El profesor cuenta la reinterpretación que dio con los años al primer mandato de Perón, el movimiento de los derechos humanos o el menemismo. Habla del discurso político dominante, su incidencia en la formación de ideas y la necesidad de una batalla cultural.

Romero sostiene que en la forma de aprender los derechos humanos hay un formateo de las cabezas muy notable.

La construcción del discurso político dominante y la progresiva creación de “un sentido común histórico” son fenómenos ineludibles para entender el presente de la Argentina sobre los cuales el historiador, escritor y académico Luis Alberto Romero se ha manifestado en varias entrevistas y artículos. En algunos de ellos ha deslizado críticas al “setentismo” y a la visión distorsionada que esa corriente ideológica impuso sobre nuestro pasado.

El profesor, que se ha definido alguna vez como un socialdemócrata, está convencido de la necesidad de una batalla cultural en ese campo, que el macrismo no quiso librar. Sobre esos temas, y sobre las revisiones que él mismo debió hacer de algunos procesos históricos con el paso de los años, conversó con La Prensa en una cálida tarde de verano en un restaurante situado junto al Museo de Arte Español Enrique Larreta.

– Desde el regreso de la democracia el discurso político dominante se ha hecho cada vez más fuerte. ¿Cómo lo describe usted?

– Lo veo como un relato de la historia argentina que es político y en ese sentido es bastante anterior a la vuelta de la democracia. Tiene sus inicios en el nacionalismo de la década de 1920 o 1930, cuando empieza a aparecer esta idea del pensamiento nacional frente al pensamiento extranjerizante y liberal. Más adelante lo nacional ya aparece opuesto al imperialismo. Y con el peronismo pasa a ser nacional y popular. Algo que no estaba en el pensamiento nacionalista originario. Un salto se produce en 1955, con una apertura hacia corrientes que vienen de la Iglesia y también de la izquierda. Y con una conversión en una mirada que es eso que llamamos el “setentismo”. Esto cada vez se va haciendo más denso, y con más capacidad de intervención y de formación de las ideas. Y el último salto fue con el kirchnerismo, cuando se ve claramente la capacidad de este discurso para tomar cosas de diversas vertientes, de amalgamar, como sucedió con los derechos humanos. Fue una operación extraordinaria. No sé hasta qué punto fue pensada inicialmente o se fue desarrollando por una razón oportunista.

OMNIPRESENTE

– El tema de los derechos humanos ya venía desde mucho antes…

– Sí, sí, claro. En los inicios de la democracia ya era una corriente muy fuerte, aunque compleja. Porque tenía un componente liberal y otro setentista, no tan evidente todavía, que se recicló a través de los derechos humanos. Kirchner captó eso, lo incorporó a su paquete. Y le dio una potencia enorme a esa corriente. Todo lo que viene asociado con los derechos humanos ocupa un lugar muy importante en el sentido común. En la forma de aprender los derechos humanos hay un formateo de las cabezas muy notable, ¿no? Mire lo que se sigue diciendo de Maldonado. Es asombrosa la capacidad para creer que eso genera. Pero luego hubo además un uso sistemático del Estado en esos doce años.

– Era un discurso omnipresente.

– Era omnipresente, sí. Si uno mira por ejemplo los libros de texto de la primaria y secundaria, están totalmente dominados por esa interpretación kirchnerista del pasado y por la lectura del pasado a la luz de la culminación con Néstor y Cristina. Lo mismo sucede con los profesores. Si voy a mi antigua facultad de Filosofía y Letras encuentro que todo el mundo es mínimamente kirchnerista, y un sector minoritario son revolucionarios trotskistas. Fuera de eso no hay nada. O lo que hay, no habla. No hay espacio para otra opinión diferente. Esto es la construcción del sentido común.

– Pero no es que el tema de los derechos humanos se haya politizado con los Kirchner. Aquí se reconocen los derechos humanos sólo a algunas personas.

– Claro. Mucha gente parte de que el año 1983 hubo un gran acuerdo que fue el “Nunca más”. Yo mismo, cuando escribí mi libro de historia, partí de esa idea, pensando que los derechos humanos eran como el fundamento ético de la democracia y que a partir de ese pacto íbamos a funcionar de un modo distinto. Después los derechos humanos fueron evidenciando cosas distintas a lo largo de la década del 90. Por ejemplo apareció la agrupación “Hijos”. Y entonces, al rebobinar, junté todas las referencias disponibles y caí en la cuenta de que, en el origen, el movimiento de los derechos humanos incluía a quienes integraron la Asociación para la Defensa de los Derechos Humanos, donde estaba Alfonsín y otros, y un segundo grupo de quienes volvían de Europa después de militar en organizaciones armadas en los años 70. Fue una forma de reciclarse fácil y muy rendidora. Es muy difícil que una persona cambie tanto con los años. Algunos lo han hecho. Conozco algún exiliado que ha cambiado. Pero en general es la gente que rodeó por ejemplo a Hebe de Bonafini y a otras personas bastante mejores que ella que desde el comienzo mismo de la democracia tomaron una actitud intransigente dentro del gobierno de Alfonsin. Son los que dijeron, por ejemplo, que no iban a participar de la Conadep. Conocía a esa gente pero después me fui acordando. Entonces cuando Kirchner llega a la presidencia esta corriente existe. Es fuerte. Solo que nunca había participado.

