Nadie sabe cómo terminará decantando la invasión a Ucrania. Sin embargo, la conmoción global ha sido tan grande que ha desatado elementos insospechados para todos, incluso para el propio Putin.
Obviamente, la diferencia militar es tan abrumadora en favor de los invasores que una opinión exclusivamente militar -y, si se quiere, táctica- lleva a una conclusión inexorable: es imposible que el contencioso sea “ganado” por Ucrania. Sin embargo, la mirada exclusivamente militar es un componente -muy importante, pero uno más- de una ecuación de poder estratégico afectado fuertemente.
Es imposible hablar de esta guerra sin destacar la actitud de los ciudadanos ucranianos, su presidente, sus ministros, sus alcaldes, en fin, de todo su entramado nacional. Acostumbrados como solemos estar a los “minués” de la política actual, al relativo desinterés de las personas por sus países y al retiro de los compromisos comunitarios a la esfera más cercana de lo privado, lo familiar y los propios intereses directos, ésta actitud ha sido un golpe al corazón de la opinión pública occidental, facilitada por las redes en tiempo real y por el acceso al directo conocimiento de lo que ocurre por los medios de comunicación globales. Pone además una vara diferente y muy alta para los políticos de todo el mundo.
Destacado esto, que produjo el fracaso de la intención de Putin de “hacerse” de Ucrania en un par de días, el cambio de un escenario geopolítico inercial desde el fin de la Segunda Guerra Mundial (primera etapa) y el derrumbe del bloque soviético (segunda etapa) aceleró su maduración en cuestión de horas. “Hay tiempos en que la historia se acelera y en días pueden pasar años”, habría dicho tal vez el propio Marx.
El elemento central de cambio se da en Europa. Despertando de una siesta que duró varias décadas, en las que descansó centralmente en el poder americano hegemonizando la OTAN -organización creada como consecuencia de la Segunda Guerra y de la Guerra Fría-, de pronto advierte que uno de sus países culturalmente más afines y geográficamente “propio” era invadido al más puro estilo hitleriano, cual reproducción del proceso que ya había experimentado con Hitler quien recibió como regalo los Sudetes a cambio de una promesa de paz, para en poco tiempo anexar a toda Checoeslovaquia, Austria y Polonia. Este proceso ha sido tan estudiado y madurado que forma parte del “saber oficial” europeo. El “munichismo” -Munich fue el lugar de reunión en el que países ajenos decidieron por sí ceder territorio checoeslovaco a Hitler sin consultar a los checos) fue un calificativo de moda en los años posteriores a la Segunda Guerra, para describir a quienes ceden al chantaje con la esperanza de obtener tranquilidad.
Ahora era más grave. Putin comenzó reclamando una región -Donvás, al Este de Ucrania, apoyando separatistas armados alzados contra el gobierno democrático ucraniano- para luego desatar la mayor concentración militar desde la Segunda Guerra alrededor de Ucrania, desde su satélite Bielorrusia, al Norte, y desde la península de Crimea, anexada por la fuerza hace poco más de una década sin mucha reacción que superara lo simbólico del mundo occidental, al estilo “munichista”.
El relato justificatorio -confuso, contradictorio y en gran parte mendaz- no admite justificación ni histórica, ni estratégica, ni económica. Pero no importaba y no importó. Invadió el país y no expuso siquiera pretensiones territoriales, mostrando que el objetivo de máxima en la etapa era la anexión lisa y llana de Ucrania.
A esta altura, es imposible saber qué ocurrirá en ese contencioso, que sin embargo se convirtió en pocos días en apenas un capítulo de un escenario muchísimo más grande.
La reacción de la opinión pública occidental ha sido determinante en la toma de conciencia de la significación de los hechos y las decisiones de los gobiernos, bueno es destacarlo, con una participación mínima de Estados Unidos. De pronto, Europa se vió en peligro y no se sintió protegida directamente por su viejo aliado, más preocupado hoy por sus intereses en el lejano oriente protegiendo las vías comerciales que atraviesan el Mar de la China y la seguridad de sus aliados en la región -Japón, Filipinas, Australia y Taiwan-. Y ello en un momento en que ya no es EEUU el señor indiscutido del mundo, sino apenas el más importante.
