurrido a nombramientos “temporales” en cargos clave para burlar el control del Senado, aún si la mayoría republicana que predomina en él es en extremo complaciente.
Los “Inspectores Generales” nombrados por el Congreso para monitorear el rendimiento del P.E. fueron despedidos por Trump y la mayoría republicana en el Senado calló con la honrosa excepción del senador Romney.
A un mes de las elecciones ha designado a una magistrada de su confianza para cubrir la vacante que se produjo hace pocos días atrás en la Suprema Corte.
Pero lo más grave, la mayor amenaza que planea sobre la democracia norteamericana, es la advertencia de Trump de que podría no dejar el cargo si no le gusta el resultado de las elecciones de noviembre, o sea, si las pierde. Es más, ha organizado unidades paramilitares para defenderse, a las que ya ha enviado a probarse a Portland, Oregón.
La amenaza ha sido tomada en serio, como lo evidencian:
-la propuesta del “Washington Post” de crear una comisión encabezada por los ex Presidentes Bush y Obama para controlar los comicios.
-El estudio realizado por el “Proyecto Integridad para la Transición”, en el que grandes expertos republicanos y demócratas en temas de estrategia no descartan, como conclusión de su estudio de los diversos “juegos de guerra” hipotizables como resultado de la elección de noviembre, la posibilidad de una guerra civil.
La nota que distinguidos jefes militares retirados han presentado al Jefe del Estado Mayor del Ejercito, Gral. Mark A. Milley, señalando que es su responsabilidad institucional que el Ejército esté preparado para actuar en caso de que un presidente ingobernable pretenda desconocer un resultado electoral adverso a su reelección.
Trump ha ido más allá: ha dicho que podría ignorar la Constitución que impide más de dos mandatos presidenciales y “negociar” un tercer mandato.
Lo cierto es que, como bien lo sabemos los argentinos, la vigencia de la libertad y de los derechos de los ciudadanos no está garantizada solo por el texto escrito en un libro que se intitula Constitución Nacional. Un gran jurista y político norteamericano, James Madison, lo dijo refiriéndose a “barreras de pergamino”.
El crecimiento alucinante de la desigualdad, el superpoder de las finanzas, las crisis financieras, el efecto disruptivo de la revolución tecnológica sobre el empleo, la dislocación de las industrias, y otros hechos disolventes del tejido social han producido, con la ayuda de gobiernos complacientes y de líderes ineptos, mucha rabia general, resentimiento y desprecio por las instituciones de la democracia republicana y creado terreno fértil para los demagogos, como, entre otros, el mismo Trump, Bolsonaro en Brasil, Modi en India, Le Pen en Francia, Salvini en Italia, Vox en España, Farage en Gran Bretaña, Maduro en Venezuela, Orban en Hungría, Erdogan en Turquía, etc.
Resisten la Unión Europea -gracias en gran parte al entendimiento de Alemania y Francia- y en Sud América Uruguay.
Estas crisis son internacionales: el desastre medio ambiental, la pandemia, el peligro nuclear no tienen fronteras y algo muy parecido sucede con el deterioro de la democracia.
Por lo tanto, Argentina no está indemne, que nadie se equivoque.
Ahora bien: está a la vista que en el mundo de hoy señorean la ciencia y la técnica. Ello así, la política podría ser ciencia, pero seguramente es técnica y arte.
Precisamente es la técnica regia, que sirve para decidir sí y por qué se hacen la cosas en la vida del Estado.
Y es arte porque para alcanzar los objetivos hay que apuntar alto y lejos, como el arquero diestro, que sabe que el objetivo que se propone alcanzar está lejano, conoce su arco y su flecha, sabe la curva que ésta desplegará en el aire, pone la mira más alta que el objetivo propuesto no para alcanzar con su flecha tanta altura sino para poder con tan alta mira llegar al fin que quiere alcanzar.
Técnica y arte, realismo e idealismo, se deben unir en la acción, una acción virtuosa que lleve a lograr el fin propuesto.
Claro, si se trata de pasar a la acción para transformar la realidad decadente en la que estamos sumidos, hay que conocer la técnica y el arte de la política y el fin propuesto, de lo contrario actuaremos a ciegas y se reiterará el fracaso, no se logrará el fin, que no puede ser otro que el bien de la Patria.
¡Porque este es el fin que debe perseguir la Política!
Al político que trabaje para ese fin, que luche por ese fin, que haga el bien de la Patria le cabrá la gloria. Al que se interese solamente por el beneficio de su partido, de su facción, de sí mismo, le cabrá la infamia. Así de simple. Así de sencillo.
