Me enseñó a leer, a pensar, a redactar.
Escribió y pensó al mismo tiempo
que construyó aquello que escribió y pensó.
Vivió en un territorio embrutecido.
Leyó a griegos y a latinos.
Supo navegar, maldecir, soñar.
No codició fortuna, no codició poder.
Escribió: “la ignorancia es atrevida”.
Nos legó páginas inmortales.
También el ejemplo, la honestidad.
Sufrió soledad, infamia, agravio.
Los vándalos de ayer, los bárbaros de hoy,
continúan escatimando su nombre.
Supo hablarme y continúa haciéndolo.
No es un eco ni la veneración del eco;
es un símbolo, una ética verbal, un testigo.
Una sombra desvelada que no calla.
por Carlos Penelas
Buenos Aires, 11 de septiembre de 2021