Fue uno de los pocos que anheló una patria.
No la tuvo, no la tenemos. Sarmiento, Alberdi y otros
sufrieron el desvelo de una tierra ladina.
De niño conocí al chozno de este hombre
que en su sala tenía un retrato
de doña Tiburcia Haedo Roldán.
Carlos Di Fulvio me recitó una tarde,
en aquel patio de Valentín Alsina, fragmentos de su obra.
Luis Franco escribió la mejor biografía.
En 1887, un francés – Alexandre-Joseph Falguière –
inmortalizó su imagen en una escultura ecuestre.
Fue un hombre moral, luchó contra los caudillajes.
Lo recuerdo en la batalla de Salta,
en el combate La Herradura,
en las lides de Ituzaingó y Oncativo. En Entre Ríos.
Conoció el destierro en Paraguay, en Río de Janeiro, en Colonia.
Conoció befas, escarnio, anatema.
En la cárcel fabricó jaulas, trabajó la horma de zapatero.
Su amada, Margarita Weild,
llevó flores silvestres a esa celda,
rasuró su barba, compuso su ropa.
Sobre el final, José María Paz trabajó la granja
para darle de comer a sus hijos.
En la vigilia de la pasión errante
el general escribió páginas perdurables, únicas.
Fue el táctico, el estratega más elevado.
Dispuso un destino que hoy es derrota.
por Carlos Penelas
Buenos Aires, agosto de 2020