Algunos ejemplos, entre otros, a vuela pluma: a Bismarck, a Cavour, que utilizaron todos los medios para lograr la unidad nacional alemana e italiana; a Churchill, a de Gaulle, a Roosevelt que hicieron lo mismo -llegando a aliarse con Stalin, que era algo así como el demonio- para vencer a la barbarie nazi, les cabe la gloria. Como a Sarmiento y a Roca, con sus virtudes y sus defectos, les cabe la gloria.
A los que les cabe la infamia, cuántos, desgraciadamente, no los nombraremos, por caridad de Patria.
La técnica regia, el arte de la política, el fin perseguido: hay que conocerlos, la base radica en el conocimiento.
Pero…¡Atención! El hombre se relaciona con el conocimiento de tres modos diferentes, hay tres generaciones de cerebros:
– uno, es el que entiende por sí mismo;
– otro, es el que discierne lo que otra persona entendió;
– el tercero, no entiende ni por sí mismo ni por lo que otra persona entendió.
El primero es excelentísimo, el segundo excelente, el tercero inútil.
Saber es conocer por sí mismo la verdad efectiva, concreta, de la cosa, no la imaginación de la cosa que uno se hace.
No es fácil de lograr porque el hombre tiene una inclinación natural hacia el error y en tales condiciones su juicio no producirá verdad sino opinión, que no dice lo que las cosas son sino lo que parecen.
Saber es discernir el ser del parecer. ¡Ya lo enseñó Aristóteles!
Les dejo a Uds. como ejercicio ubicar en cada uno de los tres tipos que identifiqué recién a los hombres de la vida pública argentina reciente y actual.
Por mi parte me cuidaré mucho de hacer nombres, pero sí digo que en la primera categoría encuentro que hay poquísimos, en la segunda algunos y en la tercera muchísimos.
Esto es grave, porque la teoría del salto cualitativo, que a partir de los griegos contribuyeron a desarrollar Kant, Hegel, Darwin y Marx, entre otros, explica que cuando la cantidad de un fenómeno supera una determinada medida ello modifica su calidad.
Por eso no se podría definir solamente como corrupción el giro que ha venido tomando la vida pública en nuestro país, caracterizado por el paulatino y constante menoscabo de las instituciones constitucionales en el marco de una indisimulable decadencia social y económica.
En realidad, lo que está bajo nuestros ojos es el colapso del conjunto del sistema político-institucional, que no nace tan solo de la impotencia de la clase dirigente.
Su causa real, así como la causa de su vastedad capilar, está en otro lado: está en la desintegración del cuadro general –ideal e institucional- en el cual aquella clase está llamada a actuar.
Desde un tiempo a esta parte la mayor parte de quienes empiezan a hacer política y no pocos de los que a ella se dedican profesionalmente desde antes –no todos por cierto y hago la salvedad con énfasis- no tiene más ningún punto de referencia histórico-ideológico fuerte, no puede vincularse a ningún valor. En sentido estricto, se podría afirmar que no sabe ni siquiera en nombre de qué país habla, ya que no conoce la historia argentina y, en muchos casos, ni siquiera el idioma nacional.
Por una razón o por la otra, todo el horizonte simbólico e inclusive práctico sobre el cual fue construida la Nación se les presenta hecho añicos.
La política, los partidos, la movilidad social, la justicia, el trabajo, etc., han perdido para los dirigentes –salvo honrosas excepciones- toda capacidad movilizadora, no representan más aquellas seguras y plausibles líneas de acción que representaban tiempo atrás: ellas deberían ser repensadas de la cabeza a los pies.
Así las cosas, muchos de los que se meten hoy a hacer política se introducen en un vacío habitado por la nada, salvo la apetencia del poder con fines espurios, que pretende malamente disimularse con un relato pseudo ideológico.
Ese vacío llama, en la mayor parte de los casos, y no por casualidad, a mujeres y hombres ellos también vacíos, sin ideas ni principios. Personas que una vez elegidas, están destinadas a pasar su propio tiempo en las aulas parlamentarias o en las oficinas de la administración o de las empresas estatales como si fuesen peces en un acuario: ocupados en moverse sin un verdadero objeto, en dar vida a falsas pasiones o falsas batallas, su único fin es quedarse allí, a la espera del “alimento”.
¡Qué triste espectáculo de la inutilidad y la frustración!
No estamos como estamos por casualidad.
Entonces: conocer al país, su historia, su geografía humana, física y económica, sus problemas concretos y su conexión con el mundo.
Además, saber es también prevenir. Savoir pour prevoir dijeron los positivistas franceses.
