―No sé qué hacer.

—¿Qué te pasa?

― Mi hija regresa mañana a casa; ha finalizado la beca de Erasmus.

—¿Y…?

― No sé qué decirle. Viene con un chico que conoció hace un par de semanas y quiere presentárnoslo a su padre y a mí.

—¿Tan pronto…?

― No es sólo eso.

― ¿Entonces…?

― Me ha dicho que se quedará en casa y dormirán juntos.

― ¿Y tú que le has dicho…?

― Qué quieres que le diga?  No quiero que piense que su madre es una antigualla.

― Sí; los tiempos han cambiado mucho.

Ciertamente, los tiempos cambian. Lo que hay que valorar es si lo hacen en la dirección adecuada. Por mi parte, como no me habían preguntado, tampoco quise dar ninguna opinión improvisada. Luego, reflexioné para mis adentros a fin de poder responderme a mí mismo.

En fechas recientes se ha publicado un vídeo en el que Joan Manuel Serrat viene a recordar que en la actualidad la sociedad se ha desentendido de los valores morales. Nada tendría de extraño si la denuncia proviniese de un sermón homilético, pero cuando ya se hace desde la base del pueblo por un hombre del mundo del espectáculo es para pensárselo.

El progresismo se ha adueñado de todo, y el que quiera sostener aquellos valores de probidad heredados de una tradición dos veces milenaria se expone a ser estigmatizado, con el agravante de que unos pocos hablan y el resto calla, imponiéndose un falso respeto humano. Aquel que se plante ante la permisividad será rápidamente tachado de “retrogrado”, y si persiste en el empeño le señalarán de “ultra algo”. Por supuesto, que nadie intente remitirse a una moral de corte eclesial, pues no tardarán en deslizar aquello que don Alonso Quijano espetó a su fiel y panzudo escudero: “Con la iglesia hemos topado, buen Sancho”. Eso, aunque tal vez no se haya leído la joya universal de nuestro “Don Quijote”.

 Buena parte de la problemática del sexo sin seso— expresión que bien podría servírnosla el apócrifo de Antonio Machado, Juan de Mairena con aire circunspecto, con ese gracejo que convierte la filosofía en poesía, enseñando a sus discípulos que todo requiere  de una buena dosis de reflexión para saber el porqué  y el hacia dónde―tiene que ver con un cierto fariseísmo social, al proponer a la juventud normas de continencia a la par que la sitúa frente a una serie de factores socio culturales que para nada le ayudan, pues, los medios de comunicación de masas erotizan el ambiente con programas de zafiedad sexual,  sin otro contenido que la ramplonería del clientelismo. Podríamos traer a colación aquella frase del teórico del erotismo Wilhelm Rais: “Para que el goce sea perfecto ha de saber desconectarse el acto de sus posibles consecuencias”. De otra parte, la sociedad propone adelantar la madurez sexual y a la vez retrasa las posibilidades de mantener la estabilidad la pareja por la precariedad laboral de la juventud.

Por eso, en mi ponderación procuré buscar el entendimiento desde una base con cimientos de lógica. Desde la comprensión del hombre-social, o lo que viene a ser lo mismo partiendo desde una antropología psicológica.

El tema psicológico se enriquece con la reflexión desnuda. Para ello es necesario el desapasionamiento y no basar la propia opinión en la que nos transmiten desde fuera. Todo conocer requiere de una información que viene de fuera, sí, pero que ha de sopesarse para que se convierta en formación, y ésta, una vez digerida, transformarla en opinión.

 Ya no imperará lo que nos dicen, sino que desde la propia libertad se sabrá impregnar de lógica el mundo de las ideas, sin caer en el adoctrinamiento. Sí al propio sentido común de una información contrastada y reflexiva, que no se basa únicamente en el instinto, sino que a la vez está en condiciones de asumir la responsabilidad que se deriva de todo acto.

El amor, en cuyo nombre se invoca la intimidad, ¿es real o simplemente invocado? ¿Existen las condiciones adecuadas para una donación sin temores ni posteriores frustraciones?

Si hablamos de sexo sin que se dé ninguna manifestación de amor, habremos de admitir que se está utilizando de alguna manera al otro. Por eso, habrá de aplicarse una dosis de seso; reconocer qué clase de relación de entrega nos acerca a la pareja, además de la erotización.

(Llegado aquí, que nadie evoque su pasado personal, pues es posible que de distintas maneras todos hayamos podido incurrir en lo que ahora analizamos)

La pregunta sería esta: ¿qué valoración de amor se da en cada situación para que la persona pueda entregarse confiadamente a la otra?

La violación es algo que todos rechazamos, porque no se da ninguna clase de amor y sí de violencia, procurando obtenerse la entrega forzándola. En la prostitución se da la libertad, pero se entrega el cuerpo carente de alma, convirtiéndose la persona en mercancía. Ascendiendo en la escala podemos detenernos en el mundo de la frivolidad y la seducción. Tampoco aquí el amor es tenido en cuenta, sino el dominio por los sentidos, prestándose incluso a la promiscuidad. El factor de la atracción ya se acerca más a la persona. No hay sintonía de corazones, pero sí física. Es como conocer una parte de un todo. Cuando la atracción entraña afectos, se comienza a horadar la esencia del otro. No se da el sí definitivo, pero puede invitar a ello, aunque todavía no lleva implícita la entrega del “yo”. Si a la atracción y al afecto se añade la relación estable, se está más cerca del amor ideal. El matrimonio significa la donación del “yo”, alma y cuerpo de manera definitiva, más allá del propio ego.

Llegado aquí, que el lector valore dónde se dan las circunstancias con mayores garantías para la entrega mutua, no ya de dos cuerpos, sino de posibilitar que esos dos cuerpos se conviertan en una sola carne.

por Ángel Medina