ARTESANIA

– El hecho de que Kirchner se abrace a ellos habla a las claras de su fuerza.

– Sí, sí. Ahí es donde digo que hay una artesanía política extraordinaria, a menos que le haya salido de casualidad. Porque unir su movimiento con esto no es fácil. Una cosa es decirlo y otra hacerlo. El potenció ese costado de los derechos humanos, a costa del otro, que todavía tiene sus defensores, como Norma Morandini, Fernández Meijide.

– Ese discurso es esencialmente intolerante y vengativo. Hay militares que no pueden esperar un juicio justo. En estos juicios no hay presunción de inocencia, no hay estado de derecho.

– Son espantosos desde todo punto de vista. Había una idea de establecer el estado de derecho como justo acuerdo democrático desde 1983. Ahora se hace todo al revés. El trato desigual. Es la justicia de los vencedores. Lo más grueso es lo que usted mencionó: la inversión de la carga de la prueba.

– Hablábamos antes de la construcción del sentido común. Lo sorprendente es que no se trata de una operación que alcance a personas de poca formación, sino a la Justicia, los medios de comunicación…

– Eso es impresionante, ¿no?

– También sería un error creer que toda esta maquinaria se reduce al kirchnerismo. ¿Acaso el macrismo no permitió que continuara?

– Para ser justos: el macrismo, en cuestiones de relato, no es nada. Con esa idea de la nueva política, y los jóvenes, están totalmente desnudos en cuestiones de relato, sin nada que decir. Buenas intenciones. Claudio Avruj, el secretario de Derechos Humanos, hizo lo que pudo para desmontar un poco lo de la ESMA. Pero siempre en voz baja. Sin llamar la atención. Cuando se produjo lo del 2×1, en principio estaban a favor de esos jueces. Pero no tenían nada preparado para decir, para enfrentar el discurso.

– Desde el principio estuvo claro que no darían esa batalla cultural, que usted afirmó que es cada vez más necesaria.

– Si, es cada vez más necesaria y cada vez más desigual.

– En alguna entrevista mencionó que tardó en darse cuenta de lo significativo que era el relato para el kirchnerismo, y que subestimó de algún modo a los intelectuales de ese espacio. ¿Por qué lo dijo?

– Bueno, a los intelectuales los sigo subestimando (risas). Me cuesta creer que gente que yo conozco, de carne y hueso, pueda haber tenido algún lugar destacado, alguna influencia en el sentido común. Me refiero a Carta Abierta. Distinto es el caso de Javier Grosman, el arquitecto que organizó los actos públicos como los de 2010, para el Bicentenario. Ese es un genio. Y posiblemente Tristán Bauer sea muy bueno también en lo suyo. Pero la verdad es que subestimé el peso que esto tenía en el sostenimiento del aparato kirchnerista. Yo miraba más bien para otros lados y no creí que el relato fuera más que el adorno discursivo de algo que se sustentaba en otra parte, y no esa fuerza que permitió sobrevivir al kirchnerismo.

– El hecho de que un historiador revise sus propias interpretaciones sorprende para bien. No es algo frecuente, ¿o sí?

– Lo hacemos todos. Yo personalmente tuve la “desgracia” de escribir un libro que se vendió muy bien y entonces cada cierto tiempo tuve que añadirle un capítulo y ahí me di cuenta de que lo que estaba pensando en aquel momento no enganchaba muy bien con lo anterior y lo posterior. De 50 años hacia atrás ya estaba en línea. Me tuve que enfrentar tres veces con la conclusión de que no estaba de acuerdo hoy con aquello que había escrito porque, o sabía poco, o estaba demasiado prejuicioso o no había tomado verdadera dimensión de las cosas. El capítulo sobre Menem estaba muy mal hecho. Lo que ese presidente hizo en política y en economía estaba muy poco apreciado. Y ha sido muy grande.

– ¿Ha tenido que revisar otras cuestiones?

– Sí, porque esta revisión es casi la base del historiador. Uno se encuentra con que sabe más o cambia los puntos de vista. No necesariamente para mejor. Es como ir subiendo una montaña. En cada vuelta se ven las cosas un poco distintas. También se va cambiando el ángulo de visión. Mi idea de la primera presidencia de Perón, por ejemplo, fue mejorando con el tiempo de un modo asombroso.

– Hace poco le plantearon en un canal de televisión cuándo se estropeó la Argentina y usted respondió que precisamente fue en los setenta. ¿Por qué?