Ejemplos de tiempos recientes del desconocimiento de esta regla fundamental y de su reemplazo por la superficialidad, la improvisación y el voluntarismo, hay muchos. Acá van cuatro:
-haber abolido el cepo cambiario prematuramente en 2016;
-haber creído que lloverían las inversiones;
-haber creído que la inflación era fácil de domar;
-haberse manejado políticamente con autosuficiencia y soberbia no obstante haber ganado las elecciones por menos de dos puntos.
Y de tiempos recientísimos ni que hablar. Van otros cuatro:
-lo ocurrido con la revuelta de la policía bonaerense;
-el error no forzado en el proceso de elección del presidente del BID;
-creer que con endurecer el cepo cambiario se frenaba
la carrera al dólar.
-suponer que se puede conseguir el apoyo de los EE.UU. para arreglar con el FMI y al mismo tiempo sostener al chavismo, incluyendo los volte face de último momento.
La sabiduría debe caracterizar al gobernante; que además debe ser perspicaz. Hoy por hoy, esa condición no se advierte en la clase política, salvo honrosas excepciones. Como no conocen los problemas de fondo del país, no van más allá de advertir los brutales síntomas de la enfermedad, y por lo tanto no tienen nada sustancial que decirle y proponerle a la sociedad. Pueden, sí, ir a la TV para hablar y hablar de lo que ya son lugares comunes y tratar de crear consensos en torno de la nada o poco menos.
Ahora bien, la República es una asociación de ciudadanos ordenada por la Constitución, cuya vigencia le da vida y cuyo menoscabo le es mortal. La materia de la República es el pueblo y su forma la Constitución.
Por eso la República puede ser conflictiva, pero no inordenada. Deseo subrayar aquí que no deben confundirse el desorden y la corrupción de la sociedad con el conflicto social y político, que es un elemento constitutivo del Estado, cuya existencia dentro de los límites constitucionales asegura las libertades y la vigencia de las instituciones y los derechos.
Sería bueno que los políticos (¡es obligatoria la ficha limpia!), supiesen al menos contener a los sectores en lucha, que pugnan cada vez con más fiereza por apropiarse de una torta siempre más chica mientras crecen las tensiones de todo tipo y se acumulan las frustraciones. Los políticos deben cumplir esa tarea de mediación para que la lucha política, legítima y necesaria para conservar la libertad, no se desnaturalice y frustre las energías y la fuerza creadora de las personas y la sociedad.
La decadencia y la corrupción del orden constitucional, me refiero al orden constitucional real, no al mero texto escrito en un librito titulado Constitución Nacional, traen aparejadas la decadencia y la corrupción de la sociedad y de las luchas que le son propias.
Hay luchas y luchas, contrastes y contrastes, hay que saber distinguir. Su carácter positivo o negativo depende de los tiempos sociales en que ellas tienen lugar. Si son tiempos sanos, vale decir los que transcurren dentro del orden constitucional real, el conflicto dinamiza la vida política y es factor de progreso porque mantiene abiertos espacios de libertad que permiten y amplían la participación ciudadana. Si son tiempos de corrupción de la sociedad las luchas se contaminan y se exasperan, hasta llegar a la destrucción de la estructura política dentro de la cual se generaron.
Ahora bien, así como la Constitución ordena a la República, su fuerza y su mérito radican en su aptitud concreta para relacionarse dinámicamente con la evolución de los hechos sociales.
Toda vez que el vínculo entre la Constitución y los conflictos político-sociales pierde la flexibilidad que le permite a éstos desarrollarse en el marco de la concordia, se hará crecientemente rígido hasta romperse.
La sociedad se hará ingobernable y habrá una mutación en su estructura política. Se producirá, por ejemplo, el paso de la República a la Dictadura.
Este proceso lo hemos vivido más de una vez en Argentina.
Hoy la realidad argentina muestra a sectores y clases sociales y a agrupaciones políticas en feroz pugna, que chocan entre sí en un marco de gravísimo desorden de toda índole, de indisciplina, de decadencia y de miseria.
Si los políticos revierten sobre su accionar los intereses de una facción, si se apartan de su misión fundamental de integración y favorecen el desencadenamiento y la exasperación de las tensiones, en vez de contribuir a la mejora y a la evolución de una sociedad bien ordenada, contribuirán a arruinarla. Si insisten la destruirán, a menos que una conciencia, una fuerza social que trascienda la mezquindad de la política partidaria opere para rescatar a la Nación. Siempre o casi siempre ha sido así a lo largo de la historia frente a un panorama de este tipo.