Demoraron… cuatro días. Pero las decisiones llegaron. Aislamiento de Rusia, virtual embargo comercial al bloquear sus flujos financieros y comerciales, prohibición del vuelo de aeronaves rusas por su cielo, desconexión del sistema global de pagos y -lo que es muchísimo más importante- desatar la decisión de rearmarse que, al decir del almirante Yamamoto luego de atacar Pearl Harbour, puede haber “despertado un gigante dormido”.
De todos los países europeos, aún los más pacifistas, están saliendo no sólo ayudas humanitarias sino armamentos defensivos y ofensivos. Misiles antitanques, municiones, armas de guerra livianas -ametralladoras, fusiles, etc- están marchando desde toda la Unión Europea hacia Ucrania, para ayudar a la resistencia -que se reconoce heroica- de sus fuerzas armadas y su pueblo defendiendo su país y sus ciudades.
Esta decisión conjunta, tomada por países unidos alrededor del principio de la unanimidad -cosa que Putin debe haber contado como debilidad neutralizante- se refuerza con la decisión de Alemania de destinar Cien mil millones de dólares por año (el 2 % de su PBI) a su rearme, rompiendo una trayectoria desmilitarizadora adoptada desde la 2ª Guerra.
Esa monstruosa cifra, puesta en contexto, es alucinante. Alemania, que posee un PBI cuatro veces el ruso, abre un camino que seguramente adoptará de inmediato Francia -dos veces el PBI ruso- y se suma al de Gran Bretaña -tres veces el PBI ruso-. Frente a ésta gigantesca economía, Rusia muestra un PBI inferior al del Brasil, que aunque la despilfarre en armamentos y aventuras, tiene como contrapartida la pobreza creciente de su pueblo, que ya ha comenzado a cuestionar a Putin con manifestaciones en la calle y cada vez menos miedo.
Pero no se trata sólo de recursos sino también de un cambio de paradigma. La dura experiencia ucraniana (“nadie lucha por nosotros, debemos defendernos solos”) termina con el recelo antiarmamentista de la propia centroizquierda europea, que justamente está abriendo el camino del cambio en un país en el que gobierna la socialdemocracia y marca el rumbo económico de Europa.
Si esto ocurre como parece, también el cambio tendrá alcances globales. Europa defendiéndose sola alivia el compromiso norteamericano con la OTAN, aunque siga. Y ese alivio le permite mirar con más tranquilidad sus objetivos de mantener abiertas las vías comerciales del lejano oriente y garantizar mejor la seguridad de sus aliados. ¿El gran perdedor? Obviamente, China.
La historia abre sus propios caminos, a veces sin intención por parte de sus protagonistas. Sin la invasión de Ucrania, la Unión Europea hubiera seguido su siesta de varias décadas, Estados Unidos hubiera seguido sintiendo sobre sus espaldas la responsabilidad de la seguridad europea dividiendo su capacidad estratégica en dos escenarios alejados y frente a dos potencias muy fuertes y el mundo democrático seguiría debilitándose frente al discurso populista que ha impregnado a varios países occidentales.
Por último: da la impresión que ésto se dará, sea como sea que termine la situación ucraniana, porque la conmoción que implicó atacar a un país vecino al margen total del derecho internacional fue enorme. No se trató ya de una de las cuestionadas intervenciones norteamericanas, cubiertas luego de debates y votaciones -amañadas o no- en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, sino de una agresión al margen de cualquier norma de derecho internacional. Aceptarlo es consolidar la ley del más fuerte en todos los niveles y su consecuente inseguridad general.
El martirologio ucraniano tendrá entonces un saldo doloroso, pero positivo y puede convertirse en el precio que había que pagar para construir un mundo más seguro.
por Ricardo Laferriere