– Me suelen preguntar: ¿Usted cree que todo arrancó con Perón? Gente razonable, buenos profesionales, periodistas. ¿O todo arrancó con el golpe del 30? ¿O con Yrigoyen? Movido por la inquietud de encontrar un principio a ciertas cosas que me parecen importantes en el presente, trabajé sobre esa idea de que la Argentina había vivido una etapa entre próspera y medianamente próspera hasta los años setenta, y que entonces se vino abajo. Sin identificar esto con un color político. Más con cuestiones económicas.

– Ahora bien, se da la paradoja de que los revolucionarios de los setenta clamaban contra la pobreza, y que al final de su lucha armada todos los indicadores se habían desplomado. Tal vez a raíz de ese caos y de su represión. Pero aquellas cifras darían hoy envidia.

– Claro, sí, sí. La Argentina tenía pleno empleo a principios de los años setenta. Yo que fui estudiante en la década del setenta y militaba en el centro de estudiantes le puedo decir que estábamos convencidos de que el imperialismo nos estaba destrozando. Juan Llach demostró en un artículo que la década del setenta fue una época de notable prosperidad. Fue algo así como la maduración de las transformaciones que habían llegado de la mano de Frondizi, y que eso se fue agotando a principios de la década del setenta. La idea de la larga prosperidad de los años sesenta y setenta es cada vez más aceptada. Entonces la pregunta que habría que hacerse hoy es si los conflictos sociales surgen cuando las cosas están muy mal, o al revés surgen cuando están muy bien. Esto explicaría, por ejemplo, lo que estamos viendo hoy en Chile.

Felipe Pigna, Wikipedia y la escritura del pasado 

En una reciente entrevista, Luis Alberto Romero se refería a las múltiples vías por las que se canaliza el relato oficial y mencionó entre otros al canal estatal, los enlatados y hasta la Biblioteca virtual bonaerense, inaugurada por el gobierno de María Eugenia Vidal, que incluía unos cien títulos, el primero de los cuales era Felipe Pigna. Hoy dice que es un detalle apenas pero se muestra sorprendido por el éxito de ese escritor, que ha contribuido a consolidar el discurso oficial.

“Valdría la pena estudiar el caso de Felipe Pigna”, dice a La Prensa. “Siendo un hombre de bajo perfil personal, muy agradable, lo que construyó es notable. Como también lo es la cantidad de cosas que escribe”, señala Romero.

“A mí me asombra el éxito que tiene porque lo encuentro muy aburrido, opaco y con frecuencia parece el Billiken”, sostiene.

Romero se refiere a la insistencia con que Pigna quiere demostrar que aquello que va a escribir “no se dijo nunca”. Esa idea “de que el 25 de mayo se creó una junta revolucionaria y que es algo ocultado por la historia oficial”. El historiador apunta que Pigna “lo dice con tanta convicción que se ha establecido esta idea de la historia oficial”.

Pero hay otro caso que a Romero le parece también muy interesante, que es Wikipedia. “Las entradas argentinas -sostiene- están totalmente escritas en los términos del relato. Tuve una experiencia editando un diccionario enciclopédico para Clarín, y tuve que ir a chequear datos, y todas las entradas de la historia argentina estaban escritas en esos términos”.

“Un guerrero de la independencia es un buen tipo hasta que cayó en manos de los liberales unitarios”, dice. “Y a medida que uno se acerca al presente es impresionante la manipulación de la información”.

“Durante bastante tiempo creí que era producto del “sentido común” -continúa-. Decenas de miles de contribuyentes que aportaban su granito de arena y escribían en ese tono. Pero después recibí una información muy detallada de un miembro de la comisión directiva del grupo argentino de Wikipedia que me hizo cambiar de opinión”.

“Wikipedia -recuerda el profesor- tiene una organización regional. Y tiene una cantidad de controles, de auditorías, sobre lo que se publica”.

“Esta persona -prosigue- me contó cómo el grupo inicial, compuesto por diez integrantes, fue copado por tres o cuatro kirchneristas que ralearon a los otros y lograron tomar el control de todos los comités que debían controlar su gestión”.

“Pongo un ejemplo: Siempre me pareció notable la biografía de Bernardo Houssay. Fue echado de la universidad en el año 1946, creó un centro privado de investigaciones famoso, y en 1955 el gobierno de la Revolución Libertadora le encomendó la creación del Conicet, así que cerró su centro o dejó la dirección y se ocupó de crear el Conicet. Pues bien, la entrada de Wikipedia dice que el doctor Houssay, premio Nobel, dirigió un centro privado que debió cerrar en el año 55. Entonces se da la impresión de que cayó en las fauces de la Revolución Libertadora”, comenta.

“Son detalles sutiles. Pequeños cambios. Pero que transforman por completo la imagen. Hoy no creo que eso sea la expresión del “sentido común”. Es la expresión de un grupo que tomó el control”, asegura.

Por Agustín De Beitia

La Prensa, 9 de febrero de 2020http://www.laprensa.com.ar/485523-Revisiones-de-un-historiador.note.aspx