Ahora bien: al reflexionar sobre política y desarrollo en la realidad de Argentina, debemos preguntarnos: ¿ Cuales son los hechos?¿ Cual es la verdad que los hechos revelan? No nos dejemos desviar por lo que quisiéramos creer o por lo que creamos que nos traería beneficio si así fuera creído. Observemos única y exclusivamente los hechos.
En lo económico estamos ante la peor combinación:
- inflación galopante con recesión -el PBI lleva una caída este año del 13%,
- destrucción de puestos de trabajo -en el año se llevan perdidos mucho más de un millón-
- aumento acelerado de la pobreza -alcanza al 47% de la población- y de la indigencia.
- Moneda nacional sin valor, que pierde frente al dólar a un ritmo insostenible.
- La erosión de las reservas netas de divisas no se detiene, y hoy su monto es tan pequeño, descontados el oro y los derechos especiales de giro que no sirven, que prefiero callarlo.
- El país no tiene dólares, y no hay quien se los preste, pero desalienta sus exportaciones más importantes salvo parches inconducentes.
- Mientras en los 90 la tasa de inversión se duplicó y post 2002 siguió creciendo como resultado del ajuste externo, de los altos niveles de capitalización de la década anterior y del boom de las materias primas, hoy el stock de capital reproductivo -máquinas, tecnología, transporte, construcción, infraestructura, equipamiento del campo, del sector minero y petrolero- cae a un ritmo tal que la tasa de inversión no compensa su depreciación. O sea que lo obsoleto no se reemplaza y lo deteriorado no se repara.
- Apuntemos por fin que en los últimos 20 años la inversión extranjera directa creció 400% en el mundo y 2% en Argentina.
Mientras la UE ha destinado 750.000 millones de Euro a afrontar las consecuencias de la pandemia -privilegiando las economías más debilitadas de Italia y España- y la mayor parte de los países emergentes ha recurrido al crédito internacional aprovechando la tasa de interés negativa, Argentina no tiene esa posibilidad, nadie le presta como consecuencia de sus desequilibrios económicos y políticos. Recurre a la emisión de moneda sin respaldo, espuria.
Destaca que de 180 países afectados por la pandemia el PBI de Argentina es el tercero que más cayó.
Mientras tanto el Gobierno no ha hecho conocer un programa económico-financiero. Tampoco, obviamente, conduce. A su vez la oposición no ha hecho la necesaria autocrítica y por ende no ha dado a conocer un plan para salir de la crisis. Así las cosas los temas que se discuten resultan surrealistas si consideramos la gravedad de la situación: la reforma judicial, las sesiones virtuales o presenciales del Congreso, la modificación de los protocolos relativos a las sesiones de las Cámaras legislativas, si son delito o no las tomas de tierra, si fueron bien o mal trasladados tres jueces federales, etc.
A partir del conocimiento de estos hechos, para encarar un plan de estabilización y desarrollo, son absolutamente indispensables una política económica eficiente y la recuperación de la confianza.
La primera exige un manejo coherente de las variables macro económicas. Me refiero al equilibrio fiscal, la presión tributaria, la política monetaria y cambiaria, el acceso a los mercados de capital y sus costos.
Recuperar la confianza exige, además de la política económica eficiente, definir el rumbo del país, o sea el respeto a las instituciones, a la propiedad privada, el establecimiento de reglas de juego claras y estables que definan un marco indispensable de seguridad jurídica, la relación entre el fisco nacional y los de las provincias, y por último pero no por ello menos importante, la política internacional. Ésta, partiendo de la situación actual de Argentina, muy debilitada, y dentro del marco de confluencia de crisis global que hemos bosquejado más arriba, debe sostener los intereses nacionales: quedan excluidos los devaneos ideologizantes, las piruetas y el aventurerismo.
Francamente, a mi juicio todo esto es muy difícil de lograr con la situación política que hay.
De todos modos un Programa de Desarrollo realista y adecuado a los tiempos actuales debería ser formulado.
Permítanme decir, para evitar malos entendidos, que si bien en el Programa de Estabilización y Desarrollo puesto en marcha en diciembre de 1958 se encuentran diversas líneas de acción de gobierno que, convenientemente aggiornadas, son susceptibles de ser aplicadas con provecho en la actualidad, no se trata de recitar las soluciones de entonces como un catecismo, infalible y suficiente, a aplicar sin más a los problemas concretos de 2020.
Porque han pasado 60 años desde que Arturo Frondizi asumió la Presidencia y el mundo y el país son otros. Lo que sí interesa es el método y el espíritu que inspiraron la acción de su gobierno.
La educación es prioridad. Sin ella no tendremos ni buenos ciudadanos, ni buenos políticos, ni buenos gobernantes. Tengamos en cuenta que hoy la escuela no educa, salvo contadísimos casos. Apenas instruye un poco. Se advierte -salvo excepciones- en la performance de los chicos argentinos en los certámenes internacionales. Aunque en verdad no es necesario ir tan lejos. Basta con conversar con los estudiantes de las escuelas medias. No conocen la historia nacional ni nuestra lengua. Leen mal y no comprenden lo que leen.
El Poder Judicial debe integrarse con jueces independientes e imparciales, sujetos única y exclusivamente a la Constitución y a la ley. Solo así podrán cumplir con su rol fundamental: ser garantes de los derechos que la Constitución confiere a los habitantes. De lo contrario el Estado de Derecho será pura literatura.
En el plano económico es necesario no desalentar, antes bien alentar, la actividad de las industrias básicas. Empezando por la agroindustria, que incorporó una revolución tecnológica que ha permitido lograr un aumento extraordinario en los rindes, y se ubica como la única actividad de la economía productiva de Argentina competitiva a nivel mundial. Es la que aporta los indispensables dólares genuinos, la que como complejo industrial da más empleos, la que paga más impuestos y la que más invierte año a año.
Hay nuevos riesgos, y nuevos problemas, que hay que estudiar y conocer para poder afrontarlos y resolverlos.
Se vive en la era digital, en la era de la revolución del conocimiento y de la genética, en la era de la robótica, de las comunicaciones.
Argentina tiene condiciones para avanzar en estos campos decisivos en el mundo de hoy, que sería criminal no impulsar cuando la Revolución Tecnológica es tema indiscutible del siglo XXI. Véase el recientísimo caso del trigo tolerante a sequía, un logro único a nivel mundial obtenido por la labor conjunta de una empresa privada y el Conicet.
Quien quede atrapado en la brecha –países o personas- resultará marginado.
Argentina exige dramáticamente conocimiento, inteligencia, medios adecuados a los fines.
Es hora de salir del museo en el que trascurren, en el mejor de los casos, los debates políticos argentinos.
“Rescataos de la esclavitud mental, solo nosotros podemos liberar nuestra mente”.
Así cantaba Bob Marley en “Redempsion song”, donde redempsion significa ante todo redención, pero también liberación de la esclavitud.
Los problemas del país, que son serios, graves, y reiterados hasta el aburrimiento solo podrán ser superados por una política realista, que supere la actitud mental predominante entre demasiadas personas de la así llamada clase dirigente, que oscila entre la soberbia verbal, la ineptitud y una inercia resignada.
Habría que saber si los argentinos quieren reconstruir la Nación o irse a dormir. Sin ellos no es posible hacerlo.
Es necesario que Argentina se movilice. El pueblo debe asociarse a la gran empresa de reconstruir la Nación, inseparable de una voluntad ética, de una voluntad de justicia, de una fuerte determinación de trabajar y de innovar. La convocatoria debe ser clara, fijar metas alcanzables en plazos razonables. Tendrá éxito si al llamado a la razón y al funcionamiento de las instituciones se le une la creación de un sentimiento motivado de esperanza, de confianza y fraternidad basado en una propuesta y un accionar que se demuestre eficiente y creíble, de modo que la gente pueda prever un futuro mejor por el que valga la pena esforzarse y luchar.
Hace falta, sin duda, una nueva clase política, capaz y decente que merezca ser creída.
Y un nuevo pacto social. No se trata de “volver a la normalidad”, sería un desatino porque la “normalidad” de nuestro país, desde hace décadas, significa decadencia, exclusión social, pobreza y corrupción.
Los argentinos debemos ser capaces de cambiar el rumbo en la brújula de la Patria.
A cada uno su responsabilidad. Y, entre todos, reaccionar.
Para finalizar, les propongo que situemos nuestro SÍ por Argentina en el marco de la esperanza.
Deseo recordar, en este sentido, unas palabras pronunciadas el 3 de enero de 2008 por Barack Obama después de la victoria –inesperada y sorprendente- en las primarias demócratas en Iowa.
En un discurso memorable, dijo:
-“Esperanza. La esperanza es lo que me ha traído hasta aquí hoy … La “convicción de que nuestro destino será escrito no para nosotros, sino por “nosotros, por todos los hombres, por todas las mujeres que no quieren “conformarse con el mundo como es: que tienen el coraje de rehacer el “mundo como debería ser.”
Con todo respeto, las hago mías.
Y agrego: ¡No dejemos que nos roben la esperanza!
por Román Frondizi